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#B08 Paris, la primera decepción

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Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández

Viernes 02.08.2024

Cuando la selección uruguaya llegó a París se encontró con una ciudad que aplastaba con sus grandes avenidas y sus edificios elegantes. Pensaba que ya habían vencido todos los obstáculos, pero quedaban otros.

El 15 de mayo de 1924 el tren de las 10 de la noche de Madrid a París llevaba a bordo más que simples pasajeros, transportaba a un grupo de albañiles, carpinteros, obreros y empleados que conformaban la selección uruguaya de fútbol, la ya famosa “ráfaga olímpica” que había paseado su calidad en las canchas españolas durante semanas y que ahora emprendía la última etapa de su viaje, la verdadera motivación que había empezado en 1923.

Tras pasar un día viajando por las vías, con paradas y trasbordos no demasiados cómodos, la delegación uruguaya llegó a París a las 8 de la mañana. Era 17 de mayo, dos meses después de haber embarcado en
Montevideo.

Francia comenzaba a cerrar las cicatrices de la Primer Guerra Mundial que había causado la muerte a casi dos millones de los suyos y heridas a más de tres millones…tres millones. La angustia y el dolor habían comenzado a dar paso a un cambio de modo de vida en la sociedad francesa. Artistas, escritores, pensadores, todos buscaban a París, la ciudad de la libertad.

Música, alcohol, drogas, sexo, liberación. La locura de los años Veinte estaba más que justificada. Y en ese entorno, los Juegos Olímpicos volvían a la ciudad después de 1900 gracias a la tenacidad del Barón Pierre de Coubertin, presidente del Comité Olímpico Internacional, que en su última cuota de poder se los quitó a Los Ángeles y dijo: París.

Hasta allí llegarían unos 3 mil atletas de los cuales solamente unos 200 eran mujeres. Uruguay estaba representado por los futbolistas y, de los que pocos se acuerdan, seis esgrimistas y cinco boxeadores.

Cuando celestes recorrieron el camino de la estación de tren al lugar donde se concentrarían, lo hicieron apabullados por lo que representaba el paisaje parisino, las avenidas anchas y enjardinadas, edificios extraordinarios.

“Atravesamos París, pasamos junto a los Campos Eliseos y al Arco de Triunfo, y dejamos la gran urbe a la  espalda para ir en busca del reparador descanso que nuestros footballers necesitaban y que imaginábamos íbamos a encontrar en aquellas villas de las cuales los prospectos referían prodigios”, registró en su informe oficial el delegado de la AUF.

Sin embargo, la realidad sería muy dura. Inclusive para gente como ellos de vida modesta y sobria. Las cabañas de madera estaban bien situadas, pero no ofrecían lo que necesitaban, más en un verano con temperaturas de 34 grados.

“Nos limitaremos a decir que eran malas, muy malas, y que en ellas resultaba imposible permanecer mucho tiempo sin gran riesgo para el estado físico y moral de nuestros jugadores. La alimentación, sobre todo, era en extremo deficiente, verdaderamente paupérrima”, agregaba el registro de la AUF.

Así sería la cosa como para asombrar a un grupo que había viajado en camarotes de tercera clase en un barco de pasajeros y de carga. No se iban a rendir fácilmente. Ya aparecería alguna jugada maestra como esas que acostumbraban a tejer en la cancha.

Encontrar de urgencia un nuevo alojamiento en París en plenos Juegos Olímpicos, no iba a intimidarlos.

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