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El libro de Jorge
Objeto: Regadera

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Traducciones del alemán

Objeto: Regadera

Cuando la lluvia tiene forma de carretilla, se dice regadera (véase: Pascal, Blas, (1623-1662).

Mediante este aparato meteorológico se obtienen fracciones de mal tiempo a domicilio, de modo tal que cualquier persona, después de un corto entrenamiento, puede situar miniclimas tormentosos sobre sus malvones, sea cual sea la presión atmosférica ambiente.

Es fácil distinguir las zonas del planeta desabastecidas de regaderas: están marcadas en todos los mapas con la expresión desierto.

De esta observación deduce Taine, Hipólito (1828-1893) que el origen de la polis o ciudad antigua se basa en este sencillo mecanismo de hojalata que, por consiguiente, sería muy anterior a la invención de la hojalata. Escribe en su elegante estilo el autor francés: “La civilización florece a la sombra de las regaderas en flor”.

Sin adherir a la tesis de la imitación de los jardines, cabe reconocer que el colado del agua fue descubierto por los Dáctilos, sacerdotes de Cibles (Grecia arcaica) quienes también descubrieron la fusión del hierro (Conforme: Eliade, Mircea, “Forgerons et alchimistes” Madrid, 1974, pág. 93). Así como la repetida observación del rayo llevó a la invención del fuego, del mismo modo, mojarse y mojarse con los chaparrones condujo a la idea del picadillo de agua; de allí a la creación del aparato irrigante fue una pura cuestión de agujeros. No es difícil, pues, imaginar cómo el hombre primitivo fue pasando de la catarata al río, y de esta al chorro, y del chorro a las gotas en fila saliendo del pico; de la embriaguez de este instante de genialidad da idea el nombre del artefacto inventado: flor.

Es común que se festeje con grandes palabras la división del agua. Con fecha reciente se aprendió a pulverizar, y a esta regadera sutil también se le dio un nombre casi divino: aerosol.

Resabios del culto a la regadera se mantienen aún hoy en los ritos bautismales, que son, sin lugar a dudas, los más extendidos. Sobre blancos altares en forma de pila, los creyentes comulgan cada día con el agua partida derramando sobre su cabeza el fresco de la ducha.

Más allá del ocaso de los dioses, del agnosticismo científico y de las concepciones materialistas, puede afirmarse que en cada instante hay en el mundo millones de canillas abiertas y que en el piso treinta del edificio más sofisticado, alguien está sintiendo erizarse la piel de la espalda desnuda, al ser tocada por el frío del agua, exactamente igual a como sucedió al caer las primeras gotas del diluvio universal.

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De El libro de Jorge, Club del Libro n°1, agosto de 1976

El próximo viernes 31 publicaremos Objeto: Botón

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