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El diario del lunes
La vergüenza de Occidente

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Por Fernando Butazzoni ///

La caja de Pandora volvió a abrirse. Esta vez, gracias a un grupo de investigadores británicos encabezados por sir John Chilcot, destacado miembro del Servicio Civil del Reino Unido. Ese grupo de expertos estudió durante siete años toda la documentación referente a la participación británica en la guerra de Irak. El resultado final fue un voluminoso informe.

Como se sabe, la guerra se desató en 2003 luego de una reunión cumbre celebrada en marzo de ese año en las islas Azores, en la que participaron George W. Bush y Tony Blair como fogoneros principales, con la participación secundaria del español José María Aznar y el portugués José Durao Barroso, quien ofició de triste anfitrión.

Era un secreto a voces: las famosas armas de destrucción masiva que supuestamente tenía en su poder Saddam Hussein, y que fueron el pretexto para la invasión, no aparecieron nunca porque nunca existieron. Los informes de inteligencia que manipulaban tanto la CIA norteamericana como el MI6 británico desde Bagdad en aquella época eran exagerados hasta el delirio, con el objetivo de abonar el terreno para una invasión a gran escala.

Según diversos estudios realizados en Estados Unidos, entre los años 2001 y 2003 el presidente Bush hizo un total de 935 declaraciones oficiales falsas acerca de la amenaza iraquí. Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el público y aun los políticos estaban más que dispuestos a tragarse cualquier embuste. Y Bush aprovechó la ocasión.

Tony Blair, según el informe Chilcot, no le fue en saga. La editora política de la BBC, Laura Kuenssberg, una de las pocas personas que ha leído completo el “Chilcot Report”, ha declarado que el mismo "sugiere que el gobierno falló, que la comunidad de inteligencia falló, que los militares fallaron y que Tony Blair condujo su gobierno de forma tal que las posibles y probables consecuencias de una acción militar en Irak nunca fueran debidamente consideradas".

En realidad, la llamada “comunidad de inteligencia” británica no falló, sino que por el contrario cumplió a la perfección con la tarea que su gobierno le había encomendado: hacer creíble la imaginaria amenaza de las armas de destrucción masiva almacenadas por Saddam Hussein. En ese trabajo no solo hubo mentiras a granel sino también sobornos, chantajes, amenazas y asesinatos. Uno de ellos fue el del científico David Kelly, quien osó poner en duda la historia de las armas de destrucción masiva en Irak. Esa afirmación lo llevó a testificar ante el Parlamento británico. Dos días después apareció “suicidado” en un bosque cercano a su casa.

Y eso para no hablar de muertes más recientes, como la de Jacky Sutton, una periodista británica que también se “suicidó” en un baño del aeropuerto de Estambul, en octubre del año pasado. El motivo alegado por las autoridades turcas fue ridículo y escandaloso. Dijeron que Sutton se ahorcó porque había perdido un vuelo que la llevaría a Irbil, una ciudad de Irak.

La farsa iraquí fue y sigue siendo sangrienta. Más de 100.000 civiles iraquíes murieron durante esa guerra infame, aunque son muchos más desde que la misma “culminó” en el año 2011. Los invasores perdieron unos 6.200 soldados, más unos 35.000 heridos. Las tropas iraquíes fueron diezmadas y el número de muertos rondó los 40.000. Como se sabe, Saddam Hussein acabó colgado en un patíbulo. Hoy Irak es un país ficticio.

Oriente Medio, 13 años después de aquella invasión, es un hervidero de conflictos tribales, disputas por el control de pueblos y ciudades, grupos terroristas enfrentados entre sí, contrabando de petróleo, venta de armas y muertes por doquier. Por otra parte, la llamada “primavera árabe” desembocó en un invierno sin final a la vista. Vastos territorios de Irak, Siria, Yemen, Pakistán y Afganistán son tierra de nadie, y toda la zona es un gigantesco cementerio.

También debe mencionarse el pantano moral que supuso para todo Occidente el conflicto. Cárceles clandestinas de la CIA distribuidas en distintos países de Europa (en Polonia, República Checa y Rumania, entre otros), manejadas fuera de toda ley por las tropas norteamericanas, sirvieron para alojar durante años a “sospechosos de terrorismo”, sin derecho a defensa ni a juicio. Torturas como las verificadas en Abu Ghraib o en Guantánamo fueron moneda corriente en la primera década del siglo XXI. La inmensa mayoría de los gobiernos occidentales hicieron la vista gorda, porque les convenía o porque tuvieron miedo de las consecuencias económicas que seguramente sobrevendrían ante el más mínimo atisbo de denuncia o protesta.

La complicidad de Tony Blair con la sanguinaria cruzada emprendida por Estados Unidos en Irak era conocida, pero ahora ha quedado asentada en actas oficiales del propio gobierno de la Gran Bretaña. Vestido de luto, el actual líder del Partido Laborista y gran amigo de Hezbollah, Jeremy Corbyn, dijo el miércoles pasado en el Parlamento que "la invasión y ocupación de Irak ha sido, para muchos, una catástrofe".

Se quedó corto el señor Corbyn: lo de Irak fue un crimen brutal, cometido entre otros por su antiguo líder.

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El diario del lunes es el blog de Fernando Butazzoni en EnPerspectiva.net. Como no podía ser de otra manera, actualiza todos los lunes.

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