Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi
La gripe acarrea consecuencias desagradables de diverso tipo. Malestares, dolores, sobreproducción de flema, una relativa inmovilidad, y, al cabo de algunos días, un malhumor impaciente al comprobar que las infames bestezuelas que han colonizado el organismo tardan en rendirse. Entre dos toses y mientras un nuevo pañuelo estrujado va a parar al montículo que en el último rato fue creciendo sobre la mesa de luz, una mirada a través de la ventana hacia el exterior montevideano disuelve cualquier promesa en la humedad relativa ambiente.
No es el mejor momento para ponerse a escuchar En esta tarde gris, de José María Contursi. Leer en esas condiciones recalienta las sienes, recorrer las redes sociales también recalienta –pero eso ocurre de todos modos, con o sin estado gripal–, a esa hora florecen los relatos radiales de algún ignoto partido del torneo Clausura, y desde la calle llega, asordinado por la niebla, el sonido descorazonador de un ómnibus que muerde el hormigón, cansado, al atracar en una parada. No parece haber escapatoria: encerrado en la escafandra de la gripe, resignado a recibir la nochecita decúbito dorsal y en inferioridad de condiciones, queda a mi alcance un gesto arcaico, casi olvidado, que tal vez ayude a engañar el fastidio reseco de respirar por la boca. Prender el televisor.
Sí, televisión, aquella cosa del siglo XX que el paso del tiempo no terminó de suprimir, quién sabe por qué. No una pantalla cualquiera donde se agita un mundo plano y en fragmentos, pequeños videítos a pedido y otros cardúmenes digitales, no. Televisión, con canales, programación, y hasta alguna transmisión en directo, todo debidamente cortado en fetas para interponer buenas tajadas de tanda publicitaria. Cosas de viejos, en suma, un viaje hacia el paisaje fósil del horario que alguna vez fue central y hoy ya ni es horario. Ahí está, a las órdenes del dedo pulgar hundiéndose en el control remoto, extrañamente parecida a como era años ha, o por lo menos a como la recuerdo. O un poco peor, aunque puede tratarse de una falsa impresión alimentada por la incomodidad de la gripe y la pérdida de la costumbre.
Hay gente hablando, en general sentada, conversan unos con otros, de tanto en tanto alguna risa, alguien que eleva la voz, no alcanzo a discernir con precisión el tema, pero no es seguro que lo haya, y creo adivinar que no tiene mayor importancia, lo que cuenta es hablar. Como sea, la imagen sobra. Cierro los ojos, no me cuesta mucho esfuerzo gracias al vapor del resfrío, y es radio.
Un estornudo me hace cambiar de canal al apretar accidentalmente el control remoto, y caigo en una tanda. Me quedo unos minutos, paso a otra, luego a otra. No hay diferencias notables. Cada veinte segundos me ofrecen plata, incluso me prometen un monopatín de regalo si tomo un préstamo. La tasa más baja. Se me ocurre que tan baja no es, y aunque la idea de lo bajo y lo alto siempre es relativa, me asalta la curiosidad de saber cuál es el umbral de la usura en el derecho positivo uruguayo. En todo caso, parece haber un mercado de los empréstitos muy dinámico, plata ya, vení, no te lo pierdas. Y recuerdo, después de años de desintoxicación, que la televisión uruguaya tutea.
El noticiero, que no estaba buscando pero que encuentro de todas maneras, me desorienta un poco, lo confieso. Se me dice que el señor mayor ultimado a golpes falleció al llegar al nosocomio, pero rato después, a la hora de repasar titulares, me informan que murió tirado en la calle. No tengo tiempo para elegir con qué versión quedarme, porque la actualidad internacional baja desde el cielo: se rompió una tubería en Nueva York, pasa un par de camiones de bomberos, quisiera saber más, en particular por qué debería importarme el incidente, pero voy a tener que arreglármelas solo para entenderlo, engripado tan luego. En fin, así está el mundo.
En el canal de al lado, se anuncia un programa de entretenimientos. Pese a la amenaza, me detengo a comprobar que el entretenimiento es una promesa, seguramente bienintencionada, pero incumplida. En su lugar, lo que se me inflige son estridencias y un entusiasmo digno de mejor causa, personas haciendo todo lo que pueden para remedar un momento divertido, condimentado con exhortaciones a no quedarse, a aprovechar la última oportunidad, a poner todo ahora, y así. No me entretiene. El error es mío, tonto de mí, que no advertí que era otra tanda publicitaria.
Miro la hora, temo haberme excedido, tengo los ojos llenos de agua sucia, y me viene a la mente la imagen de alguien que se olvida de haber dejado la plancha prendida sobre un cerebro. Me pregunto cuántos seremos viendo estas cosas, maldigo una vez más a los microbios, y al apagar para ponerme a salvo aventuro una hipótesis: la vacuna contra la gripe bien podría ser la principal enemiga de las audiencias televisivas.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 30.07.2018
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.