“Ganar sin estridencias, perder con dignidad, con humildad”, había postulado el director técnico de la selección uruguaya, advirtiendo que hay que cuidarse de “considerarnos únicos en algunas cosas”. En sus declaraciones de pocas horas después, Luis Suárez demostró no haberlo entendido, dice Emanuel desde la audiencia.
En la conferencia de prensa post partido de Uruguay con Portugal, el periodista Federico Paz preguntó al maestro Oscar Tabárez: “¿Por qué Uruguay marca ese diferencial con el resto, de trancar con la cabeza? ¿Es el perfil de jugador que usted elige? ¿Es el gen ganador o como concibe el fútbol el jugador uruguayo? ¿Es lo que usted transmite? ¿Es lo que se contagia en un plantel que viene trabajando hace tiempo? ¿Qué explicación le encuentra a eso que emociona a todos?”.
La pregunta del periodista tenía un presupuesto muy claro: el axioma de que la entrega o la garra es patrimonio exclusivo de los uruguayos.
El maestro Tabárez, en otra lectio magistralis a las que nos tiene acostumbrados, le responde: “Yo me permito decir que tenemos que tener cuidado con considerarnos únicos en algunas cosas. Me parece que es una posición poco humilde. Todos los equipos tienen jugadores que se brindan…”. Luego de desarrollar un poco más la idea, concluyó con la frase que resaltó más en el fin de semana: “Cuando se tiene la suerte de ganar, hay que ganar sin estridencias; y cuando nos toque perder, perder con dignidad, con humildad”. El mensaje del maestro Tabárez resultó diáfano. Huelga la necesidad de comentarlo o explicarlo.
Sin embargo, el pasado martes 3 de julio, apenas 48 horas después de la conferencia de prensa, se le realizan varias preguntas a Luis Suárez y resaltó la que hacía referencia al delantero del seleccionado francés, Antoine Griezmann, y su sentimiento de simpatía y cercanía con el Uruguay, producto de sus amistades con Carlos Bueno, Cristian Rodríguez, Diego Godín y José María Gíménez.
Suárez respondió: “Por más que diga que es medio uruguayo, es francés y no sabe en realidad lo que es el sentimiento de un uruguayo. Él no sabe la entrega y el esfuerzo que hacemos los uruguayos desde chicos para poder triunfar en el fútbol, con tan pocas personas que somos. Y eso lo sentimos nosotros. Tendrá sus costumbres, su forma de hablar y todo eso de uruguayo, pero el sentimiento nosotros lo sentimos de otra manera”.
Suárez se ubica, con estas declaraciones, en las antípodas del pensamiento del maestro Tabárez y lo ubica en una posición penosa para quien suscribe. Cuando deberíamos estar orgullosos como uruguayos de que un extranjero abrace nuestros valores y costumbres como propios sólo por el simple hecho de haber tenido algunas amistades uruguayas (lo cual habla muy bien de esos amigos y de los uruguayos en general), Luis Suárez le sale al cruce con expresiones despectivas (“por más que diga que es medio uruguayo, es francés” como si fuese malo serlo) que denotan un rasgo de su personalidad que evidencia una actitud típica del resentido que se victimiza por las dificultades de su pasado y que, por más que haya llegado lejos y triunfado en la vida profesional y familiar, acumulando enormes sumas de dinero y fama, siempre tiene algo que envidiar o reprochar en el otro.
Pero por otro lado, parece que Suárez no se enteró de que Francia tuvo que levantarse del polvo al ser devastada por dos guerras mundiales que la dejaron como un muladar. Si bien Griezmann no es hijo directo de esa generación, ningún uruguayo lleva en sus genes la información que se transmite de generación a generación conteniendo la noción intrínseca de la supervivencia y la superación que, en el caso de los galos, proviene de una época difícil para ellos pero muy dulce para nosotros ya que, mientras Europa se consumía en el horror bélico, Uruguay florecía como una nación próspera e igualitaria y ganaba torneos sudamericanos y copas mundiales más seguido que ahora. Hasta estoy empezando a creer que por eso ganábamos tanto: porque nuestros rivales estaban diezmados.
Afortunadamente, estoy convencido de que a la mayoría de los uruguayos nos representan ampliamente más las palabras que día a día y con tanta generosidad nos regala el maestro Tabárez, que las puerilidades de Suárez.
Emanuel Seropián
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