Días de coronavirus

La coreografía de la pandemia

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Por Rafael Courtoisie ///

La peste es una extensa representación teatral, una coreografía que despliega la enfermedad con millones de extras, millones de humanos alrededor del globo, como si fuera en verdad un ente personificado que emplea a las hormigas humanas para poner en escena el espectáculo destinado a los mismos humanos, espectadores y víctimas.

El virus es el instrumento del drama, una suerte extraña, peculiar, de la peripecia, un deus ex machina constante en una obra repetitiva que siempre va in crescendo hacia ninguna parte, hacia el recuerdo desnudo de nuestra condición débil,de nuestra contingencia.

El virus es un drama propio y colectivo, una instancia clave de la biografía de la especie.

El efecto social del  virus es una autoficción de la humanidad.

La humanidad lo padece y lo representa.

El virus, su invisible presencia múltiple expandida sobre la superficie terrestre, crea una tragedia que todos representamos a la perfección, sin olvidar una letra: allí el precavido, el metódico, que todo lo mide y estima, que sigue al pie de la letra los diversos manuales y protocolos, allá el desarreglado, el descreído, el que representa el papel desobediente, el que pide un abrazo, el que da un apretón de manos, el que tose sobre la mesa del desayuno, sobre las frutas y los panes en los comedores de los hoteles que aún tienen huéspedes, allá el que cree oportuno recordar en el drama la mano de Dios, el pecado ecológico, el que hace una lectura moral de la danza de la muerte, el que aprovecha para predicar su fe, una fe, cualquier fe que ya poseía o que retoma o inventa para la ocasión.

Mientras se desata y da pasos de ballet, o pasos de paquidermo, la peste permite que muchos lleven agua a su molino: aquel que vende curas milagrosas, talismanes, vitaminas, hierbas y tés aromáticos, el que merca con oraciones a San Judas, a los orixás, al Espíritu Santo, el que solicita medidas extraordinarias, plazos, cesación de pagos, urgencias, el político acostumbrado a medrar, quien poco a poco descubre su propio desconcierto, la dificultad para adaptar el fenómeno de la muerte a sus intenciones, la difícil tarea de sacar ventaja de una amenaza colectiva, atinente, pública y privada.

La peste enlentece los quehaceres y acelera el pensamiento. Pero el pensamiento no avanza: da vueltas sobre su eje.

Todos pensamos mucho, demasiado, en estos días. Y ese mucho pensar se queda inmóvil o casi inmóvil en el mismo sitio, en nuestras casas, en nuestros refugios, donde tosemos con miedo a ser señalados, o en la intimidad de los aseos, donde examinamos con morbo la viscosidad y aspecto de nuestros esputos y procuramos leer en la saliva o el mucus algún signo de la peste.

Pero una alegría plena nos espera mañana o pasado mañana: la función tarde o temprano terminará, la coreografía de la pandemia, como todo producto humano extraído de una calamidad, llegará a su fin.

La vida, después del susto macabro de este ballet, comenzará de nuevo con más brío.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 05.08.2020

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Rafael Courtoisie (1958) es un ensayista, académico, autor de varias novelas y traductor uruguayo, miembro de la Academia Nacional de Letras.

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Foto: Rafael Courtoisie. Crédito: academiadeletras.gub.uy

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