Por Fernando Butazzoni ///
Las recientes declaraciones del canciller uruguayo respecto al terrorismo yihadista han causado preocupación y zozobra en destacadas figuras de la política nacional. Hubo quien puso el grito en el cielo porque, según razonó, un pronunciamiento de esas características puede acarrear graves consecuencias. Otros, con un talante más doméstico, objetaron que el asunto no hubiera pasado previamente por los ámbitos parlamentarios. Y alguno, ya con la mira a ras del suelo, señaló que el tema no se había discutido previamente en el seno del Frente Amplio. Muchos gre gre y ningún Gregorio.
Es cierto que el pronunciamiento del canciller Nin Novoa es de considerable importancia. Pero también es cierto que dicho pronunciamiento debería resultar casi obvio, aunque si nos atenemos a las reacciones generadas en Montevideo esto último puede ser puesto en duda. De todas formas, parece de sentido común que el Uruguay respalde los esfuerzos contra el terrorismo del Estado Islámico (EI). Sobre todo si, para complacencia general de nuestro sistema político, el país se postuló y fue electo para ocupar un sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU, organismo que tiene como principal cometido “el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional”.
No apoyar de forma decidida a quienes combaten al califato del EI resultaría, además de absurdo, de una cobardía insanable para todo nuestro sistema democrático y para la sociedad en su conjunto. Lo señalo porque uno de los argumentos que se han manejado en estas horas, aunque a media voz, es que semejante declaración oficial del gobierno uruguayo podría ponernos a todos, y en especial a nuestros diplomáticos, en la mira del EI o de alguno de los muchos grupos afines a ellos que andan en la vuelta.
Eso es verdad, y es claro que debemos estar preparados. Pero sería fatal callarnos por miedo. Hacer silencio por temor a las consecuencias nunca nos va a dignificar como Estado, y argumentar que somos un pueblo de pacíficas costumbres no alcanza para esquivar el bulto. Debe recordarse que los cuchillos que rebanan cabezas en Irak, Siria, Nigeria y otros países, no conocen ni respetan fronteras, sexo o condición alguna. Al fotógrafo James Foley lo degollaron frente a una cámara de televisión. Al piloto de guerra Muadh al Kasasbeh lo quemaron vivo en una jaula. A los homosexuales varones los arrojan al vacío desde las azoteas de los edificios. A las mujeres adúlteras las lapidan en la plaza pública. La lista es larga y horrible.
Pero resulta que, en Uruguay, los mismos operadores políticos que a comienzos de este año se rasgaban las vestiduras cuando dos pistoleros de Al Qaeda entraron a los balazos en la redacción del semanario Charlie Hebdo, en París, y mataron en pocos minutos a doce personas, son los que ahora objetan los comentarios del canciller de la República, efectuados justamente en París.
Tal vez algunas de esas piruetas retóricas fueran previsibles, sobre todo aquellas que provienen de la más rancia oposición política al gobierno de Vázquez. Al parecer cualquier ocasión les viene bien para golpear al ministro Nin y al propio presidente. Pero el resultado final es cuando menos curioso: quienes critican al canciller por no pronunciarse, por ejemplo, respecto a la violación de los derechos humanos en Venezuela, también lo critican por pronunciarse respecto al terrorismo islámico. Los que ayer exigían gestos radicales ahora solicitan la máxima cautela.
Los adalides de la libertad se andan de puntillas. Sea por miedo, por cinismo político o por ambas cosas, el resultado es igualmente patético, y en nada contribuye a la paz y a la seguridad internacional. Por el contrario: alienta reivindicaciones locales insospechadas –al respecto, es ilustrativo el artículo titulado Charlie Hebdo y la hipocresía de los lápices reproducido en el sitio web Islam Uruguay– que, cuando menos, son inquietantes.
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El diario del lunes es el blog de Fernando Butazzoni en EnPerspectiva.net. Como no podía ser de otra manera, actualiza los lunes.