Por Helena Corbellini ///
Dije que les contaría un secreto para pasarla superbién pese a que estamos con severas restricciones de movilidad y vida social. Con dos amigas que hice en este pueblo y que provienen de otros países –una es siciliana, la otra argentina-, nos propusimos incorporar a los maridos a nuestros paseos por la montaña y, con una meta más ambiciosa, dar largas caminatas. Ellos gruñeron, pero aceptaron. Al fin, reunido el grupo integrado por tres mujeres, dos hombres y dos perras, fundamos el Club de los Caminantes que constituye una burbuja recomendable de cinco personas. Esta fundación del Club sucedió en noviembre, cuando ingresamos a la segunda ola y el cerco comenzó a estrecharse a nuestro alrededor. El Clark Kent de la política española –el ministro de Sanidad- aseguró que no llegaríamos otra vez al extremo de otro confinamiento domiciliario, entonces yo bendije mis piernas y decidí caminar siempre. El Club hizo una salida de prueba por los campos y colinas de Soliús de Romanyá.
Partimos del monasterio. Desde temprano, la iglesia está abierta y el campanario suena al mediodía, aunque los monjes permanecen invisibles, y el atrio y todo el entorno, desiertos. El tañido de las campanas sube las montañas, mece los olivos, hace vibrar las piedras de un castillo -derruido en el siglo XIX durante las guerras carlistas- y al fin los ecos descienden por la riera del valle, ahora casi sin agua tras la sequía estival. Comenzamos con cuidado el primer tramo para después arriesgarnos a trepar cuestas empinadas, meternos por senderos espinosos y-como en la canción de sui generisrasguñar con manos y pies las piedras demolidas del castillo hasta llegar a la cima y tener lindas vistas. De regreso, nos detuvimos ante la Cueva del Moro y conjeturamos si fue refugio de fugitivos o de contrabandistas. A nuestro paso, esa primera vez y luego siempre, vamos reconociendo árboles y plantas, buscamos setas, probamos los frutos del madroño como lo hace el oso del escudo de España. El fruto es rojo, chiquito y dulce. Metida en el bosque imagino cómo vivirían los hombres y mujeres de la Edad Media. Los veo recogiendo frutos y semillas silvestres, buscando agua en las cascadas frescas. Una vida dura de hambre y frío, pero con un aroma de “aquí voy yo, me apaño para sobrevivir”. Las pezuñas de las piaras de jabalíes dejan surcos profundos en la tierra. Podemos seguir sus huellas, mucho más visibles si ha llovido. Mi perra Lei disfruta comiendo bellotas, con las que aquí alimentan a los cerdos y hacen luego un jamón delicioso. Solo tengo que quitarles la dura cáscara y glup, ella las devora. Pero nooo, aunque la pandemia me deje en la miseria, no pienso comerme a mi perra en la próxima navidad. Encinas y alcornoques son árboles característicos de la flora mediterránea; bajos, de troncos retorcidos y oscuros, se aprietan entre ellos formando una fronda espesa, una selva selvaggia dantesca, un sueño de la razón.
En la segunda salida recorrimos un tramo del Camí de Ronda que se extiende de norte a sur sobre la Costa Brava. Hicimos el trayecto que junto al Mediterráneo va de L’ Escala –donde existe un balneario como otros, corrompido por la urbanización desenfrenada, al Montgó –una península redonda y montañosa, poblada de casas blancas. A la ida, nos perdimos al inicio, no sabíamos encontrar las señales y un belga en silla de ruedas nos aseguró que el camino era la ruta. Comimos mandarinas y chocolates antes de emprender la vuelta, riéndonos de nuestra nula pericia como senderistas. Pero pusimos empeño y fuimos mejorando. Ahora googleo los senderos de la Comarca y más allá. Tenemos dos áreas magníficas para practicar senderismo: una es la costa, la otra, montaña adentro. Para el invierno prefiero esta última, al amparo del viento y cobijada por troncos y ramas. Los caminos secretos del bosque solo los conoce quien los hace.
Guillermo aportó la lectura del ensayo Walking, cuyo autor es el filósofo estadounidense Thoreau. Él hace “una declaración radical a favor de la Naturaleza”. Caminar largamente y a diario es una filosofía de vida. Puestos a vivir en el mundo actual, apenas si somos “cruzados de corazón débil”, pero quien tenga el don de ser caminante, un vagabundo por bosques y playas, pertenecerá a una “categoría antigua y honorable.” La tierra que caminamos sabe, huele y nos palpa, no es como aquella dibujada que apenas rozamos con los dedos en un mapa. Estos senderos recorridos por mis pies, se van incorporando a mi memoria y los escribo para ustedes.
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Helena Corbellini (1959) es una escritora y profesora uruguaya. Entre sus novelas figuran La vida brava. Los amores de Horacio Quiroga (2007) y El sublevado. Garibaldi, corsario del Río de La Plata.
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Imagen: Camí de Ronda L’Escala a Cala Montgó. Crédito: Wikiloc.