Por Eduardo Rivero ///
Jueves, 2 de marzo de 2017. A media tarde la sala del Teatro Solís estaba vacía. Hay pocas visiones más impresionantes en un Montevideo bajo techo que esa sala con sus butacas y palcos sin ocupar. Sobre el escenario, Dino y yo, sentados en dos viejas sillas de madera nos poníamos al día tras bastante tiempo sin vernos. Lo ví más canoso, más encorvadito, más a la intemperie respecto a la lluvia de años que a todos nos ha caído encima. Era el mismo Gastón Ciarlo, sin embargo.
El mismo tipo absolutamente querible, inteligente, agudo en sus comentarios; el mismo hombre capaz de reírse, en primer lugar, de sí mismo. Una figura gigantesca de la música popular uruguaya que uno juraría que ignora su estatura artística; seguramente la sabe, en realidad, pero nunca la pone en juego delante de otro, sea quien sea.
El mismo Dino que conocí en 1971 en el estudio de una radio, cuando se promocionaba un espectáculo en el Teatro El Galpón en donde él iba a ser principalísima figura, y yo debutaba junto a dos amigos, presa del más absoluto pánico. Charlamos, esa tarde de marzo de este año, sobre el tornado que el 15 de abril de 2016 había arrasado Dolores, su ciudad adoptiva, sin perdonar, por cierto, a su propia casa que quedó destruida.
—Peleás durante más de veinte años por establecerte en un lugar, por tener tu casa, y en un minuto no queda nada—dijo con una amargura que llevaba meses y meses de vigencia y que parecía no haber aflojado ni un minuto.
Esa noche, frente a un Solís repleto, se hizo el primero de los dos multitudinarios homenajes a nuestro común amigo Eduardo Darnauchans y Dino la rompió totalmente cantando Cápsulas del Darno con las inflexiones características de su voz absolutamente iguales a las del Dino de siempre.
Pocos artistas uruguayos son tan queridos. Pocas voces son tan fácilmente reconocibles por el uruguayo de mi generación y me atrevería a afirmar que también de alguna que otra generación que llegó después. Pocas obras retratan con acordes, melodías y palabras simples tan hondamente a este país y su gente.
El viejo y querido cantante de protesta de los 60 -como se decía entonces- pasados los 70 años de edad sigue igual a sí mismo y en rodaje, sin importar el pelo y la barba blanca ni la espalda algo más encorvadita. Hay Dino para rato.
El Dino que arrancó en los 60 con bandas como Los Gatos y Los Orthicones, que siguió con sus primeros discos simples como solista de 1969 y su primer álbum de fines de 1970, el de bandas como Montevideo Blues, Los Moonlights y la menos recordada pero interesante Cero Tres sigue en el trillo.
El de canciones como Milonga de pelo largo, Vientos del Sur, Hay veces, Noche de lluvia, Quizás hacia el norte, Pasa el tiempo… el de discos como Vientos del sur, Hoy canto, Cruzar el río, sigue ejerciendo su magisterio sin saber que enseña ni que su obra es un aula permanentemente abierta a todos quienes aspiran a llamarse cantautores en este país, sea su música como sea: de la milonga rural a la electrónica.
Su nuevo disco se llama Memorias nuevas. Apenas lo tuve en mis manos, miré el tracklist y las autorías de cada tema. Vi que tal vez por primer vez en su carrera aparece como intérprete de temas de otros autores. Lo había hecho antes en realidad, pero nunca con cuatro canciones de otro en un mismo disco. Vi que abundan las coautorías, más que nada con Walter Bordoni. Vi que hay apenas dos canciones enteramente suyas en letra y música. Y pensé que bien podría tratarse de un signo de que Dino ya no es quien era. Grave error.
Las coautorías con Bordoni están muy buenas y en ellas las letras sencillas pero de certera poesía de Dino brillan como siempre. Los dos temas totalmente propios, 15/4/16 y Amanece en Dolores, dedicados al que desde hace muchos años es “su pueblo” (por más que Dino sea uno de los más genuinos montevideanos que he conocido, nacido y criado en Punta Carretas) son muy buenas canciones. Y las cuatro versiones son absolutamente preciosas. En particular su lectura del gran tema de Eduardo Falú y Jaime Dávalos Las Golondrinas, y de nada menos que el enorme clásico de Alfredo Zitarrosa A José Artigas, que Dino lleva a su terreno y lo canta como si fuera suyo. En realidad hace bien, porque los temas de Zitarrosa son suyos, míos y de todos nosotros quienes, al decir de Wilson Ferreira Aldunate, formamos parte “de esa comunidad espiritual llamada Uruguay”.
Hay pocos instrumentos. Más que nada guitarras, bajo, mínima percusión. No hay el menor virtuosismo en el toque. Todo está en función de la canción como historia de tres minutos que debe ser narrada y comprendida. El disco deleita y seduce. Es Dino. Suena a Dino y su voz sigue siendo tan inconfundible como siempre y goza de muy buena salud.
Aquí queda demostrado una vez más -como también lo demostraba el Darno-, que es posible hacer enormes canciones con elementos simples, acordes de primer año de guitarra… arrancar en do mayor, pasar a fa mayor, seguir en sol mayor, volver al do… o ir del re mayor al sol y al la mayores y no salir de ahí, no complicarla, no agregar adornos que en otros autores son tan ricos, pero a la vez tan vacíos. Memorias nuevas no es la excepción: canciones sencillas, conmovedoras, certeras, poéticas, verdaderas. Una vez más, las canciones de Dino.
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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.