
RA —El PC también estaba en el poder en otro período crítico de la historia reciente, que fue la crisis económica y financiera del 2002. Usted en aquel momento era vicepresidente de la República. ¿Fue un quiebre en la historia del partido? ¿Cómo lo definiría?
LHL —No, no, no. Crisis ha habido muchas y quizás las vuelva a haber, espero que no tan fuertes como aquella. Fueron años muy difíciles, en los que además los protagonistas principales –no sé si se notaba en la visión pública– dejamos el alma en la cancha para tratar de evitar consecuencias peores. Porque muchas veces a los gobiernos se los juzga por lo que hacen: este gobierno construyó tantas viviendas, etcétera. Pero hay un bien imperceptible que es lo que los gobiernos evitan ante situaciones internacionales tan influyentes como estas. Y tanto el presidente Batlle como quien les habla como el equipo económico lo que queríamos era evitar males peores aún, sabiendo que estábamos muy mal y que la gente iba a perder un 30 % de sus ingresos o de sus ahorros o de sus propiedades y que iba a perder el trabajo. Sabiendo eso, el esfuerzo era para impedir que la crisis golpeara aún más duramente.
Por suerte las circunstancias internacionales apoyaron y salimos rápido y entregamos el país en orden y en crecimiento. A medida que pasan los años y que los uruguayos van teniendo oportunidades de comparar gestiones con gestiones –por eso la alternancia de gobiernos es buena, porque la gente tiene otros elementos de juicio– encuentro mucha gente que nos reconoce eso, que nos dice “ustedes pelearon y sacaron el país adelante, pasaron la crisis”. Nadie dice que no nos equivocamos, seguramente nos hemos equivocado, pero también hemos acertado. El país vivió después una prosperidad económica sin el castigo del default, que tanto castigó y postergó a Argentina. Allí hay un elemento de comparación muy notable, el esfuerzo del Gobierno fue para no entrar en default. Cuando desde el Fondo Monetario hasta líderes nacionales nos pedían entrar en default, el Gobierno se esforzó en no entrar en default porque eso castigaría a las generaciones futuras del país. Y el país salió y por suerte después tuvo un proceso de crecimiento económico muy importante.
NB —La crisis financiera coincidió con la debacle electoral del partido. Una crisis política de la cual todavía no se ha recuperado, por lo menos desde el punto de vista electoral. ¿Cómo se explica ese proceso, el actual momento del PC?
LHL —En contra de las previsiones y de las encuestas, yo veo al PC con un alto grado de vitalidad; vitalidad ideológica, vitalidad conceptual. Y como creo mucho en la fuerza de los partidos políticos –me formé en esa corriente que elogia lo que los partidos todos han hecho en beneficio del país–, no creo que el PC, con esa historia, sea un partido que esté en sus finales. Por el contrario, el PC tiene mucho para dar al país, en el debate de las ideas, en la orientación de las ideas, en visualizar el futuro, en pensar en términos nuevos, en ver cómo hacemos para que el país sea más competitivo en su producción, para que sea más moderno en su enseñanza, para que eduque para un país del futuro en el cual la robótica nos puede sacar la mitad de la mano de obra en 10 o 15 años. ¿Quién está pensando en eso en el Uruguay? ¿Quién está diciendo que la robótica puede liquidar la mitad de la mano de obra uruguaya y que tenemos que cambiar radicalmente nuestra mentalidad para que los uruguayos dentro de 10 o 15 años no sean desocupados inútiles o parias de la sociedad o ni-ni que ni piensan ni trabajan?
Este es el tema del país, y en esto el PC tiene cosas para aportar y para refrescar. Más allá de la coyuntura electoral, que puede no ser buena, la coyuntura ética e ideológica del PC es muy fuerte, muy vigorosa y ese partido tiene un destino muy importante.
RA —Usted ha comparado, quizás por su especialización en los temas históricos, la crisis que vive actualmente el PC desde el punto de vista electoral con otros sacudones a lo largo de la historia del partido.
LHL —Sí, claramente. Por ejemplo, cuando Batlle y Ordóñez perdió la elección constituyente del año 16, los colorados que lo acompañaban sostenían que era la peor derrota electoral y política que el PC iba a tener en su historia. Y don Pepe, que era un hombre empecinado y político, y que tenía la habilidad de buscar los acuerdos, no para transar en las ideas sino para procurar posiciones electorales más fuertes, empezó a transar con los blancos, reformó la Constitución y logró, nada menos, a partir de su derrota, la separación de la Iglesia y el Estado, que era un principio cardinal en la propuesta. Nuestra historia demuestra que tropezones hemos tenido y que siempre nos hemos levantado.
Ahora estamos en un tropezón un poco importate, pero en todo caso me parece claro que el partido, con 180 años de historia o más, representa valores éticos, ideológicos, sociales en el Uruguay. Habrá gente que esté en contra de lo que representamos, pero representamos la libertad, la igualdad, el sentido del respeto a la laicidad, representamos una cantidad de valores que otros partidos representan menos porque ponen énfasis en otras cuestiones. Eso está vigente en la sociedad contemporánea.
Una sociedad contemporánea muy light, muy no sé qué, en la que aparecen otros candidatos, aparecen otras propuestas, y está bien que la sociedad sea así. Pero los valores siguen siendo verticales en la organización del Uruguay. Alguien dirá que esto es una propuesta conservadora o restauradora, pero creo que después de la sociedad light que estamos viviendo, de la selfie –yo decía el otro día que los partidos no somos una selfie, los partidos somos historia, somos ideas, somos culturas–, van a venir otra vez los valores, la sociedad va a reclamar la restauración de los valores y en eso el PC tiene mucho que dar y que decir.









