Por Alberto Magnone ///
Imagine usted que es una persona, como muchas, que defiende la conservación de nuestro querido planeta, esa bolita que recorre el universo alegremente, y que pertenece a algunas de las meritorias organizaciones que llevan a cabo acciones en defensa de los principios ecologistas contra los malvados gobiernos y compañías transnacionales que nos amenazan.
Su misión podría consistir en navegar peligrosamente en una lancha Zodiac alrededor de un barco ballenero o en algo no tan loable como destruir alegremente parte de la noble ciudad de Hamburgo por atreverse a albergar la cumbre del G20, que viene a ser algo así como un cónclave de Lucifer con sus 19 demonios más importantes, o en salvar pandas, abejas, chimpancés, etc.
Pero ahora llega usted a su casa fatigado, a por un merecido reposo. Su hogar está provisto de un arsenal profuso de técnicas y artefactos que curiosamente son de autoría precisamente de esos a quienes usted combate, tales como lavarropas, cocina, luz eléctrica, muebles de madera proveniente de algún bosque ya depredado o, tal vez, de algún material plástico.
Usa usted reloj, celular, pasta y cepillo de dientes, licuadora, gas o electricidad, y un cúmulo de enseres, sustancias y artefactos.
Tal vez un coche, que será eléctrico en un intento de no contaminar la atmósfera, fracasado al estar el susodicho integrado por una miríada de componentes metálicos y plásticos en cuya fabricación se ha contaminado a diestra y siniestra.
Quizás, su acción solidaria se ha producido en un lugar distante, por lo cual usted se ha visto obligado a abordar un avión, artefacto tecnológico que para construirse se realizan quién sabe cuántas acciones perniciosas.
Pero el mayor problema para su coherencia interior le acecha en su propio hogar y se oculta subrepticio dentro de su amable perrito. Ese simpático y acogedor bichito que mueve la cola alegremente cuando usted llega, que vigila celoso su casa cuando usted no está, que es unfiel y generoso compañero lleno de amor; su inigualable mascota.
Pues sí; este sería el caso si damos crédito a algunos modernos pinchadores de globo llamados científicos evolucionistas.
La propia existencia del perro como especie, y en realidad de todos los animales y plantas domésticos, hasta el trigo con que se hace el pan que comemos a diario, o el bello rosal que luce en nuestro jardín, se deben a ese pérfido procedimiento llamado manipulación genética.
El inocente perrito no lo fue siempre, sino que hasta hace unos pocos miles de años, era parte de la familia de los lobos. De hecho, el lobo nos acecha desde su nombre científico, canis lupus familiaris, en latín algo así como "perro lobo de la familia".
Según los científicos, el perro viene a ser un lobo que se afincó entre nosotros por la facilidad para obtener el sustento y las comodidades derivadas de convivir con los humanos, añadiendo al prototipo original unas gotas de simpatía y la habilidad de mover la cola, de la cual el lobo seguramente carece.
Una vez realizado el primer contacto, los humanos se pusieron a trabajar en la invención de razas perrunas que fueran útiles para sus propósitos con características buenas y útiles tales como una mansedumbre y obediencia más grandes, inclinación a acompañar a los humanos en la caza, disfrute del juego y la compañía, y otras formas similares de sociabilidad.
También en el proceso el perro nos domesticó a nosotros hábilmente, favoreciendo con su útil compañía a los nosotros más agradables y simpáticos.
Todas estas características del comportamiento están determinadas por los genes del perro, esos pequeños aparatitos químicos que están en el núcleo de la célula. Al favorecer a algunos tipos de perro sobre otros, lo que en realidad hacemos es favorecer a perros con genes que nos convienen y descartar perros con genes que no hacen al bicho traernos el palito o cuidarnos la oveja. A éstos, con el paso del tiempo los vamos rechazando más o menos amablemente, dándoles menos comida, siendo menos cariñosos, o directamente echándolos… Naturalmente que esto se hace de forma imperceptible a través de muchísimas generaciones pero algo que demora mucho tiempo no por ello es menos efectivo.
Un transgénico es un organismo modificado mediante ingeniería genética, o uno que contenga un gen que antes no pertenecía a la especie. Es evidente que ésto es lo que hemos hecho con el perro: un transgénico con todas las de la ley.
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Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva
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Foto: Publicdomainpictures.net