Por Eduardo Rivero ///
Casi nadie se acuerda de Epílogo de Sueños. Yo sí, porque allí crecí musicalmente. Fue mi banda de juventud, una banda por la que pasaron músicos como Jorge Galemire, Jaime Roos, Gastón Contenti y Jorge Trasante, entre otros. ¿Cómo olvidarlo?
Su historia es la de tres pibes que soñaban con ser músicos y a través de Epílogo lo lograron. Una historia que arranca a fines de los 60, cuando Jorge Galemire, Gonzalo Larriera y quien escribe empezamos a hacer canciones y a ensayarlas con las guitarras acústicas baratas de las que disponíamos, en dormitorios, cocinas y hasta baños, buscando “esa acústica” que sonase parecido a los discos profesionales.
Conocí a Galemire en el liceo Larrañaga y a Gonzalo en el balneario Salinas e hice el nexo entre ellos dos.
El sueño era tener una banda de rock con instrumentos eléctricos, como dios, Hendrix, Clapton, los Beatles y los Rolling Stones mandaban. Pero no había un mango para comprar ese tipo de instrumentos y entonces apelábamos a lo que había, buscando hacer canciones cada vez mejores y encontrar un rumbo estético hacia el cual dirigirse.
Ese rumbo surgió de improviso, cuando en la fachada del Cine 18 de Julio apareció, a mediados de 1970, un inmenso afiche retratando una abigarrada multitud, con la inscripción “Woodstock, 3 días de paz, amor y música” y una lista increíble de bandas y solistas participantes en aquel festival en realidad llevado a cabo a fines de agosto de 1969 muy cerca de Nueva York.
La lista incluida en aquel afiche contenía nombres de mucho peso y fama como The Who, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Joan Baez, Ten Years After y otros a quienes jamás habíamos oído nombrar como Santana, Richie Havens o Crosby, Stills & Nash.
Jorge, Gonzalo y yo entramos una tarde a ver la película y allí empezó todo.
Más allá del deslumbramiento con las guitarras de Hendrix o Alvin Lee, el líder de Ten Years After, con las voces de Baez y Cocker y con el rock latino de Santana, lo que realmente nos partió la cabeza fue ver a Crosby, Stills & Nash tocando con dos guitarras acústicas una canción larga, compleja y maravillosa llamada Suite: Judy Blue Eyes.
El diálogo entre dos guitarras tocadas con maestría, con acordes que nunca habíamos visto en ningún otro guitarrista, se sumaba al canto en armonías celestiales de tres voces conmovedor y diría que asombroso.
Eso era lo que estábamos buscando. Ese era el rumbo a seguir.
Como ellos, éramos tres y Jorge y Gonzalo eran dos tremendos guitarristas, por más que fueran aún casi adolescentes y totalmente desconocidos. No solo tocaban y se complementaban en forma impresionante, sino que además tenían la oreja suficiente para robarles todos los piques de guitarra nada menos que a David Crosby –ex The Byrds–, Stephen Stills –ex Buffalo Springfield– y el británico Graham Nash –ex The Hollies– y cuando digo todos los piques digo absolutamente todos los piques. Pocas veces vi ladrones de música con semejante talento y capacidad de observación. Como si no bastase, aprendieron al toque a armonizar nuestras tres voces en un remedo asombroso de aquello que tan lejos de Montevideo hacían esos tres enormes maestros del rock.
En los dormitorios, cocinas y hasta baños, empezamos a darnos cuenta de que nuestra “imitación” era impresionante, aunque fuera de ese ámbito nadie se hubiese enterado aún.
A comienzos de 1971 empezaron a florecer en Montevideo series de recitales de artistas varios entre los que estaban Los conciertos de la rosa organizados por el comunicador radial Carlos Martins y el Ciclo de Divulgación de la Música llevados adelante por dos pibes incansables y medio hippies llamados Gustavo y Keiss. En Los conciertos de la rosa debutaría, por ejemplo, un tal Eduardo Darnauchans recién llegado de Tacuarembó. A esos conciertos se sumaría en el mes de mayo el primero de la serie Alto Nivel, organizado por nuestro viejo amigo del Dámaso José “Deco” Núñez –que luego conduciría durante años el clásico programa de CX 26 Sodre Meridiano Juvenil– junto al comunicador radial Nelson Marvin.
Deco Núñez había estado algunas veces en aquellos dormitorios, cocinas y baños y nos invitó de inmediato a participar en el Alto Nivel 1 del 26 de mayo de 1971 en el Teatro El Galpón. La grilla de artistas era impresionante: Génesis, una de las principales bandas del rock fuerte uruguayo, y el debut de dos bandas muy especiales, Limonada, integrada por Luis Sosa y Walter Cambón –exintegrantes de la legendaria banda El Kinto de Mateo y Rada– y Montevideo Blues, el nuevo grupo de Gastón "Dino" Ciarlo. El terror nos paralizó. Éramos, en definitiva, tres adolescentes que jamás habíamos mostrado nuestras canciones y nuestro “Crosby, Stills & Nash” en ningún escenario y la posibilidad de compartir nada menos que el de El Galpón con semejantes luminarias de la escena local nos abrumaba. Nos negamos de plano.
—No estamos prontos —le dijimos a “Deco” Núñez.
—Pues entonces apróntense y chau” —fue su lacónica respuesta.
El dormitorio de Deco se sumó a la lista de lugares donde ensayamos. Y ensayamos y ensayamos y ensayamos hasta quedar con las gargantas como lija, los dedos marcados por las cuerdas y, secretamente, el corazón latiendo más fuerte por la felicidad, que en ciertas grandes ocasiones sabe mezclarse sabiamente con el miedo.
La tarde de aquel 26 de mayo, Jorge, Gonzalo y yo subimos al escenario del Galpón con un terror indecible a probar sonido. En la sala vacía estaban Dino, Yamandú Pérez –baterista de Génesis–, Cambón y Sosa tomando vino de una botella que pasaba de mano en mano.
Cuando soltamos desde los micrófonos nuestras ensayadísimas voces y los estudiados acordes de las guitarras, las luminarias de la platea nos miraron con asombro y hasta la botella de vino dejó de circular durante los minutos de nuestra prueba. Al bajar del escenario nos abrumaron a felicitaciones y preguntas: “¿Las canciones son de ustedes?”, “¿De dónde sacaron esos acordes?” “¿Cómo hacen para cantar así a tres voces?”. Ya sin público lo habíamos logrado. De noche, con la sala llena, nos llevamos una ovación atronadora que sigue resonando en mis oídos.
Recuerdo que los tres salimos del escenario y entre bastidores nos planteamos si el aplauso había sido en serio, si no nos habían tomado el pelo. Era demasiado hermoso para ser cierto. Pero lo era. El trío duraría apenas unos toques más y hasta el fin de ese año, cuando Gonzalo, que había abrazado una opción política extrema, nos dijo que no podía seguir.
Pero tanto amor, tanto ensayo, tanto dormitorio, tanta cocina y tanto baño no pasaron inadvertidos. Grupos como Creación y Testimonio, donde estaban Miguel López –que luego sería parte de Rumbo– y nada menos que el gran Jorge “Choncho” Lazaroff se colgaron de nuestra forma de tocar música acústica con acordes audaces y voces armonizadas.
Tenía 18 años. Hoy paso los 60. Gonzalo es psicólogo. Yo, básicamente periodista. Y Galemire murió hace algo más de un año. Pero nunca dejo de recordar que estuve allí, sentado en medio de Jorge y Gonzalo, con la escenografia que El Galpón usaba entonces para Fuenteovejuna al fondo, demostrando que los sueños están para ser soñados y que si se sueñan hasta agotar stock, se vuelven realidad.
Habría más sueños. Y más Epílogo de Sueños.
Continúa en…
Urquiza esq. Abbey Road: Epílogo de Sueños, segunda parte
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