Blogs

El libro de Jorge
Objeto: Botón

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Traducciones del alemán

Objeto: Botón

Como quedará demostrado en el presente opúsculo, el botón es un mal ejemplo que nuestros hijos no deben conocer.

El método más seguro para diferenciar un buen disco fonográfico de un botón, consiste en el recuento de agujeros. En principio, un long play tiene un solo orificio central, mientras que un botón presentará, por lo regular, dos o más perforaciones, hasta completar la cifra de cuatro, que es la más común. Los discos son recomendables para la juventud; los botones, no.

Felizmente, no se han inventado gramófonos que arranquen buen sonido de los botones, así se utilicen púas de diamante; en cambio, las estadísticas muestran que de cada diez mil discos, uno contiene música aceptable. Es una gran suerte que los muchachos quieren comprar discos, y no botones. Problema mayor impone la separación entre los indeseables botones y las pacíficas pastillas de menta, las medallas conmemorativas y las tortas fritas.

En más de una ocasión el investigador se siente perplejo a punto de abrochar una golosina. No debe olvidarse, pues, la nota diferencial ya destacada: las obleas, las piezas numismáticas, y el consuelo de los días de lluvia, carecen de toda forma de perforación geométrica, como no sea la concéntrica (véase: rosquitas, salvavidas, monedas africanas). Se justifica, en consecuencia, insistir con el método clásico del dos a cuatro: todo plato con cuatro agujeros reunidos en el centro, a la manera de los puntos del dado (pero más juntitos), puede afirmarse que es botón, salvo que se trate de una rueda del automóvil de cuatro tuercas. En esa última hipótesis, debe recurrirse a la reacción Bourdon; y a falta de un buen manómetro, al clavado de un alfiler sobre el borde exterior del aparato: si se produce un largo silbido, puede afirmarse que el objeto es de rodar y no de prender. Ahctung: sería muy peligroso cerrarse el saco con la auxiliar del coche, porque al vestirse así, la gente no sabría si uno está viniendo o se está yendo. Por eso no conviene abrigarse sin tener a mano un manómetro Bourdon o, por lo menos, una punta de acero, y probar, cada vez, antes de abrir el ojal, si los botones chiflan o no.

Debe ponerse especial atención en el caso de la rueda giratoria, o rueda gigante, que es dable encontrar en los parques de diversiones. En tal circunstancia, pinchar violentamente hundiendo la punta de un puñal en el borde exterior de la rueda puede arrancar intensos chillidos claramente diversos, del típico escape de un gas comprimido a presiones superiores a las 20 libras.

Pese a todo, corresponde tomar ambas respuestas como equivalentes. Los ayes de dolor de los pasajeros heridos resultarán inconfundibles, a poco que se practique el método, porque es imposible asimilar el reventón de un neumático con el sonido sutil de un alma que sube al cielo; pero lo importante no es eso, sino confirmar el principio: si es sibilante, si expira de un modo u otro, habrá rueda y no botón.

En síntesis: el botón no tiene surco de sonido ni borde que se desinfle por una u otra razón; el botón es callado por naturaleza. Por esto, y porque siempre se confunde silencio con bondad, es que tan seguido se cantan los “al santo botón”. Y, sin embargo, nada hay menos santo que él.

Silencioso y quieto, en la vereda de enfrente del ojal, el botón espera pacientemente, como si hubiera echado raíces en ese sitio; pero no es difícil adivinar sus intenciones: tiene una idea fija; está atado por hilos de concupiscencia. La buena gente tarda en descubrir propósitos detrás de una cara inconmovible como la suya.

Indigna, a veces, ver en el autobús un sujeto viajando tan campante, con el cuello de la camisa desprendido. ¡Qué provocación gratuita! Sin duda un lindo estímulo para muchos depravados seguramente lectores del señor Alberto Maravia, especialista en situaciones eróticas inquietantes. ¿Qué estará tramando el botón de ese cuello abierto para el momento en el cual el portador de la camisa decida ponerse corbata? Cualquier contestación ofendería el decoro.

¡Se hace tan increíble imaginar un sacerdote cerrándose el abrigo a la puerta de su propio templo o una santa madre abotonándose el delantal ante sus pequeños!

No es necesario ser cuáquero para rechazar indignado esta manera descaradamente sexual de sostener la ropa en su sitio.

Escribe el pastor Wilcox, Jeremiah: “Cada ojal es una semilla de prostíbulo, y cada botón, un capullo de lascivia. Huyamos a los campos nudistas para librarnos de los asedios de tanta lujuria”.

* * *

De El libro de Jorge, Club del Libro n°1, agosto de 1976

Continúa en…
El libro de Jorge: Objeto: Silla

Comentarios