La audiencia opina…

Sobre la serie "Adolescencia"

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Después que terminé de ver la miniserie “Adolescencia” escribí unas líneas.

Creo que lo que deja al terminar de verla es más que un gusto amargo o un malestar. Tal vez la palabra que más se ajuste, por lo menos en mi experiencia, es sentir que nos enfrentamos al umheimlich: lo siniestro. Lo inquietante y a la vez tenebroso. Eso que es familiar y al mismo tiempo desconocido.

Desde el punto de vista audiovisual la ejecución es impecable. El último capítulo hace evidente, por si llegara a quedar alguna duda, que no solo Jamie y su padre, sino su madre, son excelentes actores muy bien dirigidos. Los prolongados planos secuencia, infrecuentes en las series televisivas, incomodan porque quisiéramos dejar de ver esa realidad molesta que sin embargo no desaparece de nuestra vista ni se fracciona en tomas breves que puedan aliviarnos o esconder algo que no entendemos, pero presentimos.

Pensándola en términos de género cinematográfico, no puedo evitar pensarla como una versión bastante creepy de una “coming of age” contemporánea. Solo que a diferencia de las novelas o películas de transición hacia la edad adulta aquí no hay proceso. Hay un corte tan furioso y fugaz como las puñaladas de Jamie. Y así de incomprensibles, tanto para nosotros como probablemente para el propio personaje.

Para mi uno de los temas centrales (o al menos más originales) de la serie es la construcción de la masculinidad. Ese padre que siente que se hizo fuerte a través de los golpes del cinturón de su padre, pero que juró que no haría eso con su hijo, cumplió su promesa, creyendo tal vez que eso era suficiente.

Pero llegado el momento, frente a los mandatos implícitos sobre qué es “ser hombre” (como si fuera un acto de conversión basado en la fe) Jamie está solo frente al mundo convertido en pantalla.

La imposibilidad de comunicación entre las generaciones, atravesada estructuralmente por los cambios tecnológicos, creo que es otro tema clave. La inmersión de los nativos digitales en el mundo de las redes, la ignorancia de los padres de los nuevos códigos, la imposibilidad de encontrar lugares y códigos comunes: de entender y de entenderse. En esta serie, sin embargo, los adolescentes parecen entender más a los adultos que lo contrario. El hijo del detective le explica a su padre el significado de cada emoji. Jamie sabe perfectamente cuáles son las expectativas que su padre (a quien admira) tiene sobre él. Los adultos –esto se ve claramente en el episodio con la sicóloga—quieren entender, pero sobre todo entender lo que él entiende.

Podríamos pensar que todas las instituciones que podían haber “salvado” al hijo, le fallan: la secundaria, la familia, el sistema penitenciario. Todas están impregnadas no solo de violencia estructural, sino de niveles de agresividad explícitos. ¿La familia le falló a Jamie? ¿Es en algún grado responsable de aquello en lo que ese adolescente se convirtió?

Frente a un asesinato, a la muerte de una joven con toda una vida por delante, todo enmudece, o todo debería enmudecer. Sin embargo, ese adolescente que finalmente decide asumir su culpa cumpliendo tal vez así su ritual de pasaje a la edad adulta como señala Eleanora Achugar ayer en la diaria–, también tenía toda la vida por delante. “Él se lo buscó”. ¿En serio? Ese adolescente brillante, ese casi niño hermoso, de cachetes rosados, que podría en otra trama encarnar la ternura o la inteligencia es, sin embargo, pura vulnerabilidad aún en su crueldad. No en vano la música del final del segundo capítulo, cuando la cámara va alejándose más y más alto sobre el estacionamiento donde sucedió el asesinato es

“Fragilidad” de Sting, pero –como otros temas de la serie—cantada por adolescentes:
On and on / the rain will say / how fragile we are / how fragile we are.
Una y otra vez la lluvia dirá cuán frágiles somos.

Inés de Torres


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