Por Carolina Cerruti ///
Al principio fue el virus, y las teorías sobre el origen y las formas de contagio. Que si mascarilla sí o mascarilla no. Que los niños no y los viejos más.
Luego las versiones científicas que erradicaron mitos, las gárgaras de vodka no sirven, estar infectado no es lo mismo que afectado y la vitamina C es útil para muchas cosas, pero no previene el coronavirus.
Más tarde los discursos oficiales tranquilizando a la gente, afirmando que no faltarán los alimentos porque la industria de primera necesidad no se queda en casa.
Mientras tanto, el humor y el arte en sus múltiples formas virtuales. Los temas, recurrentes: la obesidad, los animales dueños del mundo, los cabellos hirsutos, el pijama como traje de guerrero apocalíptico y las rutinas de la cuarentena.
Como estamos todos en la misma tempestad y escuchamos los mismos truenos, nos sentimos en la misma barca. Pero hay tantas formas de confinamiento como personas que lo padecen. Mis amigos intelectuales, sin hijos, con salarios del Estado y pisos que superan el centenar de metros, aprovechan el tiempo para leer, hacer yoga y mirar películas en pantallas de 76 pulgadas. Otros, también amigos, comparten cincuenta metros cuadrados con niños y padres y hacen malabares para transformar el arroz en un plato nutritivo y atractivo, mientras no dejan de pensar en cómo pagar las cuentas.
También hay gente que vive en mansiones con piscina, jardín y pista de tenis, pero a ellos no los conozco.
Entre los extremos de los que sí conozco, hay una infinidad de situaciones variadas. El espacio opera a nivel físico, pero también mental. Los límites de mi lenguaje son los límites del mi mundo, dijo Wittgenstein. Yo diría que los límites de mi piso, son los límites de mi mundo. Porque el mundo está intramuros.
La calle ha sido siempre para las culturas latinas y mediterráneas, una parte esencial de la vida. En la calle, en la relación con los otros, se solucionan muchos de nuestros problemas existenciales.
En la el libro El Resplandor de Stephen King, el protagonista Jack Torrance, personificado por Jack Nicholson en la película, se postula a un trabajo como guardián de un hotel que permanece cerrado durante el invierno, aislado entre las montañas. Si obtiene el puesto irá a vivir en él con su esposa e hijo. Frente a las advertencias del empleado que conoce los efectos del aislamiento, es interesante la respuesta del protagonista: "Un hombre necio es más propenso a la fiebre de encierro, porque se aburre. Cuando nieva, no se le ocurre otra cosa que mirar la TV o hacer solitarios, y hacerse trampa cuando no puede sacar todos los ases. No tiene otra cosa que hacer que quejase a su mujer, reñir a los niños, y beber. En cambio a los más cultos nos gusta leer y escribir, podemos mantenernos ocupados y no tirarnos los trastos a la cabeza unos a otros, si se nos rompe el televisor".
De todo esto, rescato el siguiente concepto. Hay personas a las que estar encerradas no les supone una dificultad mayor porque tienen un espacio mundo confortable y porque sus intereses orbitan en el plano de las ideas. Pero hay quienes tienen un espacio mundo reducido, sin comodidades para largas estancias ininterrumpidas. Están aquellas personas con aficiones más concretas que necesitan del exterior y otras que, a pesar de sus inquietudes diversas, poseen circunstancias desfavorables para hacer un uso constructivo de la reclusión.
Hay una misma situación real, pero hay múltiples realidades. Hay muchísimas formas de vivir el confinamiento. Habrá gente que salga de la cuarentena más relajada, entrenada y habiendo aprendido un montón de cosas, como otra que lo haga con un alto grado de estrés y problemas adicionales.
Las cifras se han naturalizado, las unidades ya no hacen la diferencia aquí en Europa. Las proyecciones económicas preocupan, aunque a futuro. Pero la cuarentena transcurre en un eterno presente. Tal vez porque todos los días son iguales, o porque aún no tenemos una fecha que marque el comienzo del mañana. Los próximos días son un ahora que todavía no ha ocurrido, pero ocurrirá y será igual.
Estamos cerca porque estamos conectados e informados en tiempo real. Estamos cerca porque el mundo es ahora pequeño. Estamos lejos porque nuestro piso es nuestro universo. Y como ocurre en el mundo, existen Alemanias, Canadás, Holandas, pero también hay Congos, Nigerias y Kenias.
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Foto: Wallpaper Flare
Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva
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