
EC —Me quedé pensando cómo fue para usted hacer periodismo en aquellos años, en qué medida se sintió condicionado, restringido en su campo de acción. Sobre todo teniendo en cuenta lo que usted mismo ha escrito. En El hombre que amaba los perros, en un momento Ana le pregunta a quien tenía toda esa historia de la vida y la muerte de Trotsky y de su asesino Mercader, pero no la había presentado públicamente, por qué no la había difundido antes, y él contesta: “¿Es que tú no sabes en qué país vivíamos en ese momento? ¿Tienes idea de cuántos escritores dejaron de escribir y se convirtieron en nada o, peor todavía, en antiescritores, y nunca más pudieron levantar el vuelo? ¿Qué podía apostar por las cosas que iban a cambiar? ¿Sabes lo que es sentir que estás marginado, prohibido, sepultado en vida a los 30, 35 años, cuando de verdad puedes empezar a ser un escritor en serio, y creyendo que esa marginación es para siempre, hasta el fin de los tiempos, o por lo menos hasta el fin de tu puta vida?”. Es terrible.
LP —Es terrible. En el año 1983 yo trabajaba todavía en la revista El Caimán Barbudo, estaba cubriendo un festival de teatro en Camagüey y me llamaron a La Habana. No pude volar el día en que se hizo la reunión, por lo tanto no asistí a ella, pero al día siguiente me dieron los resultados. Nos sacaban a mí y a otro periodista de El Caimán, nos mandaban a trabajar al periódico Juventud Rebelde como castigo. Era como un reformatorio ideológico. Y había otros compañeros que iban en otros rumbos. Ese día incluso no recuerdo dónde fue que me dieron esa información, recuerdo que cuando salí de ahí pasé por casa de Lucía, mi mujer, mi novia en aquella época, y le dije: “Lucía, me acaban de botar de El Caimán y me mandan a Juventud Rebelde”. Y Lucía empezó a llorar. Porque podía ser el peor de los castigos y podía ser hasta el fin de tu puta vida.
EC —Acá Ana le pregunta: “Pero ¿qué te podían hacer? –insistió–. ¿Te mataban?” “No, no te mataban.” “¿Entonces? ¿Qué cosa terrible te podían hacer? ¿Censurarte un libro? ¿Qué más?” “Nada.” “¿Cómo que ‘nada’?” “Te hacían nada. ¿Sabes lo que es convertirte en nada? Porque yo sí lo sé, porque yo mismo me convertí en nada. Y también sé lo que es sentir miedo.” ¿Qué es eso de volverse “nada”?
LP —Tuve la suerte de que cuando llegué al periódico Juventud Rebelde… Ayer, aquí, unos instantes después de que me dieron esa condición de visitante ilustre que recibí muy agradecido de la ciudad de Montevideo, se me acercó uno de esos uruguayos que vivían en Cuba, que se llama Rafael Mántaras. Rafael trabajaba en el taller del periódico Juventud Rebelde y me recordó, me dijo: “Leonardo, cuando tú y Tomás –el otro periodista– llegaron fue como si hubieran llegado dos demonios al periódico”.
Pasó algo muy curioso. A los tres meses Tomás y yo formábamos parte del equipo especial que escribía los grandes reportajes para el periódico dominical. Y cambiamos el estilo del periódico y cambiamos el estilo del periodismo en Cuba. Porque en medio de todos esos procesos existían las buenas personas, y existían también el calor, la música cubana. Nunca fue como Moscú, en Moscú no habríamos tenido esa segunda oportunidad. El director del periódico vio las primeras notas que escribimos y dijo: “Estos son los periodistas que necesito para hacer un cambio en el periódico”.
DQ —Paradójicamente.
LP —Y lo que iba a ser un castigo se convirtió en un premio. Tuve esa suerte.
***
EC —Leonardo Padura nació en La Habana en 1955. Es, entre otras cosas, el autor de la saga de novelas policiales protagonizada por el detective Mario Conde. Premio Nacional de Literatura de Cuba 2012, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015.
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DQ —Muchos lectores siguen su saga policial y a través del detective Mario Conde y de su escepticismo y su desencanto han conocido la compleja realidad cubana, sus contradicciones, con variantes. ¿Cómo es el vínculo entre Padura y Conde? Porque parece que se andan confundiendo últimamente.
LP —Ahí hay una relación que creo que en algún momento será un estudio psicológico científico. Alguien tendrá que ayudarme a entender. Hace unos días estaba en Córdoba, en España, estaba hablando con uno de los organizadores del festival al que yo asistía, estábamos caminando por la ciudad, y vimos algo que me evocó un momento de mi infancia cuando hice el catecismo en la iglesia y tal. Empiezo a contarle algo y me doy cuenta en medio del cuento de que estaba contándole un recuerdo de Conde, no un recuerdo mío, y se lo contaba como si fuera mío. Eso me dio cierto temor, porque ya empieza a confundirse una vida y otra vida. Conde es un personaje de ficción, con una historia de ficción; es policía, quiere ser escritor, ha tenido dos matrimonios fallidos, en fin, tiene toda una serie de características personales que yo le creé como personaje. Pero su psicología, su manera de ver el mundo, de entenderlo, de expresar la realidad cubana, es muy cercana a la mía, porque lo creé para que cumpliera esa función.
A lo largo de los años, este personaje, que es un personaje literario, se fue acercando a acercarse a mí y yo me fui acercando a él, y ya ocurren este tipo de simbiosis un poco raras, un poco extrañas en cuanto a hasta dónde llega Conde y hasta dónde llego yo.
EC —Esperemos que esto no termine con un asesinato.
LP —Espero que no. No, Conde no es asesino, Conde es un tipo muy tranquilo.
EC —Al revés podría ser también.
LP —También. [Se ríe.]
EC —Que Conde lo molestara demasiado, que se metiera excesivamente en su vida.
LP —Creo que no, creo que Conde ha sido uno de los premios que me ha dado la vida. Haber creado ese personaje, haber podido escribir –estoy escribiendo ahora otra novela con él, que sería ya la novena– nueve novelas con este personaje me ha permitido tener el mejor puente posible para mirar la realidad cubana con esa nostalgia, ese desencanto, ese escepticismo, pero con ese amor. Nunca hay odio en Conde con respecto a su circunstancia; la entiende, lo entristeces a veces y otras veces lo alegra, y esos matices que hay en el personaje son los matices con los que quiero ver la realidad cubana.
DQ —¿Cómo ha vivido ese lugar tan singular de ser crítico con el proceso cubano, sin optar por el exilio, y a su vez haber sido el primero de su generación en ganar el Premio Nacional de Literatura?
LP —Lo he vivido como se viven las vidas. Ayer decía acá en la Intendencia que hace 23 años cuando estuve caminando por estos mismos lugares, esa plaza que está ahí frente a la radio, no me imaginaba que algún día me iban a declarar Visitante Ilustre de esta ciudad. Me han pasado muchísimas cosas en la vida para las cuales no estaba preparado o me he tenido que ir preparando a lo largo de los años.
Creo que lo principal en un escritor es proponerse hacer seriamente su trabajo, con la mayor responsabilidad posible. Tú puedes escribir del asunto y de los personajes en la época histórica que quieras, pero siempre tienes que tener presente –si eres un verdadero escritor– que lo que estás haciendo puede de alguna manera afectar la realidad por la vía de los lectores. No por la participación política, porque si no se convierte en un panfleto; eso no me interesa para nada, los panfletos los escriben los panfletistas y los discursos políticos los hacen los políticos.









