Por Ricardo Soca ///
En algunas de las tendencias más en boga de la economía moderna, el ente abstracto denominado mercado es considerado un concepto de importancia suprema, determinante de supuestas leyes que rigen no solamente el intercambio de bienes y servicios, sino también la distribución de la renta en las sociedades humanas.
En este sentido, el mercado es entendido como la suma de los actores económicos –productores y consumidores, compradores y vendedores de bienes tangibles o intangibles, servicios, valores bursátiles y fuerza de trabajo–, quienes adoptan decisiones individuales que, en su conjunto, forman tendencias susceptibles de análisis y previsiones.
En su denotación más tradicional, el mercado es el lugar público donde los comerciantes (mercaderes) llevan sus productos y los compradores van para adquirirlos. Los romanos llamaban al comercio mercatus, vocablo derivado del verbo mercari ‘comprar’, registrado en castellano con su forma actual desde la primera mitad del siglo XIII.
De mercado se derivaron palabras como mercader, mercante y mercadería o mercancía (esta última, del italiano mercanzia). Otras, tal vez más sofisticadas, como mercadeo y mercadotecnia, nacieron de la tentativa –no totalmente exitosa– de contener el avance en español del vocablo inglés marketing.
Hacia comienzos del siglo XVII, surgió una teoría económica según la cual la fortuna de un país dependía del oro que era capaz de atesorar, mediante una balanza comercial favorable (o mediante la extracción del metal precioso en las colonias): el mercantilismo.
El origen más remoto que se ha podido rastrear del vocablo latino mercatus es la raíz merk-, empleada por los etruscos para formar palabras relativas al comercio.
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