Por Natalia Trenchi //
El guionista de la vida nos volvió a sorprender poniendo al mundo y a nuestras vidas patas arriba. El cimbronazo de esta pandemia es intenso y largo, lo que sigue poniendo a prueba los recursos de cada uno, de cada familia, de cada sociedad.
Hace ya unos años leí sobre lo que pasó en el Kruger National Park, la enorme reserva sudafricana. Allí viven miles de elefantes, que no siempre se distribuyen como los admnistradores quieren. En determinado momento, para poblar zonas del parque que habían quedado con pocos elefantes, trasladaron a 40 ejemplares jóvenes de un lugar en que habían muchos y así intentar generar una nueva manada en ese lugar despoblado. El tiempo fue pasando y empezaron a suceder cosas que nadie esperaba y que eran un grave problema: estos jóvenes se había transformado en inusualmente violentos entre ellos, con los demás animales y con los turistas. Después de mucha investigación se descubrió que esta violencia desenfrenada era debida a la ausencia de ejemplares añosos en la manada. Parece ser que normalmente los elefantes machos jóvenes hacen picos de testosterona necesarios para la conservación de la especie, pero que también provoca conducta agresiva intensa. En esos momentos, ¿saben cómo la Naturaleza soluciona el problema? Es ahí que intervienen los “viejos de la manada” , que se acercan bramando y rezongando en el modo elefante, consiguiendo de esa manera bajar la testosterona y la violencia consiguiente. La hipótesis resultó cierta: agregaron mayores a esa nueva manada, y la violencia bajó.
Otra hallazgo semejante surgió hace tiempo en Africa del este, donde extremas sequías suceden cada 45 años aproximadamente. En cada período difícil, los grupos que tenían integrantes de más edad eran los que más sobrevivían: ellos tenían la experiencia de salir a buscar agua y alimentos, sabían hacerlo y guiaban a los demás.
Todo esto me llevó a pensar en el rol que tenemos los adultos en la crianza y en la vida de las familias y las sociedades. En tiempos en que se sobrevalora la juventud al mismo tiempo que se la culpa de casi todos los males, qué importante es acordarnos que somos los menos jóvenes los que somos necesarios para enseñar a vivir en tiempos dificiles y para armonizar los impulsos y arrebatos de los más jóvenes cuando se salen de cauce.
Cuando las generaciones pierden este rol de los mayores, el equilibrio social se pierde. La sociedad precisa el impulso y la energía de los jóvenes, pero igualmente necesita la experiencia y sabiduría acumulada de los mayores. No es solidaridad, es necesidad: necesitamos a los y las veteranas para mantener la armonía en el mundo.
El rol adulto lo podemos perder de muchas maneras, inadvertidamente a veces. Muchas veces lo perdemos “en una buena” cada vez que los adultos adoptamos comportamientos inmaduros, que somos permisivos ya sea por negligencia o por demagogia, cada vez que les damos malos ejemplos con nuestro comportamiento transgresor y/o irresponsable y/o impulsivo y/o irreflexivo.
¿Donde estamos los veteranos de la manada cuando los adolescentes copan las calles de los balnearios cometiendo excesos malos para su salud física y mental, y depredadoras del bien común? ¿Donde estamos cuando destrozan los locales de festejos? ¿O cuando agreden salvajemente a algún “débil” del grupo? En realidad la pregunta debería ser: ¿donde estuvimos antes? Porque no se enseña a ser persona cuando llegan a la adolescencia. Este es un trabajo fino que se empieza mucho antes y que debe estar lo suficientemente bien hecho para que llegado el momento en que empiecen a levantar vuelo tengan ya incorporada en su software mental la capacidad de pensar antes de actuar.
Hay que convencerse que los adultos no estamos en el mundo sólo para pagar cuentas y llevarlos al doctor. Estamos para ayudarlos a construirse a sí mismos de la mejor manera. Y para eso no sólo es necesaria la presencia sino también la voluntad y el compromiso. No sirve de nada el discurso moralinezco o amenazador. Es la autoridad democrátrica ganada en un buen vínculo , en el respeto y en la coherencia lo que produce el efecto de fortalecerlos por dentro. No queremos más policías cuidándolos: queremos que se sepan cuidar a sí mismos. Y no lo estamos logrando. Ya sé que dá trabajo, y que lleva tiempo pero si elegimos tener hijos, ahora esta es nuestra obligación y prioridad. Y si no, a llorar al cuartito.