Por Claudio Invernizzi ///
Casualidad 1
La calle Convención es superflua, inexpresiva y tiende al aburrimiento. A decir verdad: sólo una canción podía salvarla del ostracismo y eso sucedió, por suerte.
Hace varios años, allí caminaba por la vereda del vacío cuando me encontré con Elvio Gandolfo. Hablamos unos minutos en los que disfruté su velocidad en la diálogo, sus impertinentes reflejos cinematográficos y su humor arremetedor como un martillo neumático. La primera casualidad consistió en que esa misma mañana había descubierto y leído su nota, “El caso Benedetti”, una crítica que había sacudido el promedio de sensibilidad del Río de la Plata. Se metía con su poesía con inquietante originalidad pero, a mi juicio, buscando afinar la puntería literaria había caído en la peligrosa trampa de anteponer la voluntad de derribar el mito.
Y eso siempre huele a pequeña crueldad.
Casualidad 2
Me despedí de Gandolfo y seguí caminando hasta Colonia. Doblé a la derecha y fui hasta una parrillada donde me esperaban mis compañeros y compañeras de trabajo. Como si la conversación fuera capaz de fabricar una presencia -cosa que como todos sabemos, sucede– descubrí sentado cerca de la pared y frente a una mesa para dos, a Mario Benedetti. Me acerqué, me presenté y le expresé mis respetos y mi admiración no importa por qué cantidad de poemas buenos, por cuántas novelas o, en fin, por cuantos compromisos sostenidos a lo largo de su vida. Fui por una reivindicación, claramente. El me respondió afectuoso y yo seguí camino hasta la mesa en la que estaban mis compañeros a los que intenté entusiasmar con lo sucedido, sin éxito. De todas formas, la luz fútil de la fama, hizo que todos miraran al mismo tiempo hacia la mesa en la que se encontraba el escritor.
Casualidad 3
A esta tercera anotación podríamos darle el nombre de tibia coincidencia, no merece más. Pero acaba de suceder. En un mismo día escuché, aunque por diferentes razones, los dos nombres. El de Elvio Gandolfo en un reportaje sobre lecturas y libros y el de Mario Benedetti porque el Ministerio de Educación y Cultura no tomará en cuenta la voluntad de la administración anterior de celebrar el centenario del escritor dedicándole el Día del Patrimonio.
Fin de las casualidades
La nota que escribió Gandolfo estaba enmarcada en un entretenido relato policial. Allí había un investigador a quien se le formulaba el pedido de averiguar por qué a Benedetti rara vez se lo incluía en una antología de poesía Latinoamericana. No sin cierta sorna y a criterio del investigador -léase, del crítico- la conclusión simple era que no estaba porque salvo un puñado de pocos poemas, no merecía estarlo. Tal vez hoy, tantísimos años después y como desafiante contrapartida, habría que volver a consultar al mismo investigador para saber por qué, al escritor uruguayo con mayor presencia universal, se le negó una celebración ya prevista al cumplirse sus cien años.
El día del patrimonio guarda en su razón de ser un principio inclusivo y de identidad. Pero el gobierno actual hizo lo contrario: excluyó a Benedetti para incluir al Dr. Manuel Quintela. No quiso sumar. (Cosa que también podría haber hecho con Idea Vilariño y Julio Cesar Da Rosa, con quienes el poeta comparte los homenajes que la Secretaría de Cultura viene realizando).
Está bien, quienes deciden habrán hecho consideraciones coyunturales, habrán ponderado el indiscutible merecimiento de Quintela o habrán evaluado que la masividad del poeta no es un criterio definitorio. Pero como en aquella oportunidad me reservé el derecho de discrepar con el crítico, hoy me voy a reservar el derecho y el deber de desconfiar de esta decisión.
Sabido es que lo que queda más lejos de una percepción de casualidad es la frontal inquietud de una sospecha. Y yo me permito sospechar.
No celebrar el día del patrimonio con el centenario de Benedetti, o peor, haberlo negado, es mirar especulativamente hacia algún lugar que queda exactamente en las antípodas de la poesía, de la literatura y de la universalidad de cualquier expresión cultural. Y esa deliberada distracción está teñida por una visión egoísta, pretenciosa y torva del mundo.
No lo sé, para mi que el poder quedará en el peligroso lugar de ser señalado una vez más desde la poesía y ojo, porque cuando ella acusa, lo hace desde cualquier muro y desde muchas almas.
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Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva.
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Claudio Invernizzi (1957) es un publicista, periodista y escritor uruguayo.
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Foto: Mario Benedetti. Crédito: Wikimedia Commons.