Desde la audiencia, Rodrigo señala lo que considera una mirada prejuiciosa sobre los espectáculos del carnaval montevideano.
Con el espíritu y el corazón aún fortalecido luego de la actuación en el Teatro de Verano de mis amigos parodistas de Aristóphanes, y mientras escucho en las radios “carnavaleras” los comentarios de la competencia rubro a rubro, me decido a escribir, aunque con una semana de atraso, esta columna de opinión sobre ¿nuestra máxima fiesta popular?
Reconozco que toda mi vida fui un montevideano promedio, alguna vez pisé un tablado, pero a ver murga. La última vez fue en el Albatros, cuando la Falta todavía ganaba y yo iba casi de la mano de mi padre.
Desde hace algunos años, a raíz de vínculos de amistad, comencé a conocer la interna del carnaval montevideano, al principio como “hincha” de un conjunto de humoristas (si se puede llamar “hincha” a quien simpatiza con un conjunto porque tiene a un amigo en él y quiere que le vaya bien), y luego decididamente como integrante técnico de un conjunto de parodistas, la categoría más “controversial” del carnaval.
Sin duda mis conceptos no serán objetivos y casi seguramente sean políticamente incorrectos, pero la experiencia que he vivido en estos últimos años me ha llevado a elaborar algunas teorías sobre el carnaval y los prejuicios que hay dentro, fuera y alrededor de él.
Existen las luchas de poder; como en todos lados hay “mafias” o por lo menos gente que actúa con los códigos de la misma, y luego se escudan tras su maquillaje carnavalero y su mueca de sonrisa.
Está la visión de los teatreros “cultos” que miran de reojo el arte popular, y la de los teatreros “de febrero”, que salen en carnaval casi de contrabando para que sus colegas no los vean, pero disfrutan más de un tablado que del Teatro Solís o la Sala Atahualpa. Están quienes salen por plata, porque las figuras del carnaval ganan mucha, más de lo que nos imaginamos, y quienes salen porque van con amigos y les encanta ir en ómnibus (otrora camión) y tomarse una cerveza al final de una jornada de tablados.
Está el público que critica a tal o cual categoría sin haber visto nunca un espectáculo; quienes solo van al tablado y se llevan una imagen, y quienes solo van al Teatro de Verano y se llevan la imagen contraria.
Están los propios carnavaleros, que durante el verano piensan que el mundo gira alrededor de ellos, y no se dan cuenta de que, si lo que escuché últimamente es correcto, en un país de tres millones de personas solo 150 mil siguen el carnaval.
El carnaval montevideano es un prejuicio en si mismo. Hay prejuicios entre las mismas murgas (las clásicas y las “jóvenes”), y ni hablar entre los parodistas: están los clásicos, con música melódica y parodias ¿“livianas”?, y los nuevos parodistas, reflexivos y que buscan romper con los anteriores.
Hay prejuicio en el público, que prácticamente solo habla de murgas y considera que los demás espectáculos son accesorios y un mal necesario del carnaval. Me llama la atención como se habla con liviandad sobre revistas, lubolos, humoristas y parodistas, cuya producción muchas veces supera a la de una obra de teatro tradicional, que se debe montar en 15 minutos y desarmar en 10, sin poder ensayar en el lugar donde se desarrollará el espectáculo y solo tienen una hora unos días antes para probar sonido y luces, sin poder traer la escenografía. Considerando todo esto, y que además por definición un espectáculo de carnaval debe hacer reír o por lo menos despertar la sonrisa y el entretenimiento, me parece un milagro el nivel que se alcanza, hasta en sus expresiones más humildes.
Está el prejuicio de “la mujer semidesnuda”, que cuando baila candombe es la representación viva de la cultura afro uruguaya (no importa su color de piel), pero cuando sale en Showmatch es tildada de objeto sexual manejado por el mercado televisivo. Está el prejuicio del teatro y el cine, donde muchos críticos de invierno directamente no registran los espectáculos y guardan silencio, cuando por la puerta trasera muchos actores y actrices de primera línea del teatro y el cine participan en conjuntos de carnaval y van desarrollando su carrera junto al carnaval, llegando luego incluso a ser parte de la Comedia Nacional.
Podría seguir comentando incongruencias que se despliegan alrededor de esta expresión popular… pero los comentarios ya terminaron y mañana me espera un día largo, como a los carnavaleros que tienen que volver a trabajar después de cinco tablados por noche.
¡Feliz prejuicioso carnaval!
Arq. Rodrigo García Macchiavello
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