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Nostalgia y anhelo

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Entre extrañar a mis hijos y nietos, entre estar en la casa de mi compañera habitualmente, y un par de días por semana en mi casa (para ver cómo anda todo, regar las plantas), transcurre mi encierro.
Entre series en Netflix, leer sobre el virus, preparar clases, cumplir con responsabilidades de docente, consejero de la facultad de ciencias, cumplir con tareas que me encomendó la Udelar, va pasando el tiempo.
A veces reviso el guasap, y veo fotos y situaciones previas a la pandemia… y valoro lo que no valoré antes. Los abrazos con amigos, parientes. Estar con mis nietos. Sentirlos en vivo y no solo gracias a la magia de la tecnología. Me doy cuenta de que hay más gente que extraño que la que hubiese pensado. Valoro más la vida de lo que la valoré antes. Entiendo y comparto lo que estamos haciendo: hay que estar lo más aislado que se pueda para no propagar o contraer al virus. Pero soy humano. Y como tal necesito lo que no pensé jamás: estar cerca de la gente. No solamente de mis amigos sino de la gente como tal, simplemente de la gente. Supongo que a todos nos pasa lo mismo. Ir a Solís, ver mis plantas y flores. Ir a Piriápolis y ver al Puerto Vírgenes de Claudio Invernizzi. Y darme una vuelta por el boliche El Toborno. Ser yo de nuevo. El que se calienta y discute en la cara. Este, el de la cuarentena, no soy yo. Soy alguien a quien no reconozco. Pero sigamos cuidándonos. Y ya nos daremos un gran abrazo, fuerte, de los que se sienten en el alma. Los quiero y extraño más de lo que pensé.
Salú a todos y todas.
Héctor

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