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Entrevista central, lunes 11 de enero: Jorge Señorans

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Entrevista con Jorge Señorans, periodista deportivo, autor del libro La cara oculta del baby fútbol.

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Video de la entrevista

EN PERSPECTIVA
Lunes 11.01.2016, hora 8.20

ROMINA ANDRIOLI (RA) —En un fin de semana típico en Uruguay, unos 60.000 niños salen a las canchas de todo el país vistiendo los colores de algunos de los 600 clubes que existen en el baby fútbol nacional. En sus cabezas anidan de la manera más inocente sueños que vienen prácticamente en el ADN de cada botija uruguayo: hacer un gol inolvidable, ponerse la camiseta de Nacional o Peñarol o, ¿por qué no?, ganar un Mundial.

Sin embargo, del otro lado de la línea de cal los sueños parecen hechos de otra sustancia. Allí las gambetas y los goles del campito empiezan a cotizar a edades cada vez más tempranas y acercan toda una red de empresarios y captores que especulan con descubrir a los cracks del futuro.

De esa realidad se ocupa La cara oculta del baby fútbol, un libro del periodista Jorge Señorans que recorre organizaciones del interior y la capital para entender de qué modo el negocio del fútbol va contaminando la relación entre los niños y el juego más lindo del mundo.

Para conocer algunos de los detalles de esta investigación, nos acompaña Jorge Señorans.

Tú sos periodista deportivo desde hace mucho tiempo. De todos modos, ¿cómo aparece tu interés por trabajar sobre este tema en particular, el del baby fútbol?

JORGE SEÑORANS (JS) —Se fue dando a través de charlas con familiares, con amigos, porque quién no tiene un hijo, un sobrino, un conocido con un hijo jugando en el baby fútbol, que, como tú decías, es una actividad social que reúne a 60.000 niños.

RA —Los datos llaman la atención, son sorprendentes: 600 clubes, 60 ligas asociadas en todo el país y 60.000 niños que se disputan torneos de este tipo.

JS —Claro, y ahí fue que me fueron llegando las distintas situaciones que se viven en el entorno de los niños: a aquel le compraron un par de zapatos nuevos porque juega bien, al otro le ayudan a la familia, a uno le dieron una heladera porque no tenía, al margen de todo otro tipo de cosas que suceden alrededor de los niños. Eso fue despertando mi curiosidad por tratar de meterme en esto del baby futbol.

NICOLÁS BATALLA (NB) —Tu interés no iba a documentar en términos generales toda la movida del baby fútbol, sino lo que llamás la “cara oculta”, que tiene que ver con cómo el mundo del negocio del fútbol se empieza a meter en el juego de los más chiquitos. ¿Cómo definirías esa transformación que se está dando y por qué te parecía que era interesante dejarla documentada en este trabajo?

JS —Hay algunos aspectos para tener en cuenta. Cuando inicio la tarea me paro en un lugar en el cual entiendo que no puedo emitir opinión porque no estoy inmerso en la realidad del baby fútbol. Si bien trabajo como periodista, es obvio que no es mi área.

NB —Trabajás con los que llegaron.

JS —Claro, con ese mínimo porcentaje.

RA —Vale la pena mencionarlo: solo el 0,14 % de esos 60.000 chicos van a conseguir llegar al fútbol profesional y hacer una diferencia económica después jugando.

JS —Exacto. Entonces, parado en ese lugar, lo que hice fue recurrir a gente con años en el baby fútbol que me podía aportar para esta cara oculta. Que para ellos no es oculta, porque conocen la realidad desde hace mucho tiempo, pero para quienes estamos por fuera, que somos la gran mayoría, sí hay cosas que sorprenden y como que los entrevistados llegan a la conclusión de que se ha transformado en un negocio.

NB —En el libro aparecen varias historias que dan cuenta de una situación que parece bastante presente en el fútbol infantil: cuando un chiquilín anda bien, el rumor empieza a correr y la cancha se empieza a llenar de gente que quiere verlo hacer maravillas con la pelota. Entre esa gente seguramente aparecen los cazatalentos. ¿Cómo se da ese proceso, quiénes son los cazatalentos y cómo es el acercamiento a los niños?

JS —Quiénes son es indescriptible, hay una inmensa red de captadores ya no solo en Montevideo, sino también en el interior, porque es gente que tiene gente trabajando para ellos. A su vez están los clubes, que ya tienen captadores o redes de captadores recorriendo las canchas de baby fútbol. Les marcan a los chiquilines con condiciones y van a verlos. Ahí viene la otra parte, que es cómo llegan a esa familia o a ese niño. Ahí hay de todo, es un universo muy complejo.

RA —Podríamos decir que a grandes rasgos están los captadores que trabajan para un club en particular y tienen el aval de esa institución, y por otro lado los contratistas que vienen a título personal y en busca de generar un vínculo con el chiquilín, aunque no necesariamente lo lleven a un club específico.

JS —Es así. El que se arrima o el que entrega una tarjeta va en nombre de un club o va particularmente a decir: “Yo voy a tener tu ‘representatividad’ –entre comillas, porque es un niño– y te puedo colocar en tal lado”. O: “Vos tenés condiciones y te voy a llevar a tal lugar”. Ahí está no la punta de la madeja, porque creo que arranca mucho más atrás, pero se empiezan a generar una serie de situaciones alrededor del niño: un picoteo constante de cabeza, todo el entorno del chiquilín le hace ver que tiene condiciones, que puede llegar, que va a ser un fenómeno, con todo lo que eso acarrea.

NB —Decías que es imposible describir de manera homogénea quiénes son estos captadores o los contratistas que se acercan porque es muy variado, aparece de todo. Pueden ser exfutbolistas que han desarrollado un buen ojo para ver las virtudes del chiquilín con la pelota, pueden ser empresarios barriales o locales. Se menciona a pizzeros, panaderos que han generado cierto capital y están en posición de ofrecerle cosas al chiquilín o a la familia.

JS —Se ha diversificado mucho el tema –ese es un aspecto a tener en cuenta–, sobre todo por la familia que recibe a personas que le van a hablar por el niño. La mamá de Schiappacasse, un jugador de River que con 15 años fue vendido al Atlético de Madrid, me decía que los volvieron locos en el proceso en que el chiquilín va a un mundialito de niños, se convierte en goleador y a partir de ahí reciben una catarata de propuestas de las más variadas, hasta trabajo para ellos. Ella me remarcaba que les decía a los empresarios o contratistas: “Vos me estás hablando de negocios, yo te estoy hablando de mi hijo”. Era una forma de parar un poco la situación.

Pero sí, hay mucha gente, hasta gente del ambiente mayor del fútbol profesional tiene gente trabajando para ella. El tema es que el listón fue cada vez más abajo, el nivel de captación va cada vez más abajo, y te dicen: “Si no lo agarro yo, lo agarra otro”. Con esa frase pasamos de los 12 años a los 10 y de los 10 vamos a ir a los 7 u 8.

NB —En el libro queda claro que esa ramificación se empieza a dar no solo a partir de los cabezas del equipo, los captadores principales, sino que empieza a incluir incluso a árbitros, a fotógrafos que retratan el baby fútbol pero ya están mirando y pasan el dato a alguna institución. Cualquiera te puede estar mirando y pasando el dato.

JS —Sí, ese fue un dato que me sorprendió. En el club Siete Estrellas me dijeron que había un fotógrafo que no sé si oficiaba como captador, pero que recibía un dinero por señalar quiénes eran los jugadores con condiciones.

NB —Se menciona el caso de Valverde.

JS —Sí. A algunas personas las corrieron de las canchas por ir a mirar jugadores, a hablar con la familia. Ahí se genera la situación que viven los clubes de baby fútbol de barrio. Porque hay una liga que nuclea a las instituciones que compiten a nivel profesional, Peñarol, Danubio, que están en AUFI (Asociación Uruguaya del Fútbol Infantil), y están los otros. Después se genera esa pelea, porque el chiquilín va a esos clubes y deja de ir al club del barrio. Ahí hay acusaciones de robo de jugadores. Para que tengan una idea, algunas personas llegaron a decirme que había una mafia. A mí no me entra en la cabeza que existan amenazas por chiquilines de 10 años, o que un chiquilín de 10 años tenga representante. Pero hay quienes te dicen que son las leyes del mercado. Es un laberinto muy complejo, y admito que cuando me metí en un momento me costó salir…

NB —¿A qué te referís?

JS —Claro, vos te metés, empezás a entrevistar gente, vengo a tu club y te digo: “Me dieron el dato de que ustedes ‘robaron’ tal jugador”. Y viene la acusación para el otro: “¿Por qué no vas a hablar con Fulano, que también está de vivo y se lleva jugadores?”. O: “Andá a hablar con tal representante que vino acá y nos llevó a tal jugador y le dio a la familia a cambio un par de zapatos”.

NB —¿Cuál es la moneda de cambio? ¿Qué es lo que se ofrece cuando está el interés por un chiquilín?

JS —De todo, mucho. Lo primero es un par de zapatos de fútbol, que es lo más habitual. Después, por las experiencias que me contaron, hay de todo, hay electrodomésticos, vehículos, promesas de trabajo para los padres, y la promesa habitual: “Si venís conmigo te coloco en tal equipo”, o “Podemos ir al exterior”.

RA —¿Qué es lo que buscan estos intermediarios? Porque formalmente los pases en el baby fútbol tienen que ser gratuitos y los clubes no pueden recibir dinero por ceder un jugador a otro equipo.

JS —Algunos los pagan, me enteré.

RA —¿Pagan?

NB —Por afuera, por supuesto.

JS —Sí, te lo vas a llevar y te dicen: “Este chiquilín me debe dos años de anualidad y lo llevamos a jugar un campeonato a Brasil. Pagame eso y te lo llevás”. No sé si lo están vendiendo, pero sucede.

RA —Pero los niños no pueden firmar ningún contrato con nadie y sus padres tampoco, no tiene ninguna validez legal. ¿Cómo hacen los intermediarios para sortear esas trabas reglamentarias?

JS —Ahí venimos a la parte del engaño o el poder de seducción. Porque hay documentos que se entregan, que no tienen validez, pero apuntan, como ocurre habitualmente, a familias de bajos recursos y que de pronto no tienen la preparación adecuada para darse cuenta de que lo que están avalando no es correcto, no es adecuado –ahí no me meto, porque es una decisión familiar y cada uno sabe lo que pasa en su casa– o de que ese documento no tiene validez.

RA —No es un hecho menor que esas familias muchas veces no tengan con quién asesorarse y, ante la desesperación o la necesidad, cedan.

JS —Claro, y eso te plantea otra situación, que también lleva a la reflexión: vos te quedás sin trabajo, tenés que pagar un alquiler, tenés dos chiquilines, los tuviste que sacar del colegio porque no pudiste seguir pagando, les achicaste cosas, de pronto el club, el gimnasio, y no tenés cómo solventar a tu familia. Pero uno de ellos tiene condiciones y te aparece una persona de estas y te ofrece equis monto. ¿Qué hacés?

RA —Es difícil, ni que hablar de decirle que no en esas condiciones.

JS —Te traslado otra inquietud, porque ahí te dicen: estás vendiendo a tu hijo. Hay quienes dicen que no es así, que vos estás “vendiendo” el probable futuro de tu hijo como futbolista.

NB —Ese dilema nos lleva a una pregunta que podemos haber intuido hasta este momento en la entrevista pero que no hemos verbalizado: ¿cuáles son los riesgos que fuiste encontrando en esto que has llamado “la cara oculta del baby fútbol”? A lo largo del libro se encuentran varios testimonios de dirigentes de clubes de fútbol infantil que están molestos con esta situación. Allí hay cierta lógica porque en definitiva están en competencia con los intermediarios por tener a estos chiquilines que tienen talento. Pero para los chiquilines, ¿cuáles son los riesgos que fuiste identificando que tiene esta situación?

JS —Muchísimos. Por ejemplo, los niños que vienen del interior sufren una gran problemática, según lo que me dijeron. Ahí me apoyé en especialistas, en psicólogos, entendí la necesidad de que en esta investigación estuviera esa parte, qué es lo que le sucede a un niño al cual se le genera la ilusión de llegar a cristalizar como futbolista y que de pronto tiene que volver atrás, porque no llega, que son la inmensa mayoría.

NB —En el libro aparece un relato, no está identificado quién es el chiquilín, y además seguramente no lo conozcamos. Termina un partido en Tupambaé, el chiquilín había tenido una actuación maravillosa, se va contento a abrazarse al padre, el padre estaba hablando con un desconocido y el desconocido le pregunta si se quiere ir a probar a Montevideo. Ahí empieza una peripecia de dos semanas en desde que el niño desembarca en Montevideo, llega a la cancha donde se va a probar y se encuentran con que hay 60 chiquilines más que van con la misma ilusión, no queda y a los dos días está en Tupambaé de nuevo.

JS —Esa historia me la contó Eduardo Mosegui, que es consejero del fútbol infantil desde hace 16 años, que fue técnico. Me dijo: “Para conocer al baby fútbol por dentro tenés que haber vendido tortas fritas y haber lavado camisetas”, para graficar cómo es el tema. Él vivió una situación muy particular: quería llevar a un chiquilín al club de él y el papá se le arrimó y le dijo: “Si me das seis chapas el chiquilín juega en tu cuadro”. Fue algo que lo marcó, que le hubiera pedido seis chapas para construir la casa o vaya a saber para qué. Situaciones de esas se viven innumerables y los riesgos a los cuales están expuestos los chiquilines son varios.

Es muy probable que si al chiquilín lo embalan o lo entusiasman con la posibilidad de que sea jugador profesional, venga y te diga a vos mamá: “Yo no quiero estudiar más, porque voy a jugar al fútbol, voy a ser jugador de fútbol”. ¿Con qué das marcha atrás ahí? Hay familias que de pronto se imponen y la madre dice: “No, esto no lo negociamos, el estudio no”, pero hay otras que de pronto no tienen la preparación o los medios suficientes para tratar de inculcarle al chiquilín que la actividad paralela del fútbol tiene que ser acompasada con un estudio, entonces el chiquilín deja de estudiar, pero no llega y después tiene que salir a afrontar la vida sin una preparación adecuada. Eso se da en muchísimos casos, el psicólogo Gabriel Gutiérrez me decía que se ha encontrado con muchísima gente así. El propio Diego Forlán me lo dijo: vos te parás en el complejo de la AUF y mirás los cuadros o los murales con todas las selecciones juveniles y ves la cantidad de chicos que se perdieron en el camino, que no llegaron.

RA —Tenemos un mensaje de un oyente que dice: “El niño a quien le salen las posibilidades de ser un crack pierde el interés por el estudio. Si no llega a ser un crack está condenado a no ser nada”.

JS —Claro. Y está otra situación que me decía Diego Forlán: la cantidad de años que van desde que el chiquilín deja de jugar al baby fútbol para pasar al fútbol profesional, porque ahí hay otro camino que son las divisiones juveniles. En ese lapso de pronto el chiquilín ya tiene novia o está saliendo con una chiquilina que le gusta y de repente no se cuidó y la dejó embarazada. Chau carrera y chau sueño, va a tener que salir a trabajar. Diego me lo decía: es un tema de la vida, no te cuidaste, dejaste a la chiquilina embarazada y no pudiste seguir jugando al fútbol porque tuviste que salir a trabajar porque se te viene un hijo.

NB —Fernando Sobral, expresidente de Defensor, también se mostraba preocupado por esta situación, del riesgo de adelantar tanto esa decisión de ver al chiquilín como una moneda de cambio. Reconocía los riesgos que tiene cuando captan en el interior sobre todo a un chiquilín del baby fútbol para que pase a las formativas de Defensor. De repente ese chiquilín sigue vinculado a las formativas hasta los 17 años, pero a los 17 no da el salto para pasar a primera, entonces se lo devuelve a la familia con todos estos problemas de no tener formación, de haber apostado a una cosa que después no terminó resultando.

JS —Fernando me planteaba esa inquietud: “Cómo se lo devuelvo a la familia, porque el chiquilín no quiere estudiar más. Se lo devuelvo frustrado porque no pudo con su sueño, y de pronto sin la preparación adecuada, porque el chiquilín vino acá y dijo: ‘Yo quiero ser jugador de fútbol, lo único que quiero hacer es jugar al fútbol’”. Es un tema muy complejo, es bravo, es amplio. Traté de trasladar estas inquietudes a la gente para que lo piense, para que por lo menos tenga ese ejercicio. Y mucha gente que leyó el libro me dijo justamente eso: “Me hiciste pensar con esto”.

***

NB —Las promesas de los cazatalentos pueden incluir zapatos nuevos, electrodomésticos, trabajos para los padres, hasta valijas repletas de dólares. Y en algunos casos pueden incluir todo eso, como es la historia de Enzo Scorza, con la que arrancás el libro. Con 10 años, Enzo empezó a llamar la atención de los medios de Brasil, lo visita la Rede Globo para hacer informes sobre él, lo entrevistan y empieza una disputa impresionante entre los clubes más importantes del mundo por su fichaje, hasta que termina arreglando con Danubio a partir de la intermediación de Francisco Casal que se termina haciendo de su ficha. “Que se termina haciendo” es una manera de decir, porque en realidad no pueden.

JS —Me pareció la historia más adecuada para arrancar el libro porque reunía todos los condimentos: el chiquilín que deslumbra de niño, le van a hacer entrevistas, algo con lo que lo soñamos la inmensa mayoría de los varones en este país, las notas, que te hagan un nota en la radio como futbolista, la posibilidad de que vengan grades clubes a tratar de llevarte, el hecho de que estuviera una semana en Porto Alegre, lo alojaran en una casa con piscina, con todas las comodidades, le dieran la ropa deportiva, lo llevaran a los entrenamientos, les ofrecieran trabajo a los papás dentro del propio club, el Grêmio. Después el hecho de volver a Rivera, que llamaran al padre y lo citaran en un bar en Montevideo, porque ellos eran de Rivera, y le ofrecieran una valija con US$ 200.000 de River argentino. El papá que no entendía nada de fútbol, porque era motociclista e incluso llevaba al niño los fines de semana al motociclismo.

NB —Y el chiquilín que empieza a sentir que es distinto.

JS —Claro. Se lo pregunté justamente: “¿A partir de qué momento te diste cuenta de que algo empezaba a suceder a tu alrededor o que se generaba todo este movimiento?”. “A partir de los 10 años, cuando empezaron a caer las cadenas de televisión brasileñas, ahí me di cuenta de que yo pasaba a ser un negocio”. Los papás trataban de ocultarle todo eso. Me lo decía Aldo, el padre de Enzo, con la madre trataban de que el chiquilín no se enterara de que todo esto ocurría a su alrededor y lo que ofrecían. Porque, obviamente, querían que no salteara pasos de crecimiento, su etapa de niño.

NB —Los padres no la tienen sencilla, incluso cuando no se quieren obnubilar por el dinero que se les ofrece, simplemente por eso de administrar la carrera del chiquilín, que está en su legítimo derecho y no tiene nada de malo llevar su carrera como futbolista. Es complicado para los padres aun cuando quieran tener el mayor de los recaudos.

JS —Sí. Por ejemplo el padre de Enzo Scorza en un punto tiene que volver a Rivera, porque ellos vienen con el chiquilín a Montevideo para acompañarlo, porque era un niño. Viene a Danubio, Danubio le ofrece el salario de un jugador de primera división, y el papá del chiquilín acuerda con Danubio que el niño no se entere de que cobra como un jugador de primera. Me pongo en la cabeza de ese chiquilín, vos vas por el barrio y vas con el pecho inflado, “soy un jugador de primera”.

Cuando Aldo, el papá del niño, vuelve a Rivera, cuando Scorza ya es mayor, había gente que por la calle le decía que era un vividor de su hijo. Entonces él plantea la inquietud: “¿Qué hacía con mi hijo? ¿Lo dejaba solo a la deriva en Montevideo o lo voy a acompañar como lo acompañé? Y resulta que cuando vuelvo, porque lo acompañé, me tratan de vividor”. En la otra punta, si lo hubiera solo y no lo hubiera acompañado, ¿de qué lo habrían acusado? De que lo vendió o de que lo dejó a la deriva. Se plantea esa situación.

RA —¿Hay mucha diferencia entre cómo viven esa situación un niño de Montevideo y uno del interior?

JS —Sí. La gente del interior entiende que el niño del interior es más vulnerable, que tal vez conserva una inocencia o un grado mayor de inocencia o no va tan rápido, porque el ritmo del interior es distinto del de la capital. En ese sentido como que no se saltean etapas. Al margen de que esto ha evolucionado muchísimo. Yo siempre cuento que cuando iba al baby fútbol iba caminando con mis amigos, no quería que me acompañaran mis padres, y hoy eso es impensable, si no te llevan tus padres, tu tío o tu abuelo, no te dejan ir. Yo vivía incomunicado porque no había celulares y hoy van todos comunicados porque están los celulares y están a un mensaje o a un llamado de una situación a la que te puedas enfrentar y podés llamar. Cambió mucho.

NB —En el libro se da a entender en varias oportunidades que se podría profundizar mucho más en este tema, pero que hay temor de ciertos actores en dar a conocer todo lo que saben. Vos utilizabas incluso la palabra mafia. Afirmás que te da la impresión de que no todos te cuentan lo que saben…

JS —Me lo dijeron.

NB —… y citás el testimonio de Héctor Lescano, que fue presidente de la Comisión Nacional de Baby Fútbol y que viene dando alertas sobre este tema desde la década del 90. Él opina que en el baby fútbol hay trata de niños y que hay quienes abusan de las carencias económicas de las familias. A su vez te dijo que muchos saben de estas cosas pero no se animan a hincarle el diente. ¿Efectivamente te encontraste con miedo a denunciar determinadas situaciones? ¿Por dónde vienen ese tipo de situaciones que quedaron ocultas en la investigación porque no llegaste a encontrar personas que te hablaran de ellas?

JS —Me enfrenté a entrevistados que me dijeron eso: “No te puedo decir todo lo que sé”, y me dijeron todos, sin decirlo, que había, más allá de todo esto que sale a luz, otras cosas. No es que yo no las denuncie o que no me las contaron, porque te las cuentan, pero off the record.

NB —¿Por dónde vienen esas situaciones? A partir de las denuncias de Lescano se hablaba de los departamentos del litoral, que tienen límite con Argentina, terminaban jugando en Argentina con problemas en la documentación. Ahí se esboza uno de los costados que puede tener este tema. ¿Por dónde más pueden venir esas situaciones?

JS —Hay muchísimas. En el libro hay una denuncia de un club que hacía venir a los chiquilines de 10 años, les hacía firmar contrato a los padres y después les daban un 10 % en caso de que el chiquilín llegara a cristalizar. También amenazas entre representantes porque se llevaron a un jugador. Hay otro tipo de situaciones que tampoco revelé porque lo que intenté fue que el libro tuviera este contenido que tiene, que es con nombre y apellido. No me servía poner fuentes, porque consideraba que iba a perder peso. Por ejemplo, me enteré de una situación a la cual no pude llegar pero que debe ser común: padres separados, un representante que le da dinero a la mamá y otro que le da dinero al papá y el niño en el medio de rehén.

NB —En el libro aparece una situación similar con nombre y apellido, la de Rodrigo Amaral: un contratista hablaba con la madre y otro con el padre y Rodrigo quedaba en el medio de esa situación.

JS —Fue denunciada por Pablo Boselli, que fue representante de Amaral durante mucho tiempo. Cuenta que a lo largo de muchos años lo acompañó en su crecimiento y que llegado el momento apareció otro empresario, Daniel Fonseca –lo reveló–, y le ofreció cosas que él no estaba dispuesto a ofrecer. Me lo dijo claramente: “Tal vez yo por no poner dos autos perdí un jugador que va a valer muchísimo dinero”.

Hablé después con Rodrigo Amaral, porque consideraba que era lo adecuado, teniendo en cuenta que él era el protagonista de esa historia, y él obviamente prefirió no hacer referencia a lo que había vivido, al margen de que sí me contó que vivió situaciones de mucha gente que se arrimaba para tratar de llevárselo. El chiquilín deslumbraba en el baby fútbol, quienes lo vivieron me dijeron que era impresionante.

RA —¿Qué alternativas se manejan para tener mayor control sobre estas situaciones? Tú dialogás con varios actores relevantes del fútbol para ver qué es lo que plantean. Estoy pensando en el exfutbolista Gustavo Poyet, que proponía que los niños estudien obligatoriamente y que de lo contrario no puedan jugar.

JS —Es muy complejo el tema para ponerle el cascabel al gato. Vos tenés un hijo, pasás dificultades, el chiquilín juega bien y te dicen “vamos a llevarlo a Argentina” y se va toda la familia con el chiquilín. Pero ¿qué vas a argumentar cuando te vas? Que vas a trabajar a Argentina. Pero la realidad es que vas por el chiquilín, a jugarte por el chiquilín. ¿Cómo se hace para tratar de frenar eso? ¿Buscarle un marco legal para ese tipo de situaciones? Es complejo. De hecho hay un niño que está en España en el Real Madrid, se lo llevaron con 11 años.

NB —Lagreca.

JS —Sí, Santiago Lagreca. El papá me contó la historia, cómo se dio todo. Otro chiquilín que deslumbraba en el baby fútbol. Ese niño está en España y la familia está con él allá, trabajando. Se fueron a tratar de cumplirle el sueño al niño. Le pregunté a Andrés –el papá– qué sucedería en caso de que no resultara. Me dijo que habían hablado con el chiquilín y que le habían dejado claro que si no resultaba volvían a Montevideo.

NB —Santiago dice en el libro que confía plenamente en sus condiciones.

JS —Sí, “no vamos a volver”, dice.

NB —Claro, eso en su cabeza y en su fantasía de niño, no quiere decir que efectivamente vaya a pasar y después no reciba el golpe de todos modos.

JS —Claro, yo me pongo un instante en la cabeza del chiquilín y debe de ser bravo volver a atrás. Estuviste en el Real Madrid, conociste todo lo máximo y tener que volver atrás… debe de ser duro.

NB —Decías que es difícil ponerle el cascabel al gato. De todos modos en el libro aparecen, de manera desperdigada, algunas iniciativas que algunos actores que consultás entienden que podrían llegar a contener un poco este fenómeno. Romina mencionaba recién la de Poyet. Eduardo Mosegui, que es consejero de ONFI (Organización Nacional de Fútbol Infantil) hablaba de un registro de licencias para que se sepa quiénes son estas personas que se acercan a las canchas a mirar a los chiquilines.

JS —Él lo quería proponer este año.

NB —Y Fernando Sobral, expresidente de Defensor, hablaba de que había que prohibir los pases de los chiquilines menores de 15 años entre departamentos para evitar los fichajes hacia Montevideo. Y después había dos ideas parecidas. Una es la del escritor y exfutbolista Daniel Baldi, que propuso eliminar los campeonatos para evitar los padres enfermos afuera de la cancha luchando por ser campeones. Y en una línea similar, el propio maestro Óscar Washington Tabárez, a quien entrevistaste para este libro, se preguntaba si a ciertas edades tenía sentido la tabla de posiciones. Dice: “Todo debería dirigirse a jugar, intentar ganar y, sea cual sea el resultado, buscar lo mismo en el próximo partido”.

JS —Ahí tenés otro tema, yo no podía creer cuando me dijeron que en el baby fútbol existe descenso. La categoría 94 [los de 10 años], por decir algo, tiene un mal campeonato y la 96 (los de 8 años) se va a la B. Entonces los chiquilines de 10 años les dicen a los de 8 “ustedes son un desastre, nos hicieron ir a la B”. Entonces lo que decía Tabárez es que a ciertas edades la tabla de posiciones no debería existir. Obviamente que este tema del descenso también es complejo. Incluso está una cita de Hugo Tocalli, que fue técnico de las selecciones juveniles de Argentina, que menciona que para él se está perdiendo toda una generación de cracks con ese tema del descenso, porque no los dejan jugar con libertad sino que están presionados por la tabla de posiciones.

Video de la entrevista

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Transcripción: María Lila Ltaif

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