Por Rosana Malaneschii ///
Una amiga tiene un gato. De todos los suyos, es quien mejor se lleva con el tiempo cuarentena. Cuando ella sale, siempre por temas laborales, él se ataca de estrés. Y se deshace de angustia. Los demás días, es el más feliz del universo. Como el de acá enfrente, jugando a ser equilibrista en el balcón más alto del edificio.
Es otoño y las hojas se confunden con los pájaros. Comensales eternos, pequeñitos pajaritos de suelo, a saltitos comiendo. Prosaicos, aunque bellos. De pronto se ve una hoja temblar, levantar vuelo, llegar al árbol, es uno de ellos. Ilusoria inversión del tiempo.
A veces, por mi ventana, veo pasar algún perro vagabundo. Acá son pocos, pero ya uno solo es un compendio de amargura. Cuán triste es el abandono. Todos los seres caídos en él parten el alma. No sé si alguna vez vio un jardín abandonado. Instala un peso cierto en el corazón. Oscuro. Imagine todos los demás abandonos vistos.
Ayer, un ave rapaz, no sé cuál, se posó en el plátano. ¿Cómo hablar de ese pequeño dinosaurio en mi ventana? Su vuelo al irse es una cita: “Las condiciones del pájaro solitario son cinco. La primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente” (San Juan de la Cruz).
Ayer también, otra ventana, la digital, me mostró un guazubirá en la orilla del mar. Sucedió ahora, en el tiempo pandemia del Uruguay. Por su forma de estar, de celebrar ola y agua, parecía joven. ¿Cómo saberlo? Capaz nunca había estado en la costa, pues en ellas siempre estamos los humanos. Los humanos rodeados de silencios.
Como un paisaje de Chernóbil, en este tiempo cuarentena han vuelto algunos animales y transitan nuestros espacios, hoy vacíos. En general, viven en los límites o en lugares ocultos o no tan visitados. Se contrae el ser humano, ellos se expanden. O sea, espacio animal versus humano y un límite entre ambos. Sería un límite porque, según vemos, nuestra presencia limita la suya. Los empujamos, si quedan, a lugares donde no hemos llegado.
Pero también sabemos de una frontera, un espacio de encuentro. A veces, esa vinculación animal-humano tiene, como el gato de mi amiga, forma de mascota. Otras, en esa frontera se comercian, en mayor o menor medida, sus cuerpos. Vimos como en la India devolvían elefantes a su medio natural, porque, ya sin uso al no haber turistas transportables, no hay dinero para alimentarlos.
La frontera animal-humano es, también, zona de peligro. Cuando la relación es con hacinamiento y se agrega la vida silvestre puede ser causa, aunque no única, de mutaciones virales. Ese origen tendría este virus, algunos preexistentes y, quizás, otros aun no venidos. No sé si ha visto un espanto de ojos apilados en jaulas, pero este hacinamiento sucede en algunos mercados. El comercio de vida silvestre; retraída ante nosotros, pero por nosotros perseguida, aumenta el peligro. Como un espejo facetado, los tiempos pandemia y cuarentena nos muestran aciertos y errores de nuestra especie. Somos los únicos que podemos entender.
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Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva