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Un paréntesis en Atenas

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Por Gabriel Díaz ///

Durante el periodo de arte arcaico desarrollado en Grecia siete siglos antes de Cristo, muchos de los rostros tallados en mármol esbozaban una sonrisa, a veces socarrona, como la que se ve en la foto.

Conversando sobre esto, mis amigos griegos me preguntaron de qué se ríe el sol de la bandera uruguaya. ¿Se ríe? ¿De qué se ríe? No sé. ¿De nosotros? Mi madre sostiene que no. Según ella el sol luce resplandeciente por la libertad de la nación. Pero mi madre es maestra y, como todas, padece de delirios patrios. Por lo tanto, sigo sin respuesta.

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Como con la guerra no tenían suficiente, los antiguos griegos también boxeaban. Por lo visto la crueldad del ser humano era por entonces tan voraz como lo es hoy; el boxeo no es una estupidez de los tiempos modernos. Fíjense en la estampa del boxeador, con sus ondas primorosas y la barba acicalada, tratado como un héroe. Este pasatiempo resulta comprensible en el 330 AC, pero es curioso que 2.400 años después, habiendo el hombre creado tantas formas de destruir al prójimo, semejante práctica de necios perviva.

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Pocos oficios reúnen tanto esplendor como el del orfebre. Muy pocos. Requiere paciencia y precisión, docilidad e ingenio. Necesita una profusa conciencia de la belleza que nos rodea. Con sus manos los sabios artesanos griegos redoblaron y fijaron las pequeñas maravillas de este planeta. El museo de Arqueología de Atenas atesora numerosos ejemplos, pero una rama con cerezas hecha corona es la que tal vez más atención concita. Cuánto más fácil resulta vivir cuando el ser humano y su entorno se ponen de acuerdo, ¿no?

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A espaldas de Zeus está la mirada de una mujer fascinada por sus glúteos. Los griegos sabían que la devoción por varios dioses incompetentes pero bellos rendía más que la veneración a uno, incompetente y feroz. Funcionó por mucho tiempo.

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Ahora, las religiones imperantes veneran a un solo dios que ha conseguido amasar fortunas (muchas exoneradas de impuestos), robusteciendo así a sus representantes terrícolas, a sus bancos y negocios inmobiliarios. Acá la iglesia Ortodoxa está calladita, en la mira de unos cuantos, por ser la segunda mayor terrateniente de Grecia, si no la primera.

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Una paloma y luego dos se colaron en la cafetería del museo ateniense. La cocinera irrumpió entonces en la sala y comenzó a aplaudir, porque el clap clap las espanta. Al poco rato todos estábamos aplaudiendo a las palomas, que terminaron saliendo al patio, aturdidas. Luego aplaudimos juntos nuestra hazaña, riendo.

La escritora sudafricana Nadine Gordimer publicó una novela corta e intensa titulada Atrapa la vida. En ese texto la dicha es definida como un paréntesis en este caos nuestro que es la vida. Y un paréntesis fue lo que pasó, esa tarde, en la cafetería.

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