Días de coronavirus

Fase 2: Allá voy

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Por Helena Corbellini ///

Soy Helena Corbellini, escritora uruguaya afincada en la Costa  Brava y les cuento cómo vivo la desescalada en España. Fue programada en tres fases y con un final incierto, porque depende de cómo nos comportemos, si hay repuntes de contagios o no. Estamos por ingresar a la fase 2, lo anunció el epidemiólogo encargado de transmitir el parte diario de la pandemia, quien se ha convertido en una estrella televisiva. Lo encuentro parecido al hobbit Bilbo Bolsón, pero más delgado por culpa del virus. En esta fase 1 yo he vagado por playas, castillos y montañas, es un modo de festejar el desconfinamiento, pero también de escapar a la angustia ante tantas dudas sobre el futuro. ¿Cuándo tomaré un avión para regresar a mi país?, ¿cuándo podré abrazar a mi hijo y a mi madre, a mis amigos?; ¿cuándo volveré a pasear en grupo, a entrar a un museo, a asistir a un concierto? Los permisos que nos dan en cada fase no disuaden mis temores, ya que responden a un complejo entramado entre la recuperación económica a través del turismo, los reclamos a la Unión Europea y el esfuerzo por no colapsar ante nuevos rebrotes. Yo simplemente hablo de atreverse a vivir en sociedad con el riesgo de morir cuando se forma parte de la población vulnerable. Pero, ¿cómo soy ahora?, ¿una obsesiva de la desinfección? Mis llaves se han oxidado de tanto lavarlas cuando regreso de la calle. También limpio la correa, mis lentes, el celular, tiro el tapabocas a la basura, me quito la ropa de calle, me ducho. Me está costando mucho más desconfinarme que encerrarme en casa. Karol, suiza, amiga de los perros y una de las actuales desocupadas, celebró su cumpleaños en un bar ubicado en la plaza del Mercado. Me encargué de hacer la torta de chocolate, no porque sea buena repostera, sino por un hábito de madre. Al llegar a la plaza y ver a los invitados sentados uno junto a otro, temblé. En esta fase permiten hasta 10. No me animé a sentarme, pero me dispuse a cortar la torta. En cada trozo pensaba: “espero no estarles contagiando covid, espero…” “¿Te ayudo a pasar los platos?” se ofreció un invitado. Le dije que sí, pero de espaldas. Todos parecían alegres, comunicativos. Todos menos yo, tergiversando a Sabina. En las noticias, vi la foto de una joven envuelta enteramente en un mameluco EPI, como un espermatozoide de la peli de Woody Allen.  “Eso me pondré”, decidí de inmediato, pero me pasó lo contrario: Viviana –otra amiga de los perros- nos invitó a la Cala Canyet. ¿No es muy lejos? “Un poco, pero es un lugar tan lindo y tranquilo.” Dimos 115 curvas para llegar. En la playa desierta, ella nos preguntó si nos molestaba que se desnudase. “Pues no, adelante.” Y la Eva de sesenta y largos, también desocupada pero feliz nadadora, se lanzó al mar y luego tomó sol repitiendo “qué bueno, ¿vienen mañana?”

¿Por qué no puedo desconfinarme tranquilamente? Esta pregunta me tenía inquieta hasta hace una hora, cuando bajé al Paseo con Lei y me crucé con Paolo, italiano dueño de un hotel que por suerte reabre y su esposa, María José, uruguaya y maestra, que hacía esfuerzos por alejar a unos alumnos que pretendían besarla. Con la mascarilla puesta me contó la jornada vivida con toda su familia: madre, hermanos, hijos. “¿Pero se tocaron?”, me sorprendí. “Y claro, al vernos nos abrazamos. ¡Ya cumplimos!: dos meses y medio sin vernos. Lloramos de emoción.” Le hablé de mis temores sombríos al contagio. “No Helena, hay que cuidarse, pero la vida sigue. ¡En la fase 2 podremos volver a la playa con los perros y tener nuestras conversaciones!” “Tenés razón”. Fase 2: allá voy.

Helena Corbellini para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva.

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