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Entrevista central, viernes 4 de noviembre: Leonardo Padura

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EC —Usted tiene una visión muy crítica de una categoría de panfletistas. En esas páginas que yo citaba recién, cuando usted habla del riesgo que existía en una época de que lo convirtieran en “nada” como escritor o como periodista, dice: “Le conté de todos esos escritores de los que ya ni ellos mismos se acordaban, aquellos que escribieron la literatura vacía y complaciente de los años setenta y ochenta, prácticamente la única que alguien podía imaginar y pergeñar, bajo el manto ubicuo de la sospecha, la intolerancia y la uniformidad nacional”.

LP —En el caso cubano además las cosas se han puesto, desde hace mucho tiempo, en blanco y negro y tratan de calificarte de escritor “procastrista” o “anticastrista”. Si alguna vez me califican en alguna de esas dos, me mando correr. Yo soy un escritor y escribo de la realidad cubana y si tengo una militancia política no la puedo expresar en mis libros. Creo que la máxima que deben seguir todos los escritores la dijo Flaubert hace ya más de 150 años. A Flaubert lo criticaron mucho cuando escribió Madame Bovary, incluso críticos importantes, escritores importantes de su época en Francia. Y Flaubert en un momento determinado escribe una carta casi pidiendo perdón y dice: “Yo lo único que quería al escribir Madame Bovary era llegar al alma de las cosas”. Esa es la máxima que trato de aplicar a mi trabajo, trato de llegar al alma de las cosas.

EC —De 2009 es El hombre que amaba a los perros, esa novela que citaba recién, una de sus novelas fundamentales, en la que reconstruye la historia de León Trotsky y de su asesino, Ramón Mercader. ¿Por qué? ¿Por qué surgió el interés sobre esas dos figuras?

LP —Es una historia larga, te la voy a resumir. Surge el interés por Trotsky por ignorancia. En Cuba no nos permitían leer a Trotsky, no había libros sobre Trotsky, no se hablaba sobre Trotsky. La imagen que teníamos en Cuba de Trotsky era esa foto de la plaza Roja en la que Lenin está dando un discurso y van despareciendo personajes. Esa foto en la que Trotsky estaba y desapareció es lo que en Cuba se sabía de Trotsky: había desaparecido, era el traidor de la clase obrera, en fin, todos esos epítetos que se usaron contra él.

Y del otro lado está el hecho de que un día supe que Ramón Mercader había vivido en Cuba entre el año 74 y el 78, cuando muere, y que yo pude haberme encontrado con ese hombre. La historia del asesinato de Trotsky por Mercader –por lo menos en mi representación gráfica del tiempo– la veo en el pasado, en la historia, y de pronto que un hombre de la historia esté o pudiera haber estado frente a mí me alarmó. Y me pregunté: ¿cuál pudo haber sido mi relación con este hombre que vino de la historia?

EC —No se lo encontró.

LP —No, nunca me lo encontré.

EC —Cabía la posibilidad, leyendo el libro da para pensar.

LP —Cabía la posibilidad, hubo varias personas que lo encontraron. De esos dos intereses y de mi experiencia en Cuba, de mis lecturas, fue saliendo la idea de escribir El hombre que amaba los perros.

DQ —Además todo se conoce a través de la perspectiva de un cubano. Entonces, además de acercar la historia y esa realidad de la que acabamos de leer fragmentos, se van incorporando ciertos cambios políticos y culturales que se dieron en las últimas décadas. ¿Eso fue una decisión que usted tomó al el principio?

LP —Estos episodios ocurren a lo largo de varios años, y todo lo que ocurre a través de los años tiene que ver con las motivaciones de los momentos y con las evoluciones de los tiempos, y tenía que reflejar esas evoluciones de los tiempos. En estos fragmentos que se han leído se habla de lo que había pasado en los años 70 y 80, se escribe desde una perspectiva que está en los 90 cuando hay un cambio en la realidad cubana, después ha habido otros. Y toda esa evolución por supuesto que debe estar presente si los personajes se mueven en el tiempo.

DQ —Cambiando de rubro, ¿qué es lo que más le interesa a un escritor cubano de series como Breaking Bad, la suecodanesa El puente o The Wirer?

EC —¿Las sigue?

LP —Sí, las he visto todas.

EC —¿Es fácil acceder a ellas en Cuba?

LP —Es relativamente fácil, porque en Cuba existe una institución que se llama “el paquete”, que es gente que de una forma o de otra, muy misteriosa para mí, accede a internet rápido, baja esos materiales y después lo distribuye por la ciudad. Lo vende, es un negocio que existe. Yo soy un fanático absoluto de The Wirer, Breaking Bad, las series danesas me gustan mucho, sobre todo The Killing, me parece que la versión norteamericana no está mal, pero la danesa es muy buena. Y me interesa sobre todo porque creo que esas series son el mejor cine que se está haciendo en estos momentos. Me cuesta cada vez más trabajo encontrar una buena película, una película que me complazca, sin embargo acabo de ver la segunda temporada de Narcos, la serie de Netflix con Walter Moura haciendo el papel de Pablo Escobar, y me parece un producto de una calidad excelente.

EC —¿Qué implica ser una celebridad en Cuba? ¿Cuán diferente termina siendo su vida si la comparamos con la del resto de los cubanos que están en la isla?

LP —Pues no lo sé, porque yo en Cuba no soy una celebridad, en Cuba soy un ciudadano común y corriente. Yo vivo en mi casa, que construimos ladrillo a ladrillo entre Lucía y yo en la azotea de la casa de mis padres, es la misma casa familiar de siempre; mi automóvil tiene 19 años, y ya, las matas de plátano que tengo en el patio, las matas de aguacate que sembró mi padre. No tengo ningún privilegio, ninguno; incluso cuando pasan cosas importantes alrededor de mi persona muchas veces no se conocen en Cuba. No sé si se habrá dado la noticia, por ejemplo, de que ayer fui declarado Visitante Ilustre de Montevideo, porque cuando gané el Premio Princesa de Asturias prácticamente no se dijo. Eso ocurre con bastante frecuencia. En Cuba soy más invisible que visible, pero vivo ahí y trabajo ahí.

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