Por Rafael Mandressi ///
El 25 de agosto pasado, en el acto de conmemoración de la declaratoria de la independencia, el orador del Poder Ejecutivo fue el canciller de la República. En su discurso, Rodolfo Nin Novoa mencionó a los uruguayos que residen en el exterior. Soy uno de ellos, y en total somos cientos de miles, tal vez medio millón. El canciller nos calificó de embajadores, nos instó a cobijarnos “bajo los valores que fomentaron la patria como son la independencia y la unión” y, en cierto modo, nos saludó: “Ustedes, que están lejos de la patria, yo sé que se sienten convocados día a día por ella”.
La referencia a los uruguayos que residimos en el exterior es poco frecuente en discursos de este tipo, y, personalmente, la recibo con agrado. No obstante, la exhortación del canciller Nin a “cobijarnos” bajo los valores de la independencia y la unión no es un prodigio de claridad, y la metáfora de los uruguayos en el exterior como “embajadores” está por cierto bastante gastada. Pero no es eso sin duda lo más importante. Más allá del agrado personal y de lo afinado de la pluma del canciller, lo significativo es que los uruguayos que residimos fuera del territorio hayamos comparecido en la oratoria.
Quizá se deba simplemente a que el elegido para hablar en nombre del Poder Ejecutivo haya sido el canciller, es decir el ministro del “exterior”. Puede, sin embargo, ser también una señal de que el gobierno no ha olvidado el anuncio de volver a plantear el tema del voto extraterritorial, reformulando los mecanismos para ejercerlo respecto de la iniciativa que fracasó hace seis años.
Si así fuera, y aunque me comprenden las generales de la ley, no puedo sino decir enhorabuena. Tampoco puedo dejar de temer que en el debate, si se da nuevamente, reaparezcan como en ocasiones anteriores argumentos desagradables, e incluso insultantes para quienes integramos lo que se ha dado en llamar el “departamento 20”. También temo que vuelva a debatirse sobre si los uruguayos que residimos en el exterior podemos o no votar. Sí podemos: lo que estuvo antes y estaría de nuevo en discusión es dónde.
Sobre este último punto, no es razonable albergar demasiadas esperanzas. Cada vez que se ha discutido este asunto, los argumentos han sido más sobre “quiénes” pueden votar que sobre “dónde” debería poderse ejercer ese derecho. En el fondo, quizá el verdadero debate sea ese, y convendría entonces sincerarlo. Muchos uruguayos creen que quienes vivimos fuera de Uruguay no deberíamos poder votar. Es legítimo, aunque las razones para fundamentar esa posición son en su mayoría, a mi entender, débiles.
En cualquier caso, debatir en esos términos tendría la ventaja de disolver algunas contradicciones y despejar ambigüedades. Si se piensa que los uruguayos en el exterior no deben poder votar, pues prohíbase. Para ello basta con añadir la residencia fuera de fronteras a las causales de suspensión de la ciudadanía que establece el artículo 80 de la Constitución. Hasta tanto ello no ocurra, por mi parte le pediría encarecidamente a dirigentes y candidatos que se oponen al voto extraterritorial que se abstengan, en año electoral, de hacer campaña en Buenos Aires. Le rogaría también a todos los uruguayos que poseen doble ciudadanía y consideran que solo los residentes pueden votar, que no lo hagan en las elecciones italianas, españolas, u otras.
Una situación semejante sería por lo menos más clara y coherente que la actual, y cada quien sabría, literalmente, dónde está parado. De todos modos, a mi juicio no dejaría de ser indeseable y negativa, ya que como también dijo el canciller el 25 agosto, “el Uruguay es internacional, o no es”.