Por Ricardo Lombardo ///
No voy a proponer como Savonarola incinerar los libros inmorales en la hoguera de las vanidades. Mucho menos emular a los nazis con su quema de libros “peligrosos” en 1933. Lo que quiero es advertir sobre los libros de texto.
Últimamente ha recrudecido la vieja discusión entre keynesianos y liberales a propósito de las consecuencias y las soluciones derivadas de la pandemia del coronavirus.
Aún más, el keynesianismo que parecía recluido a una especie de anacronismo económico, resurgió con fuerza a partir de la aguda crisis económica de Estados Unidos en 2008.
Pero uno ve, a menudo, la recurrencia de la misma disputa. En las redes, en los paneles de los programas de debate televisivo o, aún, en los académicos que parecen demasiado cercanos a sus lecciones en las aulas y lejanos a la realidad.
Los libros de texto son desarrollos de indudable mérito intelectual, pero basados siempre en supuestos. La economía, las ciencias físicas y matemáticas, siempre se construyen sobre supuestos.
Basta cambiar una de esas asunciones, para que todo se derrumbe. Quienes quisieron aplicar las políticas keynesianas en períodos de alta inflación, aprendieron la lección y debieron ir otra vez a leer los supuestos. Los monetaristas que creyeron tener la fórmula mágica para manejar la economía, no repararon en que en períodos de marcada recesión, la acentuada restricción de la emisión monetaria agrava el problema en lugar de solucionarlo.
Estos son ejemplos de extremos absurdos que sirven para explicar que toda esta discusión que se da es solo sobre instrumentos y no sobre cuestiones filosóficas o ideológicas.
Es cierto que la apasionante polémica entre Keynes y Hayek durante buena parte del siglo XX tuvo características filosóficas muy marcadas, pero el resultado no es otra cosa que instrumentos. Y los instrumentos dependen del contexto, de las circunstancias determinantes o de las determinantes circunstanciales como gustaba decir Winston Churchill.
Los hombres prácticos, los hombres de Estado, tienen que adoptar decisiones no sobre los supuestos de los libros de texto, sino sobre la realidad, sobre los datos con que cuentan y sus consecuencias. En todo caso, al igual que los médicos, pueden diagnosticar comparando situaciones similares para prescribir tratamientos similares.
Pero cuando aparece una crisis como esta derivada del coronavirus, seguramente peor que la de 1929, pero que es claramente bien diferente, la academia, los gobernantes, los polemistas, en lugar de estar discutiendo sobre los libros de texto, deberían tratar de comprender las especialísimas características de esta situación y actuar en consecuencia.
Que habrá que adoptar medidas keynesianas, es cierto. Que habrá que efectuar una expansión monetaria global sin precedentes, también es cierto, que habría que alentar la creación de puestos de trabajo con mecanismos sumamente creativos, también lo es.
Pero no debe dejar de repararse en que estamos en un hecho sin precedentes. Con consecuencias desconocidas y que cambiará la faz de la tierra. Y que ha puesto al desnudo el fracaso de la forma en que nos hemos venido conduciendo y buena parte de las cosas en las que hemos creido. Nuestra vulnerabilidad, las chocantes desigualdades sociales, la impericia de buena parte de los estados y los gobiernos nos reclaman humildad, dedicación y mucha investigación.
La crisis del cororonavirus nos ha desnundado. Como aquel famoso cuento de Hans Christian Andersen en que mientras toda la corte elogiaba el traje del emperador diseñado por los mejores modistos, fue un niño el que denunció que en realidad el rey estaba desnudo y todo lo demás era una fantasía de adulonería y compromiso con el poder.
El coronavirus es como ese niño.
Debemos tomar conciencia de que hay que diseñarle un nuevo traje al emperador.
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Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva
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Foto izquierda: Friedrich Von Hayek. Crédito: Flickr. Foto derecha: John Maynard Keynes. Crédito: Walter Benington / Wikimedia Commons