Por Emiliano Cotelo ///
Mauricio tiene 29 años. Y en uno de sus antebrazos luce, tatuado, a Mario, aquel personaje de videojuegos creado por la compañía Nintendo en la década del 80.
Este homenaje singular va un poco más allá de reconocer a un protagonista de la infancia de Mauricio. Es, ante todo, un agradecimiento. Porque él entiende que Mario contribuyó a convertirlo en el hombre que es hoy en día.
Mauricio estudió Letras en la Facultad de Humanidades, y hoy trabaja como editor y corrector de estilo. En un ambiente bastante proclive a la erudición, no se ruborizaba al contar que el origen de su gusto por la ficción podía rastrearse en Mario, aquel plomero de overol y bigote que desde hace algunos años resplandece en su propia piel.
Siguiendo los pasos de Super Mario, en la niñez de Mauricio apareció toda una gama de personajes y universos cada vez más sofisticados que lo fueron enamorando de la literatura. Y no sólo de los libros. Suena provocativo, pero él argumenta con mucha convicción que los videojuegos son un nuevo soporte para la ficción. Allí descubrió mundos que poco tenían que envidiarle a las mitologías de la Antigüedad y que, lejos de distanciarlo de ellas, un día lo empujaron, por ejemplo, a estudiar griego.
Mauricio y Pokémon Go
Pienso en la historia de Mauricio a partir del shock que generó este mes en Uruguay el desembarco de Pokémon Go. Ahí también hay historias, personajes y aventuras. Y hay niños, y hombres que fueron niños, que crecieron con ellos.
Confieso que el asunto me tomó desprevenido. Yo me había enterado apenas unos días antes de lo que venía ocurriendo con Pokémon Go en otros países; digamos que llegué justito a la repercusión local. Pero, además, la forma como esta tendencia aterrizó entre nosotros, eso de que el furor global se repetía de manera idéntica en las calles de Montevideo, me golpeó. Sin embargo, superada la sorpresa inicial, pude ir formando una opinión al respecto.
En Montevideo, al igual que ocurrió en otras partes del planeta, el fenómeno modificó la dinámica de la ciudad. Dentro del celular, el juego superpone elementos virtuales con imágenes de la realidad. Sin embargo, lo más increíble ocurre fuera del teléfono: en la calle. Allí, una enorme cantidad de niños y jóvenes encandilados por el juego cambian su forma de circular por la vía pública, dando lugar a una coreografía que algunos han emparentado con la de zombies.
Apocalípticos e integrados
De todas formas, más que el fanatismo que provocó la aplicación entre los menores de 35, a mí me preocupó el rechazo que esta movida generó en quienes se mantienen al margen de ella.
Como suele ocurrir cada vez que aparece una nueva tecnología, el debate se plantea entre apocalípticos e integrados; entre quienes toman distancia del fenómeno de masas y quienes se abrazan a él.
Creo que es muy sintomático que la primera reacción de la mayoría de las personas que están fuera del fenómeno sea la de rechazo.
En mi opinión, el espanto con el que algunos observan este juego habla mucho más de ellos, los que están mirando jugar, que de quienes están jugando con el Pokémon Go. En definitiva, una sociedad que toma distancia de las modas y costumbres de sus niños y jóvenes es una sociedad que se pierde una oportunidad de entenderlos.
Elemental, mi querido padre
El lunes pasado, mientras discutíamos el tema en La Mesa, nos llegó un mensaje del politólogo Federico Irazábal, otro de nuestros colaboradores. En su mail, Federico nos contaba cómo el domingo había salido de “cacería” de Pokemones, acompañando a sus hijos, de 8 y 10 años. El correo electrónico decía: “Pasamos bárbaro. Ellos se divirtieron e interactuaron con otros niños que estaban jugando, comentando cómo iban, etc. Lo mejor, es que gracias a las Poke-paradas ellos pudieron conocer varios monumentos y edificios emblemáticos, y yo aproveché para explicarles el origen y los significados de cada uno de ellos. No le veo nada de malo (a este juego), si se lo maneja con moderación”, contaba Federico.
Creo que por ahí pasan las claves de este asunto: Mantener el canal de comunicación abierto con los hijos y saber establecer los límites cuando son necesarios. En definitiva: lo elemental en la relación padres-hijos, aunque muchas veces lo descuidamos.
Repito: Mantener el canal de comunicación abierto con los hijos y saber establecer los límites cuando sean necesarios. Sin dramatismos. Sin apocalipsis. La juventud no está perdida.
Claro que detrás de Pokémon Go hay un negocio. ¿Y qué? ¿Cuántos entretenimiento, tradicionales y pacíficamente aceptados, han tenido y tienen negocios detrás?
El mundo no se volvió loco. Los botijas (y no solo ellos) están jugando. Y jugar enriquece la vida interior de la gente.
Ya lo veremos dentro de diez o 20 años, cuando nos encontremos con médicos, biólogos, o profesores que llevarán un Pikachu tatuado en uno de sus brazos.
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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 12.08.2016, hora 08.05