Foto: Genya Savilov / AFP
Cuando hablamos de la guerra de Ucrania hoy, a más de un año del inicio del conflicto, la discusión suele centrarse en cuestiones geopolíticas, en la utilización de tecnología militar, en qué significa la presencia de mercenarios y en los impactos económicos en el resto del mundo.
En esa mirada, puede quedar de lado el efecto básico y a la vez el más terrible de una guerra: la pérdida de vidas humanas.
Esas pérdidas no solo se dan por bombardeos o en combate en las calles, como se puede dar en los centros poblados que están directamente en disputa (por ejemplo Bajmut más recientemente): también se dan por la destrucción del sistema de salud.
Un relevamiento de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) da cuenta de cómo la infraestructura sanitaria se ha visto dañada por la artillería de ambos bandos, y cómo las personas que no pudieron huir de las zonas ocupadas, muchas de ellas de edad avanzada o con enfermedades crónicas, no tienen acceso a atención médica.
Al llegar a zonas en conflicto o recuperadas por Ucrania de manos rusas, MSF se ha encontrado con poblados en donde no queda ninguna infraestructura en condiciones para alojar un centro hospitalario.
Para profundizar en esta situación, estuvimos en contacto con Paulo Milanesio, el coordinador general de MSF en Ucrania.