La sociedad ha consensuado valores –algunos inexistentes hace pocas décadas como el respeto al distinto–, y esos valores hoy son cuestionados tachándolos peyorativamente como “políticamente correctos”. Es necesario buscar consensos para la convivencia, dice Hebert desde la audiencia.
En el último tiempo Uruguay ha estado inmerso en hechos donde el término “políticamente correcto” ha dado a luz un sol que ilumina la verdad, mientras que desde otras tiendas contraponen la justificación del “todo vale”.
Qué pena que los boliches de discusión hayan desaparecido. Allí las contradicciones prevenían sobre diferentes posturas, los disensos dividían, pero siempre se encontraba un grupo de parroquianos que fusionaban un cierto tiempo con el consenso, un lazo necesario para lograr paz y avances. Los transgresores en ese intervalo mantienen su desacuerdo, y gracias a ellos la tapa de la verdad queda entreabierta. Cosa necesaria para la libertad de expresión.
Hay un punto importante que no se juega, cosa que los transgresores no han sugerido por un obvio fanatismo: el de la fragmentación de la colectividad en los últimos años, y con esto la de los valores. Se vocifera que las virtudes han desaparecido, y que se han deteriorado las cualidades humanas. Es el momento de apelar a lo correcto. Hace falta unir.
En el Cerrito, aprendí de familia que pegarle a una mujer o a una persona de anteojos era cosa de cobardes, porque no se debe agredir al que está en inferiores condiciones físicas. Con esto quiero manifestar que existía en la comunidad uruguaya un consenso sobre lo que era correcto. Actualmente somos testigos de la creación de subculturas donde rigen valores dispares, y por lo mismo las confrontaciones. Y es imposible que una sociedad funcione de esta manera. Se ha perdido el acuerdo, la parte positiva de lo “políticamente correcto”: encontrar nuevamente algún tipo de racionalidad que nos vincule.
Acabo de ver un grupo de discapacitados caminando al sol con su asistente. En mi juventud se les encerraba por vergüenza. No fue fácil; pasaron siglos para llegar a la situación que hoy todos vemos como positiva. Es solo un ejemplo de cómo lo incorrecto se transforma en correcto. En los últimos 50 años varias minorías han sido beneficiadas. Veo el fierro en las manos de los antiprogresistas incorrectos revolucionarios para condenarme.
Pero hay que estar en alerta sobre hasta dónde llega lo correcto. Y es el momento en que el ciudadano tenga derecho a debatir, y que los que no piensen igual no necesiten ocultar sus ideas por el acoso. Acabo de leer que, en la Universidad de Columbia, alumnos rechazan estudiar la mitología griega para no animar señales de abuso sexual. En Rutgers University sancionan los textos de Virginia Woolf para no impulsar las tendencias suicidas. Con seguridad es un grupo minoritario el que lo impulsa, pero alerta. Si la tapa está ajustada, la presión puede hacer saltar la caldera y es entonces cuando surgen los extremos que todo lo justifican. Lo peor que podría suceder.
Y vuelvo a la necesidad de consenso, siempre en transformación. Memoria, por favor. Ya fue nefasto en los 70.
Hebert Abimorad
Vía correo electrónico
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