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Rubén Castillo 100 años: "Mis memorias de Discodromo", por Emiliano Cotelo

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// Por Emiliano Cotelo

Conocí y traté muy de cerca de Rubén Castillo, sobre todo a fines de la década de 1980. Pero antes de eso, diría 10 o 15 años antes, lo había descubierto como oyente.

Comencé a escucharlo diariamente, me atrapó y con el correr del tiempo, sin que él lo supiera, terminó siendo uno de mis referentes o maestros. Sí. Rubén fue uno de los profesionales de la radio que influyeron en mi para que yo me dedicara a este medio de comunicación. (Especialmente al principio, en 1976 cuando, siendo estudiante de ingeniería, a mí se me dio por armar un proyecto de programa de música y me largué a recorrer emisoras a ver si se me abría alguna puerta).

Yo llegué a convivir con Discodromo en televisión. Pero, por razones de edad, el trabajo de Rubén que seguí de manera más directa y continua fue el Discodromo que él conducía en Radio Sarandí, de tarde, de lunes a viernes, de 14.00 a 20.00 hs.

El de la TV estaba dedicado básicamente a recibir en vivo, a músicos y grupos musicales, sobre todo de Uruguay pero también a aquellos buenos exponentes del exterior que llegaban a Montevideo. Recuerdo que no se hacía sólo en los estudios de Canal 12, sino que se movía y solían instalarse en los barrios. Recuerdo haber ido a verlo una vez cuando se emitió desde el gimnasio del Club Atlético Olimpia, frente a la Plaza Colón, cerca de donde yo vivía en aquella época.

De 2 a 8

El Discodromo de la radio iba por otro lado.

¿Cómo definir a aquel programa? Tal vez podríamos decir que era una “revista cultural”. Pero esa es una categoría demasiado amplia. Es necesario describir con un poco más de cuidado aquella larga cabalgata de seis horas.

La base, como su nombre lo indica, eran los discos: la música allí no era en vivo –como en la tele- sino que salía de los “long-play” y los discos “simples” que se editaban acá y afuera del país; una variedad enorme de géneros y de artistas, siempre con el común denominador de la calidad: en Discodromo no había concesiones a lo facilongo ni a lo berreta. A lo largo de la tarde Rubén iba proponiendo música exquisita: la muy buena ya conocida y la otra que descubría cuando apoyaba e impulsaba a nuevos autores y cantantes nacionales (por ejemplo, todo el movimiento de la “nueva” música popular uruguaya que llegó con Los que iban cantando, Jaime Roos, etc.). Pero además lanzaba novedades que él traía de otras partes (o que sus amigos le traían) y que no aparecían en otras radios uruguayas (salvo algunas excepciones, por ejemplo CX 30).

Destaco por ejemplo su énfasis en la Música Popular Brasileña (Caetano Veloso, Chico Buarque, María Bethania, Ney Mattogroso y tantos otros) pero también en la canción francesa, la italiana, la mexicana y toda la música española de finales del franquismo, con nombres como Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Ana Belén y Víctor Manuel, Jarcha y tantos otros, para empezar un grupo de lo más raro y removedor que él eligió para que se escuchara todas las tardes en la apertura de su programa: el grupo Aguaviva, con aquel tema: “Cantaré…”.

Es obvio decir que en aquellos años no existía Internet, pero lo remarco porque para la gran mayoría de sus oyentes Discodromo era LA única oportunidad de acceder a ese tipo de novedades internacionales; muchos de aquellos discos no se editaban en el Uruguay; y muchos de ellos ni siquiera eran productos masivos en sus países de origen.
Rubén y sus amigos preparaban cada tarde una ventana bien abierta a la música del mundo, a UNA música del mundo: la que movía los esquemas, la que –en base a la inteligencia y la creatividad- conmovía y/o hacía pensar. Y no se limitaban a poner al aire esa música: también informaban sobre ella, la comentaban y la analizaban. Rubén no era sólo un disc-jockey, como se llamaba entonces a los conductores de programas radiales de música. Rubén era, para empezar, un periodista musical.

Apoyados en aquella malla cargada de música, Rubén y su equipo desplegaban otros contenidos. En su programa se hablaba de literatura, de cine, de teatro, de ciencias; en definitiva: todo lo cultural.

Sobre esos temas se hacía difusión, pero además, y sobre todo, se entrevistaba y se discutía.

También en esos terrenos el oyente agradecía los abordajes que le permitían profundizar en aquello que ya conocía, pero además agradecía todo lo que aprendía y descubría: lo nuevo, lo no trillado, aquel novelista del cual estaba empezando a hablarse en Estados Unidos; aquella obra de teatro que acababa de estrenarse en Perú; los realizadores cinematográficos que empezaban a abrirse espacio, pese a todo, en Chile.

Por último, Discodromo incluía asimismo juegos. Desafíos que se le planteaban a la audiencia para que respondiera, en algunos casos llamando por teléfono en la misma tarde, en otros escribiendo cartas (aquellas, las de papel, que había que mandar en sobres y por correo), en ocasiones con premios para los ganadores, en otras sin premio, simplemente como ejercicio intelectual y divertimento.

Un agitador

Por todo esto que les estoy contando, Rubén era, cada tarde, lo que siempre fue: “un agitador intelectual”. Y en aquel contexto opresivo de los años de la dictadura, era un soplo de aire fresco muy saludable, que daba fuerzas y ánimo. Mientras las Fuerzas Armadas perseguían, apresaban, desaparecían y torturaban; mientras la actividad política estaba prohibida, la educación intervenida y la cultura misma tenía que moverse acorralada y censurada… Rubén Castillo hablaba entre líneas o incluso llegaba a convocar a una protesta como la del 9 de julio de 1973 a pura sutileza y valentía (“A las cinco de la tarde…”).

Pero sin llegar a esos extremos, incluso en sus contenidos más sencillos y comunes, los que no tenían siquiera alusiones a lo político, igual Discodromo resultaba “contestatario” por el solo hecho de levantar la mira, de no dejarse dominar por la chatura que el régimen promovía, por irse lejos si era necesario para traer otras sensibilidades y creaciones que nos abrieran la cabeza y nos hicieran sentir libres.

Para ilustrarlo quiero detenerme, en particular, en dos de sus innovaciones, muy distintas entre sí.

Traducciones del alemán

A mediados de los años 70 Carlos Maggi estaba prohibido por la dictadura. Pero no por eso se quedaba quieto. Junto con su gran amigo Rubén pergeñaron una maquinación genial que sacudió las tardes de Discodromo.

Un día, sorpresivamente, Rubén leyó al aire un texto que un oyente había enviado a la radio. Estaba firmado por un tal Jorge (sin apellido y sin más datos), llevaba por título “Objeto: Silla” y pertenecía a una serie llamada “Traducciones del alemán”. Era un escrito breve y fascinante, lleno de humor, que generó de inmediato una gran curiosidad en la audiencia.

Y lo digo con conocimiento de causa. Yo era uno de esos oyentes. Yo, que estaba en cama curándome de una hepatitis, fui atrapado por aquella historia y todo lo que vino después.

Con el correr de los días fueron cayendo del cielo otros textos de Jorge, Rubén los leía en Discodromo y volvían a arreciar las especulaciones sobre quién podría ser ese autor joven tan inteligente que tenía a todos en vilo… La conmoción fue tan grande que hasta se publicaron notas en la prensa, dando cuenta de cómo los oyentes salían a la búsqueda de ese misterioso Jorge; algunos aportaban pistas seguros de que era alguien que ellos conocían, otros tejían hipótesis sobre quién podría ser, otros se preguntaban por qué no se identificaba.

Así, durante varias semanas, Carlos (desde su casa, escribiendo disfrazado de Jorge) y Rubén (en el micrófono, haciéndose el distraído) fueron construyendo una gran campaña de expectativa, que llevó con toda naturalidad a la necesidad de publicar “El libro de Jorge”, que todos querían tener.

En julio de 1976 “El libro de Jorge” se publicó, efectivamente, y a su vez fue el volumen inaugural de una colección que se llamó EL CLUB DEL LIBRO, que durante meses y meses llegó a las casas de miles de seguidores de Radio Sarandí con literatura de muy alta calidad, una de tantas acciones de resistencia cultural en aquellos tiempos de oscuridad y represión, pero también una buena fuente de trabajo para Carlos Maggi, Maria Inés Silva Vila, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer y algunos amigos y familiares.

Médano de cielo y mar

Otra línea de trabajo de Discodromo que hoy quiero rescatar era la de sus programas de verano.

Llegado fin de año, Rubén y su equipo se mudaban a Punta del Este. Era una decisión del director de la emisora, Jorge Nelson Mullins, que a Rubén no le convencía demasiado pero a partir de la cual él creaba una nueva variante de su programa, tal vez algo más liviana (¿y qué?) pero en la que podía explotar otros matices y sin descuidar ni un ápice de sus criterios profesionales.

Digo que “se mudaban” literalmente hablando, porque para allá cargaban con montañas de libros, revistas, casetes, cintas y, sobre todo, discos. No hay que olvidarse que en aquella época no existía el MP3 ni el Ipod ni Spotify ni YouTube. Los discos de aquella época, los LP, eran grandes y pesados; y Rubén se llevaba una cantidad para armar la banda de sonido de sus encuentros de cada tarde.

¿Y dónde montaba su tinglado? En los paradores de Punta del Este, entre los cuales iba rotando, según los días y las semanas. En una mesa en la terraza o debajo de una sombrilla, en esas ubicaciones privilegiadas trabajaba Rubén en los meses de enero y febrero.

Recuerdo perfectamente aquellos programas. Eran un placer, por varios motivos.

Primero por el sonido, que no era aquello pulcro y silencioso del estudio: por la radio se colaban el mar y las olas, se colaban las conversaciones de una mesa cercana, los pasos del mozo, algún cubierto tocando un plato, un vaso rozando una botella. Casi diría que uno quedaba encandilado imaginando el sol fuerte reflejado en la arena.

Pero aquellos programas eran un placer, también, por el contenido. En contraste con la frivolidad y la pavada a la que muchos magazines de verano nos han acostumbrado, Rubén se empeñaba en mantener bien alta la calidad de su propuesta. Lo que hacía era aprovechar lo mejor de los turistas y los residentes de Punta del Este. Por ejemplo, tenía a su disposición una cantera muy rica con los músicos y actores que llegaban para presentarse allí. Susana Rinaldi, Norma Aleandro, Serrat, Mocedades, Toquinho, María Bethania, Astor Piazzola, Amelita Baltar y Les Luthiers, entre tantos otros, pasaron todos por su mesa mientras compartían un café, una cerveza o un clericó.

Otro toque singular de aquellos Discodromos de verano era el informe del tiempo. Tenía que ser útil para la gente que quería aprovechar la playa, navegar o pescar, y por eso lo proporcionaba un servicio meteorológico de la Armada Nacional, de allí, de Punta del Este. Una de las cosas raras que tenía ese informe era la descripción del tipo de ola que había en el momento, y las variantes que se producirían en las horas siguientes: marejada, marejadilla, etc. … Aquellos nombres fueron todo un descubrimiento para muchos oyentes que, como yo, no teníamos nada que ver con el mar. Y hubo un oyente especial, llamado Astor Piazzola, un muy amigo de Rubén y un enamorado de Punta del Este, que bautizó de esa manera algunos de esos tangos a partir de la fascinación que, según confesó, le producían aquellos informes meteorológicos cuando los escuchaba en las tardes de Discodromo.

Algo más

Antes de terminar con Mis memorias de Discodromo quiero agregar tres apuntes más.

Uno: en toda aquella gesta Rubén no estaba solo. Junto a él hubo nombres fundamentales. Sé que voy a quedarme corto, pero como ejemplos menciono a Gloria Levy y Ligia Almitrán en la co-conducción; como columnistas a Jorge “Cuque” Sclavo, Luciano Alvarez, Carlos Maggi o Gonzalo Vicino; y Guillermo Torres y Oscar Pessano, que fueron operadores en los controles técnicos.

Dos: Pese a las diferencias que en más de una ocasión Rubén tuvo con la dirección de la emisora, es justo remarcar que Discodromo no hubiera existido sin una radio, Sarandí, y un empresario, Jorge Nelson Mullins, que respaldaban y hacían posible una apuesta cultural como aquella, con todos los riesgos y desafíos que implicaba hacer comunicación en los años de la dictadura.

Tres: Aunque suene obvio, Discodromo y Rubén no hubieran sido posibles sin su audiencia. Aquella apuesta radial tan valiosa logró congregar en torno a los receptores de radio a una masa de uruguayos muy importante, en cantidad y calidad, que convalidaban esa forma de comunicación y que la seguían devota y críticamente día a día, pasara lo que pasara. Rubén lo tenía muy presente cuando se despedía cada noche. El decía: “Hasta mañana…con ustedes, porque sin ustedes Discodromo no existe”.

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