Por Andrea Burstin ///
“…daba la impresión de que, tras una montaña de siglos y polémicas habían llegado a un acuerdo entre identidad y devenir. Cada uno le concedía al otro un poco: ni tu inmovilismo, ni esa locura veloz en donde nada retenemos y todo se nos escapa” ([i]). Leo este encuentro imaginario en un cuento, donde debaten Heráclito y Parménides, a los que el autor sitúa en una noche post discoteca del Levante español, en el verano de 1987.
Sonrío y pienso en los Heráclitos y Parménides con los que me cruzo cada día. Los que creen que pasada la pandemia todo volverá a ser como antes y aquellos que piensan que ya nada será igual.
Las economías producen un determinado flujo de riqueza cada año. Se estima que en 2020 a nivel global, será un 5% más bajo que el año anterior. Los gobiernos intentan recobrar cuanto antes la senda del crecimiento y recuperar el valor perdido. No es tarea fácil. Año tras año se va también acumulando un stock de riqueza. A título ilustrativo, la riqueza invertida en el mercado de bonos y de acciones en el mundo hoy, duplica con ventaja a la producción del mundo de un año. Una desaceleración de parte de la economía no debería implicar el apocalipsis. Hay colchón. Cierto es que su uso conlleva también un coste y que éste no es idéntico para todas las economías.
Veamos tres posibles estrategias desde la esfera pública, de acuerdo con los recursos utilizados.
La primera es la de una menor intervención por parte del Estado. Se cuida con mucho celo las arcas públicas, se mantiene el déficit fiscal muy controlado, conteniendo el gasto. Esta vía tiene sus peligros. Implica minimizar los recursos destinados a paliar las necesidades esenciales que puedan verse amenazadas en coyunturas como éstas. Pueden así romperse las cadenas de pagos, y con ello el tejido empresarial, el empleo y el consumo. El resultado que hemos visto otras veces en la historia es que la recesión puede enquistarse. Los esfuerzos para contener el déficit fiscal frenando el gasto, resultarían en vano. El efecto de la disminución de los ingresos (a menor actividad económica, menor recaudación) anularía con creces la contención del gasto. El resultado: más déficit fiscal y muchos ciudadanos excesivamente expuestos a los efectos de la crisis.
En la segunda estrategia, el Estado asume criterios más relajados en cuanto al control del déficit y pone una serie de recursos para salvaguardar empresas, mantener los puestos de trabajo y estimular el consumo. Es esta la vía que estamos viendo en USA y la Unión Europea. Conlleva también ciertos riesgos. Por un lado, los efectos de los estímulos podrían ser menores a los deseados. No podrán anular en su totalidad los temores de los consumidores, primero al contagio y luego a la recesión. Las empresas tampoco contraerán créditos alegremente, por blandos que éstos sean, si no avizoran tasas de rentabilidad que justifiquen seguir con su actividad. Asimismo, si bien los tipos de interés y las expectativas inflacionarias permiten en la actualidad, mantener unos niveles de endeudamiento especialmente altos, ante un cambio de escenario de estas variables, cumplir con los servicios de la deuda puede tornarse especialmente complicado.
Por último, cabe mencionar la vía china, un modelo de economía planificada que cierto es, parece ser el que mejores resultados produciría en el corto plazo. Pero este modelo tiene clara desventajas. Las sociedades en gran parte del mundo han consensuado democracias e instituciones cuyo modus operandi son incompatibles con estas prácticas. Cabe también preguntarse si los mejores resultados que esperamos de China radican solamente en las praxis de una economía planificada. Quizás queda algo de la inercia de un país que con el 20% de la población mundial, al abrirse a los flujos de capital extranjero, atraídos por el enorme potencial de su mercado y los costes laborales más bajos, gozó de décadas de crecimientos espectacularmente altos.
Aprovechando mi estancia en el Levante español, salgo al encuentro de Heráclito y Parménides. Siguen por aquí. Les digo lo que ambos ya saben hace tiempo. La realidad cambia, a veces a ritmo vertiginoso. Punto para Heráclito. Pero al mismo tiempo, aquí estamos nosotros, adaptándonos para que nada de esto ponga en riesgo nuestra identidad (sonríe Parménides): nuestras instituciones, nuestra democracia y unos determinados niveles de bienestar y cohesión social. Los tres miramos el maravilloso cielo estrellado de esta noche veraniega. A mis compañeros se les nota los siglos de entrenamiento en la materia. Una pena que este verano nos toque hacerlo con las mascarillas puestas.
[i] Calabuig, Ernesto (2020). “Túnel del tiempo con filósofos” en “La playa y el Tiempo” Editorial: Tres Hermanas
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Andrea Burstin para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva
Andrea Burstin es economista por la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, y MBA por el Imperial College de Londres.