A veces da la sensación de que en el ámbito de la enseñanza el procesamiento de posibles cambios pueden extenderse infinitamente.
Pero mientras comienza una nueva discusión sobre la transformación curricular que pretende el gobierno, que ya se anticipa será tensa, hay un plan piloto que comenzó hace un año y que continúa funcionando sin causar demasiado ruido, como un laboratorio a pequeña escala para una reforma educativa.
Son los Centros María Espínola.
En 2021, la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) transformó seis liceos y seis UTUs en estos centros, así llamados en honor a una docente de importante trayectoria en la primera parte del siglo XX.
Este año se suman 10 liceos y siete escuelas técnicas más, mientras las evaluaciones del primer año de trabajo hablan de una leve mejora en la promoción de los estudiantes.
Los Centros María Espínola se apoyan en tres pilares: uno es el rol de nuevas figuras educativas, que son el facilitador, el coordinador de enseñanza, el coordinador de actividades y participación, y el profesor de tecnología e innovación.
Otra es la participación activa de la comunidad y de las familias de los estudiantes.
Y el tercer pilar es la extensión del tiempo pedagógico: los estudiantes pasan ocho horas en el centro educativo, lo que abarca talleres extracurriculares y trabajo en proyectos. Para esto se entregan tres comidas diarias.
Hoy les propusimos conocer más en profundidad a los centros María Espínola. Para eso, visitamos esta mañana la escuela técnica Flor de Maroñas N°2, una de las que funcionan desde el año pasado; y aquí en estudios nos acompañó el presidente del Consejo Directivo Central (Codicen) de la ANEP, Robert Silva.