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Negarse a olvidar  

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Por Fernando Butazzoni ///

Los armenios recuerdan con dolor los cien años del comienzo del genocidio contra su pueblo. El dolor de ellos es doble, porque todavía hoy muchas personas en el mundo, muchas instituciones y muchos estados se niegan a reconocer esa página sangrienta de un siglo que fue corto y atroz. Y solamente la perseverancia hace que las memorias de aquel holocausto sigan vivas. Negarse a olvidar es una forman de seguir adelante.

El olvido de un drama de esas dimensiones responde, en el fondo, a la pretensión de olvido de toda una cultura, de una nación entera. Los que tejen la historia a su antojo desde las alturas del poder saben cómo hacerlo. Los gobernantes iraníes niegan la Shoah, el presidente de Burundi niega el genocidio de Ruanda, la ultraderecha guatemalteca niega el genocidio de los mayas, el gobierno turco niega el genocidio de los armenios. Es la misma mentalidad que niega las atrocidades del Plan Cóndor en el Cono Sur: lo que no se ve, no existe.

Recordar esos crímenes de lesa humanidad no solamente reivindica a las víctimas, sino que ayuda a las sociedades a protegerse de esos criminales, los que actúan siempre al amparo del Estado, pues solamente el Estado dispone de los medios para permitirles actuar. El pueblo armenio fue masacrado sin piedad por el gobierno de Turquía, durante ocho años, ante el desconocimiento o la pasividad de las grandes potencias de Occidente, enfrascadas en la primera guerra mundial. Quince años después, los nazis comenzaron el genocidio contra los judíos, ante la pasividad o el desconocimiento de esas mismas potencias. La historia enseña, pero a veces da la impresión de que no queremos aprender.

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