La audiencia opina…

A raíz de la entrevista a Aramis Latchinián.

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El reportaje realizado “En Perspectiva” a Aramis Latchinian por Emiliano Cotelo, el 29 de diciembre pasado, despertó en mí viejas obsesiones que cargo desde que se impuso la idea generalizada de que, como especie, somos responsables del calentamiento global y del cambio climático. Por otra parte, el hecho de que el bueno del anhídrido carbónico (CO₂), gas esencial para la fotosíntesis y punta de toda la cadena alimenticia, se haya convertido poco menos que en un gas peligroso, me ha llevado a preguntarme dónde estamos parados y cuáles son los auténticos problemas del hombre contemporáneo.

Encontrar en la voz de este científico una mirada diferente fue como recibir una bocanada de aire fresco en medio de discursos catastrofistas y simplistas, que reducen todo al calentamiento global por causas antropogénicas. Letchinian, por el contrario, con ejemplos concretos y estudios sostenidos, separa los problemas medioambientales del manido cambio climático. Evita que caigamos en la trampa de seguir manejando conceptos que la mayoría suele confundir y usarlos como si fuera una misma cosa.

A mi juicio, Letchinian pone el acento donde hay que ponerlo, en la verdadera intervención del hombre y en los desastres causados por su actividad. En el caso que él estudia, se refiere a cambios en las costas frente a los mares de nuestro continente, incluyendo nuestras propias playas. Con sus trabajos e investigaciones nos aleja de las amenazas de carácter apocalíptico que cada generación crea, vengan o no a cuento, tengan o no bases ciertas.

Si antiguamente las religiones eran las encargadas de anunciar los desastres, en los tiempos modernos la sociedad ha desarrollado sus propias aprensiones en base a peligros ciertos y a otros de dudosa naturaleza científica. Pero ambas visiones parten del hombre como problema: pecador, en el primer caso, destructor del medio ambiente, en la óptica más moderna.

Así pues, el antropocentrismo parece ser el común denominador en ambas conductas: el cristal a través del cual nos miramos. Dicho con otras palabras, nos creemos tan importantes que somos la causa del calentamiento global y el centro de atención de todos los dioses.

Es evidente que la actividad humana ha realizado profundos cambios en su entorno, alcanza con mirar en derredor. Desde que nuestros antepasados domesticaron plantas y animales la incidencia de nuestra especie sobre su habitad no ha dejado de crecer. Somos responsables, sin duda, de la desaparición de varias especies y nos empecinamos en vivir en enormes ciudades donde podemos pasar años sin conocer a nuestros vecinos. Pero con la acumulación de ideas y de conocimientos a lo largo de la historia, aparece la ciencia y el método científico, únicas herramientas que nos permiten aproximarnos a la realidad. Y en este reportaje singular queda claro que en ciencia existen diferentes hipótesis y a ellas hay que remitirse. Lo demás es retórica y grupos de presión que confunden diagnósticos y metáforas.

Cuando las hipótesis se basan en investigaciones serias, metódicas y comprobables, y no en titulares catastróficos y alarmas constantes, el conocimiento avanza. La ciencia no se sostiene mediante consensos, sino en la demostración clara de que una teoría es correcta. La ciencia no es un dogma, sino un largo y continuo cuestionamiento donde se procura verificar datos y elaborar respuestas a cada fenómeno nuevo.

En mi opinión, cuidar el medio ambiente no solo es un imperativo social y necesario, sino que también es posible. Contamos con herramientas y con formación para realizarlo.

El verdadero desafío de nuestra especie no se está en seguir los consejos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (Intergovernmental Panel on Climate Change, IPCC) para reducir los mal llamados gases de efecto invernadero. El verdadero desafío, desde hace mucho tiempo, radica en superar la pobreza y la indigencia.

Que 1800 millones de congéneres no tengan acceso a la corriente eléctrica y, sobre todo, a la energía más vital (las 2000 calorías diarias que son necesarias para vivir) es una afrenta para la humanidad entera. Porque es la pobreza la mayor generadora de contaminación en el sentido más amplio del término. Es la pobreza quien impide a millones de nuestros semejantes el acceso a la salud, a la vivienda, a la alimentación digna y, por extensión, al progreso.

Mientras tanto, quienes sí contamos con todos esos elementos e, incluso nos desesperamos por un corte de internet o un apagón de media hora, nos distraemos por una advertencia sobre el calor o los vientos, y nos hacemos la falsa ilusión de que salvaremos al planeta si apagamos las luces una hora al año y si andamos en bicicleta.

En síntesis, los aportes de Aramis Letchinian demuestran, una vez más, que hay que profundizar en todas la hipótesis y jamás anidar en los dogmas y en los alarmismos.

Marcelo Estefanell


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