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Un solo pinchazo en el dedo, poco más que una gota de sangre. Con eso, la empresa Theranos prometía revolucionar el mundo de los análisis médicos.
Adiós a las agujas y al tiempo de espera en los laboratorios. En cuestión de minutos, el sistema de Theranos diagnosticaría enfermedades tales como el VIH y la diabetes.
Su dueña, Elizabeth Holmes, vestida siempre de poleras negras y con un llamativo tono de voz muy grave, se volvió una estrella en el ambiente de la innovación en Silicon Valley.
Theranos llegó a acumular un valor de 9 mil millones de dólares, con el respaldo de figuras como Henry Kissinger, y Holmes se convirtió en la mujer más joven en entrar en la lista de Forbes de los más ricos de Estados Unidos.
Hasta que una investigación periodística la hizo derrumbarse.
Este mes comenzó el juicio contra Elizabeth Holmes, y las miradas de Silicon Valley están puestas en ella.
No solo por las noticias y por lo llamativo del caso, que incluso fue motivo de un documental de HBO titulado The Inventor, “la inventora”, sino por el simbolismo.
Hay quienes han tratado de convertir a este en un juicio más grande, en un juicio contra la cultura de Silicon Valley y los riesgos que conlleva.
Lo charlamos en una nueva columna de Disrupción, Tecnología e Innovación con Gustavo Gallino.
