Por Andrea Burstin ///
Es hora para Uruguay de evaluar seriamente su permanencia en el Mercosur. ¿En qué medida ésta le aporta más beneficios que perjuicios? La creciente ola de dificultades para sellar el acuerdo con la Unión Europea enseñó, una vez más, las debilidades estructurales del Mercosur.
El bloque europeo exhibe una estrategia de mediano y largo plazo muy bien definida. Políticas, objetivos y una importante dotación económica. Todo ello articulado por el liderazgo alemán, por momentos compartido con el francés. Del otro lado del océano, una enorme asimetría de los integrantes del Mercosur. El constante vaivén y cambios de rumbo de los socios mayoritarios, queda manifiesto en las permanentes fluctuaciones de sus monedas y en las aplicaciones discrecionales de barreras no arancelarias a sus socios, etc. La ausencia de liderazgo es evidente. Brasil, que por el tamaño de su mercado estaría llamado a timonear el barco, no acaba de asumir ese papel.
Los nudos fundamentales para cerrar el pacto con la Unión Europea son dos. Europa y en particular Francia no parece dispuesta a ceder ni un ápice en el capítulo que compromete a todas las partes a implementar el Acuerdo Climático de Paris. Por otra parte, la actual administración argentina ha manifestado su clara oposición en cuanto a la reducción de aranceles acordado por el gobierno anterior. Pretende volcarse a una política proteccionista.
El apartado medioambiental es central para la política europea. Impone regulaciones muy fuertes a sus sectores productivos y a su vez sienta los estándares para aquellos bienes extranjeros que deseen competir en el entorno europeo. A las políticas tradicionalmente proteccionistas de la Unión en agricultura y ganadería, se sumará un nuevo factor que actuará como una barrera no arancelaria: el impacto medioambiental ocasionado por los productos extranjeros hasta llegar al mercado europeo. Además, la administración de Bolsonaro parece poco dispuesta a acometer la reforestación de parte de la Amazonia y a reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero que exige el acuerdo.
La dimensión medioambiental marcará fuertemente las relaciones comerciales en el futuro y no solo con la Unión Europea. Las economías que sepan desarrollar antes esta ventaja competitiva contarán con varios cuerpos de ventaja.
El segundo punto de desencuentro en el acuerdo entre los bloques es igualmente preocupante. El nuevo gobierno argentino plantea serias dudas a la rebaja progresiva de aranceles. No es fácil pactar con un socio comercial que un día se despierta con vocación de apertura al mundo, con ánimos de atraer inversión extranjera y mejorar su competitividad y al siguiente y tras cambio de pijama político, descubre que quiere volver a una utópica autarquía. En los hechos Argentina, que argumenta en este momento la necesidad de proteger a su industria local que se desmorona, se beneficiaría de aranceles bajos para adquirir las maquinarias e insumos que necesita desesperadamente para su desarrollo.
Pretender proteger artificialmente sectores de la economía representa una carga muy importante para los consumidores locales. Aislados de la competencia internacional, además se pierden muchas carreras en las incorporaciones de nuevas tecnologías . El empleo generado queda condenado a una remuneración marcada por los bajos niveles de productividad.
Uruguay debe jugar una carrera al nivel de las economías más exigentes: apostando fuerte por el factor medioambiental, manteniendo altos estándares de calidad y la estabilidad de su moneda. Se abren además nuevas posibilidades con producción uruguaya que viaja ligera de equipaje por la banda ancha. La industria del software representa hoy el primer rubro de exportación a Estados Unidos.
Nuestra integración en el Mercosur ha impedido llegar a acuerdos ventajosos con otras áreas comerciales. ¿Vale la pena? En 2019, el 30% del valor de las exportaciones uruguayas, tuvo como destino China. Las exportaciones a Argentina y Brasil sumaron el 17%, muy lejos del 50% de hace 20 años. Atrás queda el sueño uruguayo de que sus vecinos le provean de un mercado adicional para suplir lo reducido del suyo y alcanzar, así, economías de escala.
Como en todo negocio, es tan importante saber cuándo entrar como cuándo salir. O quizás se trate de articular un nuevo encaje.
***
Andrea Burstin es economista por la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, y MBA por el Imperial College de Londres.
|