Por Rafael Courtoisie ///
La normalidad es una ilusión, a lo sumo una aspiración, nunca en la historia existió más que como programa, como pretensión e instrumento político.
Ningún ser humano es normal. Las situaciones colectivas a lo largo de la historia son sucesiones de estados de equilibrio inestable, de "normalidades" inconstantes.
Los hechos de la realidad no son rígidos, se comportan según modelos en flujo, son variantes, etapas momentáneas, mutaciones.
La idea de normalidad es un abuso estadístico y una necesidad técnica de promediar, de crear modelos y referencias.
La construcción de un paradigma y su postulación como normal se relaciona estrechamente con la modernidad, tiene unos trescientos años de aparente vigencia. Pero durante el periodo de la modernidad se han sucedido tantas anormalidades individuales y colectivas como en el pasado próximo o remoto. En la Antigüedad, en la Edad Media y el Renacimiento, anormalidades varias, extremas, situaciones alejadas del supuesto promedio, del balance, abundan y constituyen el tejido diacrónico de lo humano.
La curva de Gauss representa gráficamente de modo muy didáctico lo que suele entenderse por normalidad: un máximo y cierto intervalo a izquierda y derecha de ese máximo en la representación gráfica en coordenadas cartesianas que indica dónde cae el noventa por ciento de sucesos, con mayor o menos desviación con respecto al valor medio. El resto, un cinco por ciento a izquierda hasta el menos infinito, y un cinco por ciento a derecha hasta el más infinito, se considera anormal, bizarro, aberrante, excéntrico.
Claro que la estadística tiene muchas otras curvas, muchas otras posibles distribuciones continuas que sirven para representar comportamientos poblacionales, epocales, fenómenos, resultados de experimentos. Pero es la gaussiana, o su equivalente la curva normal, la que ha pasado a identificarse con esa idea de la modernidad, esa idea pre foucaultiana, de "normal".
¿Es normal que un virus provoque una epidemia, y luego una pandemia?
La vivencia cotidiana y la retención breve, volátil, efímera, a muy corto plazo en términos históricos, del recuerdo de la experiencia, induce a pensar que no es normal, pero basta echar mano a los sucesos frescos y recientes relativos al VIH, al ébola, al dengue, al H1N1, para comprender que aún en términos de la duración de una vida humana es bastante común, es decir, bastante normal.
La anormalidad de la peste es normal, es común, es más frecuente de lo que parece.
La meningitis, la poliomielitis, antes el sarampión y la viruela, son otros casos célebres, algunos más remotos y otros más cercanos.
El VPH, el virus del papiloma humano y su acción nefasta y subrepticia, su vacuna y las consecuencias o efectos secundarios de su vacuna, parecen catástrofes excepcionales, anormalidades, castigos provenientes de una excepcionalidad que siempre suele atribuírsele al desastre.
Pero el desastre es normal, cíclico, tiene el modo previsible de una calesita infantil pero provoca el asombro de un ritornelo macabro.
Parece excepcional, anormal, porque se tiende a establecer el relato colectivo humano como un estado de satisfacción, de bienestar con caídas. Visto al revés es un estado de constantes caídas con islotes de satisfacción, con momentos de extinguible bienestar.
Pero toda peste es nueva, ocurre por primera vez, nos pasa a "nosotros", y justo " ahora".
Ese pronombre personal autorreferente y ese adverbio de tiempo son viejos en la noche de la humanidad.
El presente ocurre desde siempre.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 08.06.2020
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Rafael Courtoisie (1958) es un ensayista, académico, autor de varias novelas y traductor uruguayo, miembro de la Academia Nacional de Letras.
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Foto: Rafael Courtoisie. Crédito: academiadeletras.gub.uy