Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
Las recientes salidas del presidente Tabaré Vázquez al llano político desataron polémica. Sus mensajes en tono de “campaña electoral”, encendieron los ánimos en la oposición, probablemente tal y como el mandatario esperaba. Creer que se trató de casualidades o errores sería inocente: Vázquez apareció de esta forma ante las bases frenteamplistas como un frentamplista más, mostrándose convencido de las posibilidades de su partido. Su retórica es calculada. Apunta a buscar apoyo en el nivel más básico de la estructura partidaria del Frente Amplio, algo fundamental para un presidente que enfrenta muchas trabas de su propio partido a casi tres años de haber asumido.
Algunas de las diferencias internas afectan el posicionamiento político del país en temas como el respeto a los derechos humanos; otras obligan al Gobierno a un enorme esfuerzo en busca de alcanzar objetivos de claro interés para Uruguay. En esta última categoría se inscribe la expansión del comercio exterior por la vía de acuerdos de libre comercio, un instrumento más de apertura comercial que bien utilizado puede dar buenos resultados.
Aunque en su programa de Gobierno 2015-2020 el Frente Amplio considera que la expansión del comercio nacional a los mercados externos es “un requisito imprescindible” (…) para un país como Uruguay”, la realidad es que los más sonados intentos de la segunda administración Vázquez por cumplir con esta premisa han encontrado un obstáculo tras otro.
Existe un discurso en la cancillería, el de la necesidad de la apertura comercial para mejorar el desempeño económico del país, y otro discurso en algunos sectores del Frente Amplio que consideran que los acuerdos comerciales son negativos per se. Es tal la dicotomía que el canciller Nin Novoa se cuida de hablar de acuerdos de libre comercio o TLC para referirse a tratados de “última generación”.
Vázquez quiere, pero no puede, y la decisión del Frente Amplio de no aprobar por el momento el acuerdo negociado por los Gobiernos de Uruguay y Chile para profundizar el comercio bilateral es muestra de esta situación, que termina menoscabando el esfuerzo de los equipos negociadores uruguayos y erosionando las expectativas de privados que esperan que el Gobierno les facilite de forma general el acceso a mercados.
Al no existir una política de Estado, como sí la tiene Chile en materia de acuerdos comerciales, se hace difícil encaminar un diálogo en el que los intereses reales, prácticos, del país, primen. El resultado es el anquilosamiento, que perjudica en definitiva las posibilidades de acceder a mercados externos para un país que sufre un serio deterioro de su mercado de trabajo, una situación que difícilmente se corregirá por la vía exclusiva del consumo interno.
Sería simplificar bastante el considerar que cualquier acuerdo de libre comercio es bueno porque abre mercados. De hecho, es sano que se estudien minuciosamente los textos, en particular cuando se negocia con economías notoriamente más poderosas, como sería el caso de China. Pero nos ponemos en una situación de desventaja desde el arranque si cada vez que, como país, vamos a negociar mostrando interés, supeditamos al mismo tiempo cualquier firma a la voluntad de un partido político. Ya que nuestro mercado interno no es necesariamente atractivo por volúmenes, lo menos que deberíamos apuntar a ofrecer es cierta garantía de coherencia para aprovechar la buena imagen internacional que tiene Uruguay. ¿Cómo quedará esa imagen si después de tanto negociar con Chile el acuerdo se cae?
Es claro que la situación del comercio exterior cambió desde que se elaboró el programa con el que el Frente Amplio ganó por tercera vez consecutiva la Presidencia. La situación del Mercosur, su degradación como instrumento de integración, las dificultades sistemáticas para el comercio entre socios, hacen que aquella “Agenda Externa” del bloque que pretendía utilizarse de trampolín para la política comercial nacional, deba hacerse a un lado para reflexionar con criterio. El Mercosur no puede seguir siendo la opción prioritaria; el quietismo no es una alternativa viable cuando surgen oportunidades. El encierro no es un buen camino, y el presidente lo tiene claro, pero poco podrá hacer si no alinea a sus huestes.
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 14.12.2017
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.