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El libro de Jorge
Objeto: Cigarrillo

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Traducciones del alemán

Objeto: Cigarrillo

Por tratarse de algo inestable y huidizo, que a las primeras de cambio se hace humo, no es fácil tarea aprehender un cigarrillo. (El lunfardo carcelario dice: prender un cigarrillo, como si se tratara de un delincuente).

Solo el método de la película de cine pasada al revés permite aislar científicamente este objeto, recuperándolo del aire. Proyectada en sentido inverso, una toma panorámica que baja desde lo atmósfera, muestra cómo el azul difundido por el cielo se agrupa lentamente, afelpándose en torno a una determinada persona (que en adelante llamaremos bomba aspirante–expelente), hasta que el aire se condensa en hilos de humo, los cuales hilos entran por los orificios de la nariz de la bomba, pasando de inmediato a esponjarse en los respectivos pulmones. Allí, la nube respirada retira nicotina y carbón de los alvéolos pulmonares de la bomba aspirante y vuelve a subir por la tráquea, atraviesa la cavidad bucal, sale del sujeto bomba, pasa a través de un tubito de papel concentrándose sobre la brasa hacia la cual sube volando la ceniza antes derramada por el piso, que ahora se transforma, químicamente, en hojilla y tabaco, formándose así, a cada sopladura de la bomba expelente, un pequeño cilindro blanco, cada vez más largo, que si se utiliza para escribir en el pizarrón se llama tiza y si se mete en la boca, cigarrillo.

Achtung: el pucho encendido es la única cosa del mundo que se coloca entre el índice y el mayor; esa pinza perfecta existió inútilmente, sin uso posible, durante miles de milenios antes de pasar a sostener la antorcha sutil de los fumadores. Escribe Junger, Friedrich Georg en “Perfección y fracaso de la técnica”: “Solo la entrepierna de los dedos índice y mayor sirve para mantener en equilibrio ese guión que mejora la puntuación de la elegancia, subraya la palabra soledad y ofrece una barra fija a la timidez, cuando las manos empiezan a sobrar y naufragan en el aire y corren a aferrarse a ese clavo ardiendo”.

En “Pombo”, obra anónima del español Ramón Gómez, se lee: “No se conoce un colibrí más confiado que el cigarrillo; suele consumir su vida efímera volando bajo, sostenido en el aire a ras de la mesa, merodeando la tacita blanca del café como si fuera su nido, siempre quieto en la horqueta de la mano, sin espantarse jamás, picoteando, cuando mucho, el borde de los ceniceros. ‘‘Heine lo llamó, con razón, pequeño espantapájaros del adormecer y llamador de los sueños, ahíto de hojarasca dorada”.

Y Bécquer, Gustavo Adolfo, repitió la imagen del humo y del sueño en su Rima XVI, según lo que pone de manifiesto el erudito celtibero José Pedro Díaz:

Barre el jardinero y el alma imita
El frotar de las hojas contra el suelo
Luego el otoño fumará su pipa
En esa hoguera con olor a sueños
(En español en el original)”.

Glotz –abstemio del alcohol y del tabaco– ofrece una visión menos romántica en su “Historia de la civilización occidental”, cuando afirma: “Fue necesario el descubrimiento de América para que Europa se humillara a sí misma por tercera vez. Hasta entonces, Sodoma, Gomorra y la decadencia del imperio Romano organizaron sus pecados sin prostituir el fuego. Hasta la aparición del cristianismo y su horror al desnudo, los incorregibles habían infamado el agua con baños lujuriosos, pero la llama era cosa votiva, digna únicamente de los templos. A partir del Renacimiento es que se inicia el uso del fuego como elemento de vicio, hasta llegar a los extremos de la edad moderna, donde se gastan brasas en las aflojadas de la voluntad, durante todo el día, y cada uno vive, como ferrocarril enfermo, a pitadas intermitentes y echando humo.

En la época clásica, cuando alguien recurrió al fuego para obtener diversión, el mundo quedó horrorizado. Pero ¿qué importancia pudo tener el incendio de Roma comparado a la humareda universal de nuestros días? Nerón se moriría de vergüenza frente al señor Phillip Morris. Nerón no pasó de ser un malvado local”.

Partiendo de la sólida base científica que ofrecen los estudios de Glotz, es que Geffcken en “Der Ausg. Des Griech-Röm. Heident” improvisa su tesis sobre “Los orígenes morales del smog”.

Por nuestra parte seguimos sosteniendo, en ese mismo plano de lo ético, que es menos grave fumar que darse humos. Es por allí que debe buscarse la primera causa del smog de vanidad que envenena el aire d las universidades alemanas.

A todas luces, merece más perdón el encendimiento de un cigarrillo de buena marca que el último artículo del señor Geffcken en “Ostasiat Ztschr”. (Revista del Asia Oriental)

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De El libro de Jorge, Club del Libro n°1, agosto de 1976

El próximo viernes 11 de setiembre publicaremos Objeto: Tierra

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