Traducciones del alemán
Objeto: Ombligo
Ha podido observarse que el vaciado de una arruga donde se dibuja la enseña japonesa del sol naciente hunde el epicentro de la ancha bóveda abdominal que los seres humanos llaman “vientre”. Esta pequeña cicatriz caverna recibe, a su vez, el nombre de “ombligo”, derivación de “umbrigo” o –más propiamente– de “umbrío” (porque es lugar que casi siempre se tiene a la sombra).
Pacientes investigaciones paleológicas han permitido descifrar el ombligo. Hasta hace muy poco se pensó, equivocadamente, que este frunce fuera la impresión digital del alfarero. El gran Hacedor, después de construir con barro el primer hombre, habría firmado la obra apretando el pulgar contra el vientre de su criatura, como quien toca timbre.
Pero sucede ahora que el avance de la paleografía permite leer al pie de la letra los cuneiformes estrellados del ombligo y las conclusiones son terminantes aun cuando satisfagan muy poco a los metafísicos de siempre que una vez más ven fallidas sus especulaciones.
En efecto, el ser humano no es una cerámica de sello que lleve sobre las tripas una marca prestigiosa y la consabida leyenda: ‘made in Paradise’. No. Las hipótesis fantasiosas han quedado reducidas a simple mitología pintoresca. Actualmente la ciencia exacta devela verdades. La naturaleza no hace poesía, es poesía. Las comprobaciones de Zimmern, H. (Véase: Assyrische chemishtechnische Rezepte, Bonn, 1975) no admiten réplica. En el criptograma del ombligo está escrita claramente una sola palabra: “Hombre”.
El descubrimiento, nada banal, permite sacar valiosas conclusiones. El mundo debió estar muy entreverado, al aparecer la especie humana, puesto que el Creador, para evitarse confusiones, tuvo que ponernos una etiqueta. Esto explica por qué el ombligo cayó en desuso el día que el caos inicial fue ordenado. (Conforme: García, G. 1928– actualidad). “Hudert Jahven von Einsmkeit pág. 47: “Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo”). Pero de la espectacular lectura zimmerniana también fluyen conclusiones de carácter ético: diariamente hay que mirarse el ombligo y leer a conciencia su mensaje; no siempre recordamos que el membrete redondo impreso en nuestro centro visceral dice de manera imborrable: “hombre”; y no lobo, puñal, desprecio o poca cosa. En ese punto preciso cae sin pausa la gota de sustancia apacible que nos hace humanos, la gota que horada la piedra del hambre negra. Por eso, seguramente, cuesta tanto creer en la existencia del infierno. ¿Quién merecerá ser condenado por la eternidad si durante todos los días de su vida estuvo indeleblemente besado, marcado a fuego por la madre que lo engendró? No ha habido hombre suficientemente malvado como para borrar el ombligo de su cuerpo; es bueno recordarlo cuando aparecen los grandes, los tremendos, los que pretenden llevarse el mundo por delante: hay una taza de paredes blandas llena de tibieza detrás de la terrible hebilla del cinturón sobre la cual sostienen los pantalones de su machismo animal.
Mientras se producen los crímenes del poder, del sexo o de la avaricia (AM ANFANG WAR DIE TAT) el ombligo inocente, boquita redonda, silba y silaba en el medio de la barriga su canción infantil.
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El libro de Jorge es el blog de Carlos Maggi en EnPerspectiva.net. Actualiza los viernes con uno de los textos de El libro de Jorge, volumen que editó originalmente el Club del Libro del programa radial Discodromo en agosto de 1976.
El próximo viernes 8 de enero publicaremos, de las Traducciones del sueco medioeval, Objeto: Cuernos.