Por Ricardo Lombardo ///
“Dios ha muerto”, sentenciaba el portentoso filósofo alemán Friedrich Nietzsche en el siglo XIX. No se trataba de un Dios en el que él hubiera creído, ya que había sido ateo toda su vida. Aludía a que con la ilustración y el desarrollo de la ciencia, en que las cosas aparecían como explicables, no se debería recurrir más a la idea de Dios asociado a lo misterioso, a lo imposible de entender por nosotros, humildes humanos.
El nihilismo fue hijo de su pensamiento. Al desaparecer la idea de la trascendencia, de los valores, del juicio final, los humanos empezamos desesperadamente a querer vivir el presente, sin que nuestra existencia adquiriera el significado místico ni ético que tantos siglos de creencias religiosas nos asignaban.
“Imaginen a todo el mundo viviendo para hoy” cantaba John Lennon a mediados del siglo XX en un verdadero himno en su época.
Entrado el siglo XXI, Stephen Hawking, después de su genial periplo por la investigación matemática, terminó concluyendo, pocos años antes de morir, que las leyes físicas hacían innecesaria la existencia de Dios, pues uno de los pocos misterios que quedaban, o sea quién había provocado el Big Bang, tenía una explicación cuántica pues las partículas pueden surgir del vacío, mantenerse en una existencia breve y volver a desaparecer. En ese mínimo lapso, podrían haberse conectado con otra y empezando a delinear el Universo tal cual es, incorporando las dimensiones de tiempo y espacio de la nada.
Más recientemente, Yuval Harari pareció darle un nuevo sentido a nuestras vidas. En “Homo Deus”, nos mostraba el camino para convertirnos en semidioses a través de la tecnología. Los humanos que vivirán 120 años ya han nacido, decía como si el proceso fuera inexorable. Eso duplicaría la esperanza de vida y, en poco menos de un siglo, nos cambiaría el paradigma de nuestras existencias.
De vasallos de un Dios todopoderoso, a dueños de nuestro destino, la peripecia del pensamiento humano pareció dar un salto cuántico en poco menos de 150 años.
Pero, en medio de ese mundo tan dinámico y de las nuevas certezas, apareció el Covid-19 y nos obligó a pensar nuevamente en lo vulnerables que somos y que un suceso inesperado, como un virus mortal o un holocausto nuclear, podría hacernos desaparecer de la Tierra en apenas unos meses.
El problema no parece ser la discusión tan recurrente de si existe Dios o no.
El dilema está en dejarnos ganar por la soberbia o seguir intentándolo hasta desentrañar la esencia de las cosas.
Como dijo Stephen Hawking en algún momento: “Si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte de la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”.
Si algún día lo lográramos, digo yo, entenderíamos que el hombre no ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, sino que, por el contrario, es Dios la creación sublime del ser humano.
Pero, mientras tanto, paradójicamente, sobreviven o aún aumentan, los Estados confesionales, que se legitiman por las creencias religiosas.
Los gobiernos de Argentina, Inglaterra, Suecia, Dinamarca, Israel, Costa Rica y otros varios más que rigen sociedades modernas o muy avanzadas, sin embargo, se sustentan en un poder de origen divino o consagran en sus constituciones la vinculación con la religión cristiana o judía.
Otros son verdaderas teocracias como Arabia Saudita, Irán o El Vaticano.
Muchos giran bajo la égida del Islam, como Pakistán, Afganistán, Marruecos , Omán o Yemen.
Turquía y la India, países poderosos y populosos, marchan también, inexorablemente, hacia un destino vinculado a la religión musulmana.
Así que, a pesar de que intelectuales, filósofos y físicos coinciden en que no hay justificación para que no recuperemos el control de nuestras vidas como humildes humanos mortales, los gobiernos de buena parte de las naciones aún necesitan legitimarse en fundamentos místicos que vienen del fondo de la historia.
Este mundo nos resulta muy extraño a nosotros pues, por la visión de Batlle y Ordóñez, hace más de 100 años que se separó la Iglesia del Estado, y afortunadamente vivimos en un país laico y secularizado.
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Ricardo Lombardo para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva
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Ricardo Lombardo (1953) es contador Público, licenciado en Administración, periodista y político.
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Imagen: Creación de Adán de Miguel Ángel.