
EC —Tengo una frase suya acá: “Yo quería ser pelotero y sigo queriendo ser pelotero”. Es un fanático del béisbol y rumbeaba para ese lado. ¿Cómo terminó como escritor?
LP —Hay una cosa fundamental para ser un buen jugador de béisbol, y es jugar bien al béisbol. Y yo lo sé todo sobre el béisbol, lo que quieras, me puedes preguntar, sería un excelente director técnico, pero nunca fui un buen jugador, me faltaba un poco de condiciones físicas para serlo. Y decidí que iba a estudiar periodismo para escribir sobre béisbol, porque quería estar cerca de ese deporte que es una de mis pasiones. Pero en Cuba tenemos una economía y una sociedad planificadas, y uno de los planificadores cubanos había decidido que en Cuba había ya suficientes periodistas y que ese año no tenía por qué abrir la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, porque ya teníamos para los próximos cinco años. Te parecerá absurdo, pero funciona así.
EC —¿Sigue funcionando así hoy?
LP —Sigue funcionando así hoy. Y terminé estudiando Letras en la Universidad de La Habana.
EC —El premio consuelo.
LP —No, era la carrera más apetecida. Afortunadamente tenía unas calificaciones altas en el preuniversitario y podía estudiar lo que quisiera. Terminé estudiando Letras, con un grupo de compañeros, algunos que ya estaban interesados en la poesía, escribían sus cuentecitos, pero sobre todo me obligó a leer mucho en aquella época. Así fue naciendo el deseo de escribir, es decir que derivé hacia la literatura porque no pude hacer la carrera de periodismo, pero terminé estudiando literatura y trabajando finalmente como periodista, porque sí hacían falta periodistas.
EC —¿Y el béisbol?
LP —El beisbol lo practiqué sobre todo hasta esos años, en la Universidad. En esas carreras fundamentalmente son mujeres las que las estudian, hay pocos hombres, y entre los hombres que las estudian hay de todo. Entonces el material a escoger para el equipo era bastante reducido y nosotros un poco como burla hacia nosotros mismos nos hacíamos llamar “los tigres de Filología”, éramos los agresivos, nos caían a palos en todos los juegos, era un desastre, pero teníamos mucho entusiasmo.
DQ —El nombre compensaba.
LP —Sí, teníamos mucho entusiasmo. Después jugué un poco de softbol en los años en que trabajé como periodista, pero empecé a tener muchos problemas en el brazo, me dolía mucho cuando hacía los lanzamientos y dejé de jugar.
DQ —Las paradojas lo han acompañado, porque quiso estudiar periodismo y no hubo vacantes, pero después el primer trabajo que tuvo fue en la revista cultural El Caimán Barbudo, que, aunque después se truncó, usted formo parte de un grupo que se propuso renovar el periodismo de la época. O sea que la carrera no fue un impedimento.
LP —No, al contrario, creo que si hubiera estudiado periodismo no me habría planteado el ejercicio del periodismo de la misma manera. No puedes ser cirujano y abrir el vientre de una persona si no tienes los estudios que te permiten hacerlo, a menos que seas un genio muy especial de la naturaleza. Pero creo que los estudios académicos de periodismo cada vez más tienen menos sentido. El periodista debe ser una persona que obtenga una formación humanística general. Y como yo venía de estudiar filología, donde te dan una formación humanística general, pude incorporarme a trabajar con el periodismo y sin los vicios de la academia.
No sabía qué cosa era la información, la pirámide invertida de la información ni el lead, nada de eso sabía. Empecé a escribir relatos periodísticos en los que contaba historias de pueblos, de personajes, de momentos, de la vida cubana, y aquello fue una revolución en el periodismo cubano de los años 80. Tanto que hice una selección de esos trabajos y se publicó un libro en Cuba, se están reeditando. Hay una edición argentina, una edición española de un libro de periodismo escrito para periódicos. Eso es bastante raro y fue eso, que violé todas las reglas académicas del periodismo.
DQ —Además como periodista cubrió durante un año la guerra de Angola. Eso se puede rastrear en algunos de sus relatos, por ejemplo en Los límites del amor. ¿Ese traslado a la ficción puede verse como otro modo de observar la realidad, de interrogarla?
LP —Por supuesto que las experiencias personales son uno de los elementos que nutren la vida del escritor. Déjame aclarar: no estuve cubriendo la guerra de Angola, no fui como corresponsal militar, fui como periodista civil a hablar de la colaboración civil. Había muchos médicos, maestros, constructores, asesores en Angola en distintos rubros, en la agricultura, en el comercio, en fin, y yo escribía sobre esos colaboradores. Fui a trabajar con la parte civil. No obstante, por supuesto, como a todos los cubanos que llegaban a Angola, me dieron un fusil y cuatro cargadores que estuvieron al lado de mi cama durante un año.
Creo que esa experiencia de haber vivido allí no solo está en lo visible en los textos, está en el aprendizaje humano que hice ese año. Ayer contaba en alguna entrevista que tal vez lo más importante de la experiencia de Angola fue aprender, en una situación límite, cómo en esos momentos salen lo mejor y lo peor del ser humano, se manifiestan lo mejor y lo peor del ser humano. Vi gestos de grandeza, de bondad, de amistad enormes, y gestos de mezquindad, de egoísmo y gestos terribles entre los cubanos que estaban allí en Angola.
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