Por José Rilla ///
Esta semana que se fue sirvió para pensar en el pasado reciente y en el futuro. Transcurrieron ya 35 años del Acto del Obelisco y un grupo de jóvenes que no cumplieron aún sus 30 años animaron una convocatoria interpartidaria para conmemorarlo y alertarnos sobre los peligros que enfrenta la democracia uruguaya. Esta vez, en tarde lluviosa, la cita fue en la calle, en el borde sur del Palacio Legislativo. En otro país, en otro mundo, actualizaron aquella gesta que clamaba “Por un Uruguay democrático sin exclusiones”.
Seregni estaba preso, Wilson Ferreira en el exilio, miles de ciudadanos sufrían la cárcel y la tortura. Y todavía faltaban, en 1983, varios crímenes e infamias, algunos de los cuales comprobaríamos azorados. En el mundo, la Guerra Fría ordenaba fatigosamente la política mundial. Aunque la Unión Soviética tenía todos los signos del agotamiento, no mostraba, ni para los más entendidos, los síntomas de su próxima implosión. Reagan soñaba con ganar la partida.
No había internet, una obviedad que vale la pena tener presente cada tanto para apreciar la calidad de la cantidad de años que han pasado.
Había dos generaciones del 83, si cabe decirlo así, un poco extrañamente.
La nuestra que iba con la edad, andaba por las calles, reanimaba como podía los sindicatos y asociaciones, militaba en los partidos y procuraba recuperar una sociabilidad política cotidiana. Y estaba la otra, la de los mayores como Jorge Batlle y Gonzalo Aguirre, que reunidos por Juan Pivel Devoto entendieron claramente que había llegado el tiempo de tomar la palabra de un modo más claro, más alto, más terminante. Fue decisivo, fue un hito en la serie inaugurada por el plebiscito del 80, ese que todavía espera su fecha patria.
Estos jóvenes de hoy retoman aquel hilo, en otro mundo. Lo saben, por supuesto.
Como generación han sobrevivido al desencanto de sus padres, hartos de la política y metidos en sus asuntos. Enfrentan un virus letal, ese que hace pensar que la política es mero cálculo y mezquindad, pasaporte a la corrupción sistemática, tienda de vanidades y acomodo. Eso pensaban muchos uruguayos, sobre todo los que ganaron, antes del golpe de Estado de 1973.
Estos jóvenes van a contramano: se comprometen en la acción cívica y lo hacen desde sus partidos políticos, sin esconder sus diferencias, justo cuando las causas de la vida en común parecen perder sentido y los partidos, como la democracia, menguan su prestigio entre la gente.
Se trata de una alerta oportuna y valiente que llega para incomodar la siesta, la peligrosa siesta que se viene con la campaña electoral si ella solo se pregunta quién gana, sin importar cómo y para qué.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 30.11.2018
Sobre el autor
José Rilla es profesor de Historia egresado del IPA, doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires. Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Decano de la Facultad de la Cultura de la Universidad CLAEH. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores, ANII.