
Estimados:
Les envío un cuento verídico. El consuelo es que no debo ser el único. Enseguida me jubilé.
Saludos
Danilo Ríos (*)
«No se meta, que siempre se hizo así», me dijo el gato Martínez, experimentado capataz de los mecánicos de la Sala Eléctrica y destacado alineador de los equipos de bombeo.
En julio de 1989 yo daba mis primeros pasos como Jefe de Guardia de la planta de Aguas Corrientes. En aquel entonces, la alimentación eléctrica del establecimiento dependía de la estación reductora de Canelones, y las interrupciones del suministro de energía eran frecuentes. «Hay corte de corriente» era la frase más temida por nosotros, los ingenieros de guardia, pues estos eventos paralizaban en seco las operaciones y sumergían a la planta en un silencio absoluto.
El asistente técnico Erwin Alfonso ya se encontraba en la sala cuando, a las dos de la madrugada, llegué empapado por la lluvia. Los relámpagos iluminaban con intermitencia el ambiente al filtrarse por las ventanas, revelando a los operarios que, armados con linternas, se movían en todas direcciones en su frenética labor.
El gato miraba con atención el manómetro situado en la pared posterior del sector izquierdo del edificio, que indicaba la presión de la 3era línea de bombeo, topeada en 130 metros de columna de agua por razones de seguridad.
A pesar de que mi formación profesional y el ímpetu de la juventud me instaban a buscar métodos más eficientes para organizar las tareas y poner en marcha la planta, no consideré prudente reclamarle al gato mi derecho a ejercer la autoridad―o me faltó valor para hacerlo―, y opté por dejar que el operativo siguiera su curso.
La percepción que tenía era clara: había un rechazo generalizado hacia el cambio, hacia la modernidad y hacia las nuevas tecnologías. Y, sin embargo, esa singularidad me atraía; me motivaba la idea de enfrentar el reto de trabajar en un lugar donde lo antiguo y lo nuevo se mezclaban con un equilibrio casi simbólico. Pasado y presente convivían en armonía, como si hubieran sellado un pacto tácito de respeto mutuo.
Con el paso del tiempo, casi sin advertirlo, dejé atrás la etapa de novato. Mi camino se llenó de proyectos, retos profesionales, motivaciones que me impulsaron y decepciones que me enseñaron, todo ello esculpiendo poco a poco mi carácter.
La experiencia acumulada en la empresa durante 32 años me llevó, casi al final de mi carrera, a ocupar el puesto de gerente técnico de la región metropolitana. Lejos de depender exclusivamente de mi trayectoria, seguía enfocado en mantener vivo mi espíritu innovador y mi compromiso con los avances tecnológicos y científicos.
Mi gerencia era responsable de controlar en primera instancia la calidad del agua que se producía en Aguas Corrientes y se distribuía en la ciudad, una tarea que disfruté profundamente y con la cual estaba comprometido.
Cierto día, entablé una discusión en buenos términos con un funcionario que había propuesto modificar la secuencia de unos trabajos. En paralelo a la elaboración de su tesis de maestría, el joven cumplía funciones bajo un contrato temporal en la unidad Calidad de Agua Metropolitana, lo cual le permitió adquirir un profundo entendimiento de las tareas que allí se realizaban.
Por aquel septiembre de 2021, yo estaba convencido de poseer las cualidades necesarias para ser un jefe dialogante y empático, capaz de entender a mis interlocutores según las circunstancias. A pesar de ello, no recuerdo las razones, si es que las hubo, que me llevaron a asumir una actitud reprobatoria en aquella ocasión; estaba inclinado a rechazar de antemano la propuesta.
El joven esgrimía sus argumentos con profesionalidad y los exhibía en frases impecablemente hilvanadas. Me exigía respuestas que, lejos de aportar soluciones, se reducían a justificaciones burocráticas sustentadas en conocimientos casi obsoletos que ya no se ajustaban a la realidad. Al ver que el diálogo se prolongaba sin un desenlace satisfactorio, decidí apoyarme en el procedimiento oficial aprobado por la gerencia general y sostuve que debíamos ajustarnos a él. Luego, miré el reloj con la intención de poner en evidencia que el tiempo dedicado había excedido lo prudente.
La reunión se extendió no más de cinco minutos. La mirada del futuro magíster transmitía una mezcla de desconcierto y resignación ante la falta de apoyo institucional. Parecía interpelar la rigidez y la inercia de un sistema que excluía a los jóvenes y se resistía a revisar sus mecanismos.
Como si el tiempo tejiera sus propias ironías, aquellos que alguna vez encendieron la llama del cambio ahora se resguardaban en la sombra de la costumbre, temerosos y reacios a toda innovación. Me invadió la sensación de estar inmerso en ese ciclo.
Y el coloquio llegó a su fin cuando, al asir el pestillo de la puerta de salida, retumbó en los oídos del joven una frase que emergió desde mis adentros en forma espontánea: «No es necesario cambiar la rutina de muestreo, siempre se hizo así».
(*) Danilo Ríos, Ingeniero civil y Magíster en Ingeniería ambiental, es docente del Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental de la Facultad de Ingeniería (Udelar)
Fue gerente general de OSE (2006-2015) y luego director de Saneamiento de la Intendencia de Montevideo (2015-2018)









