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Natalia Trenchi: Trabajando por el cociente de humanidad

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Por Natalia Trenchi //

Hubo generaciones que criaron a sus hijos para un mundo que creían seguro. Cada cosa estaba en su lugar y confiaban que la vida se regía por la regla de tres simple: si lo educo bien entonces le va a ir bien. Claro que “educar bien” significaba diferentes cosas para diferentes personas o momentos: para algunos significaba que supieran ser obedientes, puntuales y laboriosos, para otros que supieran idiomas o dominaran la tecnología. A algunos la fórmula les funcionó: en tiempos más estables y tranquilos , es más fácil cosechar lo sembrado. Pero nuestra realidad percibida hoy es otra: más compleja y con más variables en juego. No podemos seguir criando niños para una vida simple, estable, predecible o justa. En este tiempo histórico, tenemos que pensar muy bien qué tenemos que enseñar a las nuevas generaciones porque la regla de tres simple para la vida se volvió inaplicable.

La inesperada experiencia social que estamos teniendo con la pandemia y que tuvimos con la cuarentena nos ha enseñado unas cuantas cosas, que podemos aprovechar.

Confirmamos una vez más que el clima emocional de la familia lo generan los adultos. Que si ellos lograron posicionarse en su lugar de “buenos veteranos de la manada” , informándose , confiando en los expertos , y capitalizando el miedo en cuidados razonables los chiquilines respondían en el mismo tono. Porque esos adultos les trasmitían seguridad realista y confianza , no de que eran invulnerables, sino de que ellos se encargarían de hacer lo mejor posible para protegerse como grupo.

Aprendimos también que quienes lo pasaron mejor no fueron los que tenían mejores notas ni acumulaban premios, sino los que, entre otras cosas, tenian recursos internos como para adaptarse a situaciones nuevas y suficiente creatividad aplicada como para encontrar entretenimiento intramuros. Y fundamentalmente para poder aguantarse las legítimas ganas de ir a cumpleaños, de tomar del vaso del amigo o de abrazarse en patota para festejar un gol. La fortaleza vino de aceptar el “no se puede”, entender que hay motivos válidos para ello y lograr entonces adaptarse a la nueva realidad. ¿Por qué les gusta? No. Porque es necesario.

Aprender desde chiquito que uno no puede hacer siempre todo lo que quiere y que hay que lograr encarar lo que no nos encanta es una gran fortaleza para toda la vida. Y si además aprenden a “hacer limonada cuando les tocan limones”, muchísimo mejor. Y nada de esto brota porque si, son habilidades que se van forjando de a poco como se forja todo aprendizaje: con orientación, ejemplo y experiencias de vida.

Si un niño o niña fue criado haciendo abuso del camino fácil de hipnotizarlo con una pantalla para que tolere una espera o una actividad que no es divertida, no debería sorprendernos que se sienta como frente a un abismo cuando encuentre que tiene tiempo libre o una tarea “aburrida”. Si en cambio se ha visto en situación de tener que buscar la manera de entretenerse o de autoacompañarse porque no hay otra cosa exterior que lo distraiga, es mucho más probable que haya descubierto la riqueza infinita que lleva cada uno de nosotros en su cerebro: imaginación, creatividad, posibilidad de desarrollar habilidades, de despertar inquietudes y pasiones. Y eso es lo que allana el camino por el mundo real en que nos toca vivir, un mundo que necesita personas con alto cociente de humanidad.

¿Qué incluye este cociente? Varias habilidades y capacidades, entre ellas la creatividad , la tolerancia a la tensión, al malestar y la frustración, la capacidad empática, el sentido crítico de pensar por uno mismo.
Para ir accediendo a todo eso se requiere crecer en un entorno que respete al niño/niña, que los deje jugar libremente, que les favorezca el contacto con la naturaleza y que los deje hacer, toparse con las dificultades y buscar la manera de resolverlas. Que no les anestesien ni el enojo, ni la tristeza ni ninguna emoción, sino que les permitan aprender a gestionarlas. Niños y niñas que crecen en conexión afectiva con otros, sintiéndose entendidos y respetados, van activando su propio sistema de relacionamiento empático lo que les va a permitir ir por la vida enlazando con afectos y creando redes sociales que los acompañen y enriquezcan.

Lo que los niños necesitan es menos órdenes y más reflexión, menos rezongos y mejores ejemplos, menos ruido y más conciencia, menos aparatos y más conexión humana. Somos nosotros, los adultos los que podemos elegir si dárselo, o no.

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Natalia Trenchi es médica psiquiatra y psicoterapeuta de niños y adolescentes y divulgadora de salud mental a la comunidad.
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