
Este cuento se me ocurrió después de haber visto y leído casi todo lo que se ha escrito y filmado sobre la nacionalidad de Carlos Gardel. La idea fue tomar la historia en tono de culebrón, jugando con las verdades y falsedades que esgrimen los defensores de ambos bandos.
Pero al correr del Word el texto fue tomando otro cariz y me obligó a tomarme en serio las personas, las fechas y los sucesos históricos, a los que fui llegando paulatinamente.
Al final de cuentas escribí una historia que resultó peligrosamente posible.
CARLITOS
No voy a llamar a la radio. Me comprometí con el abuelo a guardar el secreto que me confió poco antes de morir y aunque hayan pasado más de cincuenta años debo respetar la palabra empeñada.
Cuando me hizo la confidencia no pude darme cuenta de las implicancias que tenía porque yo era muy joven y en ese tiempo, estábamos casi en el año 40 recién había sido el episodio del Graff Spee, en Valle Edén no se hablaba del tema. Pero además estaba muy preocupado por la salud del viejo que murió poco tiempo después.
El abuelo, un hombre grande y serio al que todos respetaban y llamaban de usté, conmigo tenía debilidá. Por lo menos eso afirmaba la abuela que a veces me llamaba gaucho bandido como le decía a él cuando le reprochaba sus tardanzas, ¿fue a Rivera o a Bagé?, demoro tres semanas en volver…, y el viejo contestaba serio pero sonriendo con los ojos, porque no te dejás de rezongar y mirás lo que te traje.
Yo lo admiraba al viejo y soñaba con repetir sus andanzas de tropero, domador y contrabandista. Pero lo que más me llenaba la imaginación eran los cuentos de la Revolución del 4, que aunque perdida en el campo de batalla, para mí tenía una aureola de gloria que me emocionaba particularmente.
El viejo no era de prosear mucho, decía que los hombres hablan poco y en serio que lo demás son chismes de cocina. Pero cuando venía de visita el cabo Rodríguez con otros veteranos de la patriada, yo me hacía una panzada de sucedidos que daban para pastorear varios días. Claro que la mitad eran inventos o había que hacerle un descuento grande, pero en ese momento para mí eran la Biblia. Lo que más me gustaba era que lo llamaban sargento, título que nadie más le daba y la forma como se despedían en la portera tocándose el ala del sombrero, hasta la próxima mi sargento, hasta la próxima mi cabo.
La primera vez que habló conmigo de hombre a hombre fue justamente cuando murió Rodríguez. Me hizo sentar a su lado debajo de la enramada del galpón y me contó una historia que nunca había escuchado de boca de Rodríguez a pesar de ser el protagonista. Una noche mientras vadeaban un arroyo llevando caballos para las fuerzas de Aparicio que estaban en Rivera, se cruzaron con una partida del gobierno. En el tiroteo mi abuelo recibió un tiro en el pecho y a gatas lograron huir metiéndose en el monte. El viejo estaba muy mal y tenían que andar muchas leguas para llegar al campamento donde podrían brindarle asistencia. Rodríguez le saco la bala con el cuchillo, lo vendó y lo ató arriba del caballo logrando llegar hasta donde estaba asentado el ejército revolucionario. Después de varios días de fiebre se recuperó quedándole esa tremenda cicatriz que tenía debajo del corazón, por la que nunca me había atrevido a preguntarle a pesar de la curiosidad que me despertaba.
La segunda vez fue en diciembre del 39 pocos días antes de morir, cuando me contó una historia de familia que según dijo ni mi padre conocía. Se trataba de su hermano mayor Carlos de quién el viejo, apenas si tenía un recuerdo.
En la familia se daba por cierto que se había ido al Brasil en el 87 a raíz de una escaramuza entre gente del Partido con los colorados de Escayola que entonces era el Jefe Político de Tacuarembó, y que había muerto en Río Grande sirviendo en la revolución federalista del 93 bajo el mando del General Gumersindo Saravia.
Pero la causa de su partida había sido otra. Carlos que era un mozo muy agraciado y picaflor se había conchabado de peón en la estancia del Coronel Escayola. El muchacho que no llegaba a los 20 años, se puso de amores con María Lelia la menor de las Oliva, que en esos momentos era cuñada del Coronel, viudo de la hermana mayor y entonces casado con la del medio. Paso que la muchacha quien fuera después su tercera esposa quedo embarazada. El Coronel se puso furioso porque él estimaba que las Oliva eran de su propiedad y mando una partida en procura del osado que se había metido en su rodeo. Mal destino habría tenido el pobre gaucho si no le hubieran advertido a tiempo, tal vez la propia María Lelia y hubiera huido como un matrero rumbo al Brasil. Nunca más volvió a Tacuarembó. Con el tiempo trascendió que había muerto en la revolución del 93. El abuelo en sus largas andanzas por Río Grande trato de encontrar algún rastro, pa´ dejarle aunque sea un puñado de flores, pero no tuvo suerte.
Sin embargo el dolor más grande que guardaba el viejo fue que el arbitrario de Escayola le saco el gurí a la madre y se lo dio a una mujer para que lo criara como si fuera guacho. Con voz temblorosa me dijo, esa no se la pude cobrar yo pero se la va a cobrar Dios…
Pocos meses después de su muerte me radiqué en Montevideo. No me gustaba nada la ciudad y menos tener que parar en la casa de mi tía Antonia y la solterona de mi prima Jacinta, pero los deseos más caros de los viejos es que fuera dotor y no los podía defraudar.
Había avanzado bastante en mis estudios de Derecho y ya estaba de novio con Marujita cuando asocié por primera vez la información que me había dado el viejo, con la incipiente polémica entre los que después se llamaron francesistas y uruguayistas sobre el origen de Carlos Gardel.
Durante mucho tiempo fue fácil ser el albacea de tal testamento, si lo hubiera contado nadie me habría creído y habría hecho el ridículo. Ya estaba trabajando en el estudio de mi futuro suegro y participando activamente en el Partido por lo que callarme la boca, no me da vergüenza decirlo, me convenía.
Quién podía imaginar que después de tantos años cuando los ecos de la polémica estaban casi agotados, se iba a habilitar una investigación de paternidad. La idea surgió de un equipo de antropólogos forenses muy prestigiosos, que habían trabajado en busca de los restos de detenidos desaparecidos en el Uruguay y la Argentina y un grupo de estudiantes de la Udelar.
Al fin se iba a saber la verdad o hijo del Coronel Escayola y María Lelia Oliva o francés de Toulouse. Pero la gran sorpresa, lo que nadie excepto yo esperaba, fue que Carlitos Gardel resultara hijo de María Lelia pero no de Escayola.
La repercusión fue inmediata, no hubo medio en el mundo que no hiciera referencia a la incógnita sin develar sobre el origen del mejor cantor latino de todos los tiempos. Tacuarembó se llenó de periodistas y de “investigadores” que están haciendo especulaciones de todo tipo, algunas no muy alejadas de la verdad.
Sin embargo lo más importante de todo es que se terminó con el folletín hipócrita que le inventaron los que lo agasajaban y se lucían con él en Palermo o en París, pero les daba vergüenza que su ídolo fuera un guacho criado por una mujer de dudosa reputación.
Yo por un momento pensé si no debería decir la verdad de una buena vez y estuve a punto de llamar a los muchachos de la radio. Sé que aquí en Tacuarembó voy a ser tratado con respeto y consideración, esos gurises fueron alumnos míos en el Liceo departamental. Pero le hice una promesa al abuelo y tengo que cumplirla. Además es mejor que se mantenga el misterio, a Carlitos le cae tan bien como el gacho gris. Por el viejo, por mi tío Carlos y por el que cada día canta mejor, salud…
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