Por Rafael Porzecanski ///
Hace algunas semanas, el secretario de la OEA Luis Almagro afirmó que el Gobierno de Venezuela presidido por Nicolás Maduro no es de izquierda pues “no puede haber un régimen de izquierda con presos políticos”. Similarmente, luego del escándalo de los millones y el convento protagonizado por el ex vice ministro “K” de obras públicas José Lopez, el periodista Fernando López D’Alessandro –habitual analista de la situación política argentina– escribió en su página de Facebook: “Los que denunciamos siempre la corrupción K (…) los que siempre dijimos que (…) hablaban por izquierda pero que robaban en el estilo de la derecha, teníamos razón.”
Tanto Almagro como López D’Alessandro no son los primeros ni serán los últimos que procuren separar las aguas entre varios de los llamados gobiernos “progresistas” de la región y una auténtica identidad de izquierda. Lo que observamos en esta clase de afirmaciones es una operación de rescate en procura que la noción de izquierda se preserve virgen, impoluta y a salvo de todos los males políticos que han azotado a nuestra región recientemente, entre los que se encuentran la corrupción sistémica y a gran escala, la persecución política (especialmente en Venezuela) o la utilización inescrupulosa del Estado como maquinaria para la preservación del poder.
El obvio problema que presentan estos intentos de salvataje es que le quitan al eje “izquierda-derecha” toda utilidad para el análisis político pues la transforman en una dicotomía esencialmente moral en donde uno de los polos queda emparentado con el monopolio de lo admirable y el otro polo emparentado con el monopolio de lo repulsivo. Además, si aplicamos esa clase de exigencias puristas a los gobiernos para que califiquen como de “izquierda” me temo que nos quedaremos en el plano empírico con un casillero vacío tanto en nuestra América Latina como en cualquier otro rincón del planeta. Por esta razón, cabe en estos tiempos de crisis del progresismo latinoamericano recordar la fructífera distinción entre izquierda y derecha realizada por el politólogo Norberto Bobbio en Derecha e Izquierda. Razones y significados de una distinción política, su clásica obra.
Según Bobbio, la diferencia clave entre izquierda y derecha remite a la relación con la igualdad, teniendo los movimientos de izquierda una propensión mucho mayor a cuestionar las desigualdades sociales y la segunda una desconfianza mayor en la capacidad y en la pertinencia de la política para corregir dichas desigualdades. En las sociedades capitalistas en particular, donde las principales asimetrías derivan de la posición ocupada por las personas en el mercado, los movimientos de izquierda realizarán especial énfasis en la eliminación o amortiguación de las desigualdades de clase mientras que los movimientos de derecha generalmente se asociarán a la defensa de, al menos, ciertas desigualdades básicas.
Como el mismo Bobbio destaca, en la vida real el eje izquierda-derecha es mucho más un continuo que incluye una amplia gama de matices que una línea fronteriza que distingue tajantemente a los defensores de cosmovisiones políticas irreconciliables. Además, si bien el eje izquierda-derecha suele ser un referente clave para entender la vida política de las naciones, está lejos de ser el único y no necesariamente es el más importante.
Bobbio, al mismo tiempo, deja explícitamente abierta la posibilidad de combinar de múltiples formas izquierda y derecha con otras tantas díadas políticas. El mismo autor, por ejemplo, reconoce explícitamente la existencia de regímenes de izquierda y derecha tanto autoritarios como democráticos y así podríamos seguir combinando izquierda y derecha con otras dicotomías fundamentales como corrupción-transparencia, proteccionismo-aperturismo, o centralismo-federalismo entre tantas otras.
Pensando pues en la distinción de Bobbio, podríamos reformular la discusión sobre los recientes “progresismos” de la región y preguntarnos en qué medida las políticas de estos gobiernos han procurado atemperar, conservar o incrementar las evidentes desigualdades heredadas de sus predecesores. Al respecto, la evidencia es concluyente: la mayor parte de estos gobiernos intentaron no solo en su retórica sino también en sus medidas concretas reducir la desigualdad entre sus poblaciones.
Los resultados, además, están a la vista. Según un reciente reporte del PNUD, por ejemplo, la significativa reducción de la pobreza en la región durante la última década no solo se debió a la bonanza económica –mayormente explicada por el precio favorable de las materias primas– sino también a una sensible mejora de la distribución de los ingresos. Los datos desagregados por países permiten observar que la disminución de la desigualdad fue especialmente importante en todos los países que han sido identificados con el progresismo sudamericano (más allá de sus obvias y significativas diferencias): Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Argentina y Uruguay.
La fuerte correspondencia entre progresismo y reducción de la desigualdad está lejos de ser una mera coincidencia. A través, por ejemplo, de la implementación de transferencias monetarias directas, de modificaciones en el sistema tributario o de la ampliación de derechos laborales de vastas capas de trabajadores, la ola progresista en América Latina tiene ciertamente un papel explicativo importante.
Por ello, quizás sea tiempo de abandonar la ambigua noción de “progresismo” y catalogar a los mencionados gobiernos sudamericanos como lo que fueron y son: como regímenes emparentados con ideologías de izquierda, donde las políticas destinadas a mejorar los indicadores de desigualdad (sobre todo de clases) cumplieron un papel central en su agenda.
Es saludable que desde la misma izquierda muchos actores y analistas interpelen a varios de estos gobiernos por sus errores u horrores. Pensando especialmente en Argentina, Brasil y Venezuela, sus niveles de corrupción han sido escandalosos, sus gestiones globales de la economía han sido malas o pésimas (especialmente en los últimos años) y sus retóricas polarizadoras y maniqueas han sido no solo consecuencia sino también causa de fuertes antagonismos y tensiones sociales.
Sin embargo, quitarles el signo izquierdista de su gestión impide en el plano empírico distinguir algunos componentes centrales de sus políticas en comparación a las aplicadas por gobiernos anteriores y en el plano teórico esteriliza el fuerte potencial del eje izquierda-derecha como herramienta de análisis político.
Siguiendo la simple pero potente distinción de Bobbio, es hora de reconocer que, en su afán distintivo de atacar las desigualdades sistémicas, una gestión de izquierda puede ir acompañada de los más variados ornamentos, condimentos y procederes. Por ello es que en el gran zoológico histórico de la izquierda podemos encontrar el totalitarismo soviético, el comunismo caudillista de Fidel Castro, la frustrada y derrocada vía democrática al socialismo de Salvador Allende en Chile, un kirchnerismo con el sello de fábrica peronista y un neobatllismo frenteamplista con pequeñas pinceladas marxistas, entre muchas otras especies.
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Segunda mirada es el blog de Rafael Porzecanski en EnPerspectiva.net. Actualiza el sábado en forma quincenal.