Por Gastón González Napoli ///
Bitácora de la cuarentena, cuarta entrada.
Una de las cuestiones que me obsesiona en este período bizarrísimo de la historia que nos está tocando atravesar, es que se nos pudra la mente entre el encierro, la fibra óptica y la disponibilidad de una biblioteca de contenidos digitales inabarcable.
Ya he hablado de cómo estas últimas semanas han abundado más todavía que antes las recomendaciones de series y películas. Por ejemplo, yo me enganché con The Good Fight, una spin-off, es decir más o menos una secuela, de The Good Wife, que por estos lares emitió TNU como La esposa ejemplar. The Good Fight tiene un título difícil de traducir por lo que significa la expresión en el contexto del Derecho y del activismo sociopolítico, pero digamos que tiene que ver con pelear por una buena causa. La protagoniza Diane Lockhart, uno de los personajes secundarios clave de The Good Wife, en su partida hacia un estudio de abogados mayoritariamente afroamericanos; y aunque al principio tiene mucho parentesco con su serie madre, que era un show de abogados tradicional, con la resolución de un caso por semana, The Good Fight muta luego a un retrato ácido, satírico y por momentos incluso algo surrealista de lo que significa vivir en los Estados Unidos de Donald Trump.
Pero me estoy yendo por las ramas. Qué trampa la recomendación de series, uno arranca y no para. Esta que mencioné está para ver en Amazon Prime Video, que es bastante más barato que Netflix o HBO Go y tiene un catálogo excelente -¡basta, basta de recomendar cosas!-.
La figura del tipo tirado en el sillón en piyama mirando tele con cara de nada y el control remoto pegado a la mano es desde hace décadas símbolo de modernidad vacía, sentimiento mejor descrito por esa palabra en francés que es ennui. Mirar la tele para no pensar. Problemas clasemedieros. He ahí el ascenso del reality show los 90s y los 2000, o la sensación de “estoy desperdiciando mi vida” que podía sobrevenir en las tardes de sábado cuando se miraban al hilo tres películas en el cable o, peor aún (por el doblaje criminal), en los canales de aire. Pero en los últimos años se volvió la norma el consumir series de a buches, atragantándose seis o siete capítulos por día, y la culpa, la misma que provoca zamparse una barra de chocolate de una sentada, se disolvió.
Si se estrenó una temporada de una serie que te gusta un viernes y demorás más del fin de semana en terminarla, ¿verdaderamente te gusta?
El streaming puede dar mucho placer, puede dar lugar a productos que jamás se estrenarían de otro modo, pero también legitimó el empacho de series, incluso con un cierto control social. Ese ¿cómo que todavía no la terminaste de ver?, esos spoilers en redes sociales que lo hacen a uno sentirse en un campo minado cuando lleva cierto atraso.
Y ese empacho, ese atragantamiento, lo que en inglés llaman binge-watching, que viene de binge-eating o binge-drinking, es decir comer o tomar en exceso, con particular énfasis en la palabra “exceso”, tal vez ha reducido el aburrimiento, con una sobredosis de distracciones y diversiones; sin embargo, también aburrirse es necesario, en niños y en grandes. ¿Por qué? Acá volvemos al principio: para que no se te pudra el cerebro. No solo es importante mirar, recibir diversión empaquetada, sino que también hay que nosotros hacer el esfuerzo. La creatividad es un músculo y se atrofia como cualquier otro. Ni siquiera hablo de mirar películas desafiantes, que tampoco vienen mal, sino de uno mismo darse a la tarea de crear.
Puesto así parece que estoy rezongando a la gente, pidiéndoles que emerjan de la cuarentena convertidos en ideavilariños y juancarlosonettis. Pero no, la creatividad es ponerse a cocinar una receta con la que no te habías animado por falta de tiempo. Creatividad es incluso introducirte en el universo de la masa madre (aunque perdés respeto si subís foto a Instagram). Creatividad es dibujar, pintar, cantar, tocar la guitarra. Es hacer juegos de creatividad, ideales para hacer en grupo; mi favorito es el what if, el “qué pasaría si…”. Se precisa papel, lápiz y una nube de ideas: ¿qué pasaría si en Uruguay nunca hubiese habido dictadura? ¿Qué pasaría si existieran viajes en el tiempo? ¿Qué pasaría si bajaran extraterrestres en la Plaza Independencia? ¿Qué pasaría si, en vez de en una granja de Kansas, el bebé Superman hubiera caído en una villa bonaerense?
(La última no vale porque ya la usó el escritor argentino Leonardo Oyola en su novela Kryptonita, pero era demasiado buena como para no mencionarla).
Me deja, en cierta forma, tranquilo el boom de TikTok, app china de videos que viene creciendo exponencialmente desde hace años en la franja sub 20 y que fue invadida durante la cuarentena por un ejército de millenials aburridos. ¿Es una pérdida de tiempo filmar tiktoks? Y, depende, como casi todo: si te esmerás en buscarle vueltas novedosas a los chistes que están de moda, si elegís el fragmento de audio perfecto para parodiar, si te disfrazás y te aprendés coreografías súper complicadas, estás siendo creativo.
Crear no implica necesariamente ser productivo. No tenés que producir obras de arte, ni elementos que puedas vender, no va por ahí la mano. Hay sketches en TikTok, como los pibes argentinos que hacen App Story (en plan Toy Story) en la que son las aplicaciones del celular de Andy las que viven aventuras, que seguro le sacan más punta al músculo creativo que cualquier opinólogo veterano de traje apolillado quejándose de la debacle cultural.
Aprovechemos el tiempo, entonces. Puede que estés teletrabajando y el tiempo no te sobre exactamente, no voy a eso, no pienso que esté todo el mundo al santo botón en la casa, sino que hablo del otro tiempo, el de esparcimiento que por defecto cae hoy en Netflix. Apostá a la creatividad. Podés hacerlo en solitario o con tu familia, y hasta ganan tiempo de calidad en grupo.
Perdón que me ponga paranoico y cínico, pero quietos, tirados, mirando la tele, es como nos quieren los poderosos. Porque el que solo acepta lo que le entregan es dócil. Es una oveja.
Ejercitar la creatividad no tiene contras.
Y quién te dice que, en una de esas, no resultes ser un haz de la creatividad y termines cambiando el mundo… O, bueno, con un contrato produciendo series para Netflix.
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Foto: Javier Calvelo/ adhocFOTOS
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